sábado

GASTON BACHELARD - LAUTRÉAMONT (37)


II (1)

Tendremos otro ejemplo del carácter artificial de la biografía externa al examinar el problema de las aptitudes matemáticas de Lautréamont. Todos los biógrafos relatan esas aptitudes. ¿Qué pruebas aportan? Simplemente esta: Lautréamont ha atravesado el océano para presentarse a los exámenes de la Escuela Politécnica y de la Escuela de Minas. Eso era al menos lo que se afirmaba cuando se ignoraba la larga estancia de Isidore Ducasse en Tarbes y en Pau.

¿Es eso verdaderamente suficiente? ¿Hay que atribuir entonces un talento matemático a todos los candidatos a la Escuela Politécnica? La Escuela Politécnica es a las matemáticas lo que un diccionario de rimas a la poesía baudelairiana.

Lo que la biografía no dice, la obra lo canta. En los Cantos de Maldoror hay ciertas páginas que se apaciguan y se elevan; esas páginas son un himno a las matemáticas: “¡Oh, matemáticas severas!, no os he olvidado desde que vuestras sabias lecciones, más dulces que la miel, se filtraron en mi corazón, como onda refrescante”. Podrían comentarse en detalle las cuatro páginas; no esclarecerían seguramente el problema de las aptitudes. No obstante, acaba de resonar una tonalidad misteriosa, acaba de vislumbrarse una gravedad en la obra, y si no se está seguro de encontrar con Lautréamont un espíritu matemático, al menos se tiene la impresión de sondear un alma matemática. Parecería que el fogoso poeta tuviera la súbita nostalgia de una disciplina, que recordara las horas en que detenía sus impulsos, en que aniquilaba la vida en él para tener el pensamiento, en que amaba la abstracción como una hermosa soledad. (7) Eso constituye para nosotros una prueba extraordinariamente importante de psiquismo vigilado. No se hacen matemáticas sin esta vigilancia, sin este constante psicoanálisis del conocimiento objetivo que libera a un alma no solamente de sus sueños, sino de sus pensamientos comunes, de sus experiencias contingentes, que restriñe sus ideas claras, que busca en el axioma una regla automáticamente inviolable.

Justo después de las páginas más excesivas de los Cantos de Maldoror, aparecen las cuatro páginas matemáticas; acaba de exponerse la cría del piojo, acaba de triturar “los bloques de materia animada” constituidos por piojos entrelazados; va a lanzar sobre los humanos, como bombas de vida horripilante, paquetes de parásitos. Y he aquí la aparición -de extraña dulzura- de la Razón: “Durante mi infancia se me aparecieron en una noche de mayo, bajo los rayos de la luna, sobre una reverdeciente pradera, a orillas de un límpido arroyo, las tres plenamente iguales en gracia y en pudor, las tres como reinas, enteramente plenas de majestad.” Es por la aritmética, el álgebra y la geometría que Lautréamont escribe: “esa noche de mayo”. Se siente allí la dulce y poética expansión de un corazón de alguna manera no-euclidiano, ebrio de un no-amor, entregado por completo a la alegría de vivir abstractamente la no-vida: de alejarse de las obligaciones del deseo, de romper el paralelismo de la voluntad y de la felicidad: ¡Oh, matemáticas!, “el que os conoce y os aprecia ya no quiere nada de los bienes de la tierra; se contenta con vuestros mágicos goces” (p. 191). Así, de un solo golpe, el lector ha sido transportado a las antípodas de la vida activa y sensible.


Notas

(7) Cf. Poésies, p. 383.

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