viernes

CONDE DE LAUTRÉAMONT (28) - LOS CANTOS DE MALDOROR

CANTO SEGUNDO

3 (1)

¡Ojalá no llegue el día en que Lohengrin y yo pasemos por la calle uno al lado del otro sin mirarnos, rozándonos los codos como dos caminantes que tienen prisa! ¡Ojalá pueda estar siempre muy distante de esta suposición! El Eterno ha creado el mundo tal cual es; demostrará gran cordura si durante el tiempo estrictamente necesario para romper de un martillazo la cabeza de una mujer, olvida su majestad sideral a fin de revelarnos los misterios en medio de los cuales nuestra existencia se asfixia, como un pez en el fondo de una barca. Pero él es grande y noble; nos aventaja por la potencia de sus concepciones; si él conferenciara con los hombres, todas las vergüenzas le salpicarían el rostro… ¡miserable de ti! ¿Por qué no enrojeces? No basta con que el ejército de los dolores físicos y morales que nos rodea haya sido engendrado: el secreto de nuestro destino andrajoso no nos ha sido trasmitido. Conozco al Todopoderoso… y también él debe conocerme. Si, por azar, caminamos por el mismo sendero, su vista penetrante me ve llegar desde lejos; entonces toma un atajo para evitar el triple dardo de platino con que la naturaleza me proveyó a modo de lengua. Tú me harás el placer, ¡oh Creador!, de permitirme explayar mis sentimientos. Manejando las ironías terribles con mano firme y glacial, te advierto que mi corazón las contiene en cantidad suficiente para habérmelas contigo hasta el fin de m existencia. He de golpear tu hueco armazón con tal fuerza, que me encargo de hacer salir esas otras parcelas de inteligencia que no quisiste otorgar al hombre -porque hubieras sentido celos de hacerlo igual a ti- y que tú habías escondido descaradamente en tus tripas, astuto bandido, como si no supieras que tarde o temprano yo las descubriría con mi ojo siempre avizor, y las arrebataría para compartirlas con mis semejantes. Lo hice tal como te digo, y es el momento en que ya no te temen; tratan contigo de potencia a potencia. Envíame la muerte para que me arrepienta de mi audacia: descubro mi pecho y espero con humildad. ¡Vamos, apareced, magnitudes irrisorias de castigos eternos!... ¡despliegues enfáticos de atributos excesivamente ponderados! Ha puesto de manifiesto su incapacidad para detener la circulación de mi sangre que lo afrenta. Sin  embargo, tengo pruebas de que no titubea en extinguir, en la flor de la edad, el soplo vital de otros seres humanos, cuando casi no han saboreado los goces de la vida. Lo que es sencillamente atroz; claro que sólo desde el punto de vista de mi débil opinión.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+