jueves

CONDE DE LAUTRÉAMONT (33) - LOS CANTOS DE MALDOROR


CANTO SEGUNDO

4 (1)

Es medianoche; no se ve un solo ómnibus de la Bastilla a la Magdalena. Rectifico: aquí aparece uno de pronto como si surgiera de bajo tierra. Los pocos transeúntes rezagados lo observan atentamente, pues no se parece a ningún otro. Están sentados en la imperial hombres con ojos inmóviles como de pescado. Se apretujan unos contra otros y parece que se les hubiera fugado la vida; por lo demás, no exceden del número reglamentario. Cuando el cochero fustiga a los caballos, se iría que el látigo hace mover su brazo y no su brazo al látigo. ¿Qué significa este conjunto de seres extraños y mudos? ¿Son habitantes de la luna? Por momentos siente uno la tentación de creerlo, pero más bien semejan cadáveres. El ómnibus, apremiado por llegar a la última estación, devora el espacio y hace crujir el pavimento… ¡Se aleja!... Pero una masa informe lo persigue encarnizadamente, siguiendo sus huellas en medio del polvo. “Deteneos, os lo suplico; deteneos… tengo las piernas hinchadas por haber andado durante todo el día… no como desde ayer… mis padres me han abandonado… ya no sé qué hacer… he decidido volver a casa y podría llegar  pronto si me concedierais un lugar… soy un chiquillo de ocho años y os tengo confianza…” ¡Se aleja!... Pero una masa informe lo persigue encarnizadamente, siguiendo sus huellas en medio del polvo. Uno de aquellos hombres de ojos fríos da un codazo a su vecino, y parece manifestarle su descontento por esos gemidos, de timbre argentino, que llegan hasta sus oídos. El otro baja la cabeza imperceptiblemente, a modo de asentimiento, para volver a sumirse en seguida en la inmovilidad de su egoísmo, como una tortuga en su caparazón. Todo indica en los rasgos de los restantes viajeros sentimientos similares a aquellos de los dos primeros. Se oyen todavía los gritos durante dos o tres minutos, más penetrantes de segundo en segundo. Se ven abrir algunas ventanas sobre la avenida, y una figura azorada con una luz en la mano, después de echar un vistazo a la calzada, vuelve a cerrar el postigo, para no reaparecer más… ¡Se aleja!... ¡Se aleja!... Pero una masa informe lo persigue encarnizadamente, siguiendo sus huellas en medio del polvo.

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