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HÉCTOR ROSALES - “LA ESPERANZA ES MI CANCIÓN”


El internacionalmente reconocido poeta, cronista y gestor cultural Héctor Rosales (Uruguay, 1958) ha sido el encargado de preparar la segunda edición ampliada de la antología esencial Nadie dude el lucero (ampliada por una quincena de testimonios y comentarios escritos especialmente para este volumen) de Rolando Faget, que produce Ático Ediciones y cuenta con el patrocinio de la Casa de los Escritores del Uruguay mediante el programa de Fortalecimiento de las Artes (Intendencia de Montevideo) y el auspicio de la Academia de Letras y la Biblioteca Nacional.

Rosales reside en Barcelona desde 1979 y ha publicado una ya vasta obra poética traducida a diversos idiomas, además de compilar las antologías Voces en la piedra iluminada / Diez poetas uruguayos (Toledo, 1988) y Chapper, las espinas del verso (Montevideo, 2001).

En tu biografía consta que tus primeros poemas fueron paridos en los mismos oscurísimos años en que algunos escritores uruguayos fundaron las hoy ya legendariamente resistentes Ediciones de la Balanza. ¿Se te puede considerar como un poeta que canta esencialmente para no morir, como le gustaba autodefinirse a Neruda?

No creo en mi caso, ya que a la muerte, desde que tuve muy temprana consciencia de su lugar, la dejé enfocada como una etapa más. Y ahí anda, recordándome siempre que soy un proyecto suyo, subrayando lo transitorio de esta película, quitándole importancia a las innumerables estupideces del guión, procurando que me centre, sincera y honestamente, en aquello que sienta verdadero, necesario.

Uno escribe para vivir el día a día, para intentar comprender algo de este asunto descomunal y esquivo. Y para compartir algunos apuntes con quien quiera navegar bajo otras brújulas, que el mercado y sus dueños no logran condicionar todavía.

Del amigo Darnauchans a veces destaco una sentencia que suscribo: “Yo no canto a la esperanza, la esperanza es mi canción”.

Con el permiso de Eduardo, entonces: yo no escribo para no morir (“todo pasa y muere”, dijo algún poeta implacable), la vida es en parte la escritura, quizás allí la esperanza.

¿Cómo viviste tu primer regreso al Uruguay en 1986, después de haberte radicado en España por razones de asfixia social?

De forma muy intensa. Hacía más de siete años y medio que no veía a mi gente y entornos. Era joven y sin embargo con mucho tránsito detrás, textos publicados, lecturas, personas de diferentes ámbitos y perfiles, con las cuales había desarrollado nuevas experiencias, trabajos, resistencias. Me refiero en el exterior.

Esto acentuó los contrastes, permitiendo un conocimiento más detallado de las situaciones en cada sitio.

Dentro de Uruguay, aunque hallé cambios en la dinámica social (se salía de una época nefasta en todos los sentidos), los espacios, sonidos, recuerdos, aromas, las señas de mi identidad seguían siendo las mismas y me recibían con más nitidez que antaño. Además de los reencuentros invalorables, conocí a gente del mundillo cultural con la cual habíamos intercambiado cartas, llamadas telefónicas, materiales, una larga y excelente nómina de personas que me confirmaba la solidez de la formación educativa que tuvo el país en la primera mitad del siglo XX.

El retorno a Barcelona fue más difícil de lo que suponía.

¿Qué importancia tiene en tu formación la consustanciación con la obra pura y dura de Juan Carlos Onetti?

Onetti ha sido un auténtico artista de las letras, un autor que sumó belleza y verdad a su estilo, que fue fiel a sí mismo, que no engañó al lector. Él bromeaba bastante con el uso de la mentira. Y mentía cuando decía que mentía. Todo fue un intento para vencer su timidez, un camuflaje de su insoportable, compleja fragilidad. Porque en el fondo se sabía tan confundido y desolado como cualquier individuo realmente lúcido y valiente para asumir la realidad.

Tuvo el coraje y la coherencia de mostrar esos espejos ante una sociedad poco dada a llamar a las cosas por su nombre. Las herencias gallegas nos marcaron a fuego, nos dejaron los rodeos, los silencios, los más o menos, los “como le puedo decir una cosa, le puedo decir otra”, la elección de las ensoñaciones en lugar de los objetivos posibles, puntuales, concretos. Y para contra, no quisimos copiar de los gallegos su constancia, su capacidad de sacrificio, su lucha empecinada para vencer la miseria, la desgracia, el mal destino jamás elegido.

Onetti no sólo es uno de los cuatro, cinco mejores escritores que he leído (desarrollar las razones llevaría el triple de esta entrevista), sino la referencia principal para entender la unidad vida /obra desde aquellas tierras, ser uruguayo y universal, haber nacido en el sur tanto como no haber nacido en ningún sitio, aceptar la irremediable condición de forastero.

De él aprendí unas cuantas cosas y tengo aplazada, desde hace más de tres décadas, una crónica de un viaje a Madrid, donde visité dos veces su casa y sólo llegamos a conversar por teléfono en una ocasión de aquella semana. Estaba recluido en su dormitorio con una depresión de caballo. Dolly me contó que no quería recibir a nadie. Sin embargo nuestro diálogo telefónico fue esencial para mí, como regresar a Barcelona con un ejemplar de El Astillero (no había leído ese hito), dedicado por su creador.

En aquel 1984 hice un gráfico (fotocopiadora mediante) con una foto suya y la dedicatoria. Nunca faltó de mis entornos de trabajo particular. No existe en este planeta ningún premio literario más importante para mí. La letra manuscrita que trazó el mapa existencial de Santa María puso allí mi nombre. Fue como si me diera un pasaporte para navegar por su mundo. No olvidaré la emoción que me causó, ni mi eterno agradecimiento. Máxime cuando supe después (en diálogo con Nelson Marra, quien le visitó posteriormente) que había leído un librito mío, y le interesó lo que había dentro.

El maestro, sin proponérselo, no ha dejado de aportar viento a las velas, y desde nubes altas, oscuras, humedecidas por la soledad de la noche. Mi barco deja hablar a ese viento (saludando uno de sus últimos títulos), lo escucha con respeto, y navega humildemente en consecuencia.

Una de tus más importantes gestorías como editor es, sin duda, la realización de Nadie dude el lucero, una antología que el Uruguay le estaba debiendo hace décadas a Rolando Faget. ¿Cómo fuiste orquestando esta muestra documental que desentierra y verticaliza memorias imprescindibles para reconstruir lo que podría llamarse una gesta de catacumbas?

¡Si habrá que potenciar esa gesta, Hugo! Uruguay tiene un patrimonio cultural muy rico, pese a su juventud como nación. Y las nuevas generaciones lo desconocen sin más. Creo que ahora es más que necesaria una puesta al día de las figuras y obras más relevantes, y el descubrimiento de quienes nunca tuvieron la debida atención.

Lo he dicho muchas veces y no me cansaré de repetirlo: Rolando Faget (poeta, periodista, locutor, editor, paradigma del viajero) fue uno de los mayores difusores de la cultura uruguaya que he conocido. Y con muy pocos recursos materiales, con problemas serios en diferentes aspectos, pero con una convicción tan honda, firme, infatigable, que, de haber nacido en otro sitio, tendría en vida múltiples reconocimientos.

Te voy a pedir disculpas en este momento, y también a los lectores, por no desarrollar aquí (como sería de esperar) una explicación detallada del proceso de gestación del libro, ni tampoco trazar una síntesis de la trayectoria de Rolando.

El lector de estas líneas, en principio pensadas para internet, encontrará en la red varios archivos que cubren mejor estos temas. Pongan el nombre del poeta entre comillas en los buscadores. Además de distintos testimonios, fotos, audios y notas, hay poemas de Faget y el acceso libre a la primera edición digital de la antología, publicada por Palabra Virtual (México, 2009).

La segunda edición (impresa en Uruguay) incorpora dos poemas más y una segunda parte de homenaje, con textos de distintos autores y estilos, vinculados a la vida y trabajos de este amigo inolvidable.

Las comunicaciones con los autores las realicé entre abril y mayo pasados, meses determinantes para el desarrollo del nuevo original. A la postre, más de una quincena de nombres se sumaron al proyecto, que fue coordinado para su salida editorial (Ático Ediciones) por Melba Guariglia desde Montevideo.

La producción ha contado con el patrocinio de la Casa de los Escritores del Uruguay mediante el programa de Fortalecimiento de las Artes (Intendencia de Montevideo) y el auspicio de la Academia de Letras y la Biblioteca Nacional.

En esta última entidad (y en su sala Maestro Julio Castro) tendrá lugar la presentación oficial, prevista para el próximo viernes 13 de noviembre, a las 19 horas.

Entre diferentes destinos, la antología / homenaje circulará en las bibliotecas municipales uruguayas, algo que a Rolando le hubiera entusiasmado plenamente, ya que amaba a estas instituciones, donde acudía con frecuencia.

Creemos con los organizadores que la revisión de Faget puede fomentar un acercamiento más atento a la generación uruguaya de los años sesenta y setenta, dos décadas todavía muy separadas de la crítica especializada y, ni digamos, del público en general.

Que “el lucero rolandeano” sirva preferentemente, como él tanto quería, para poner luz a todo lo que nos construya como personas y sociedad. Y a que nadie valioso quede cegado por la injusticia, el abandono, el olvido.

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