jueves

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) - LOS CANTOS DE MALDOROR (25)


CANTO SEGUNDO

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Abandona tu método; pasó el momento de hacerse el orgulloso; hacia ti dirijo mi plegaria en actitud de prosternación. Hay alguien que observa los menores movimientos de tu vida culpable; estás envuelto en las redes sutiles de su encarnizada perspicacia. No te fíes de él cuando te vuelva la espalda, pues te está mirando; no te fíes de él cuando cierra los ojos, pues te sigue mirando. Es difícil suponer que en lo tocante a astucias y malignidad, pueda tu temible resolución llegar a superar el producto de mi fantasía. Acierta todos los tiros. Con algunas precauciones es posible hacer saber a aquel hombre que cree ignorarlo, que los lobos y los bandidos no se devoran entre sí: quizá no sea su costumbre. Por consiguiente, entrega sin temor entre sus manos el cuidado de tu existencia: él la conducirá de una manera que conoce bien. No creas en la intención, que saca a relucir abiertamente, de corregirte, pues tú le interesas relativamente, mejor diría casi nada, y aun así no llego a aproximar a la verdad total el metro benevolente de mi verificación. Pero a él le gusta hacerte daño por la legítima convicción de que llegarás a ser tan malo como él, y de que lo acompañarás hasta el anchuroso abismo del infierno, cuando llegue su hora. Su sitio está señalado desde hace mucho tiempo en el lugar donde se distingue una horca de hierro, de la cual están suspendidas cadenas y argollas. Cuando el destino lo conduzca allí, el fúnebre embudo no habrá gustado nunca una presa más sabrosa, ni él habrá visto jamás una morada más conveniente. Me parece que hablo de modo deliberadamente paternal, y que la humanidad no tiene derecho de quejarse.

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