viernes

GASTON BACHELARD - LAUTRÉAMONT (34)


IV. EL PROBLEMA DE LA BIOGRAFÍA

Ne trépane pas le lion que reve…*
RENÉ CHAR
Moulin Premier


I (3)

Autores aun más recientes utilizan con la misma facilidad la palabra locura, sin medir bien la complejidad de la relación entre conciencia e inconsciente. Se ve uno entonces conducido a contrasentidos psicológicos. Así René Dumesnil (3) sitúa a Lautréamont, si bien con escrúpulos, entre los fantasiosos: “por su vida misma, tan extraña, por sus escritos tan antojadizos y en los que la locura deja a veces el lugar al genio, Lautréamont es claramente un fantasioso”.

Como se ve, la crítica literaria no se imagina la complejidad de la locura. Y, curiosa ignorancia, la crítica literaria no ha penetrado la significación de una noción indispensable para comprender la función psicológica esencial de la literatura, a saber, la noción de locura escrita. La crítica literaria no ha seguido, en todos sus rodeos, a esos extraños espíritus que tienen la rara facultad de escribir explícitamente sus complejos. Por esencia, un complejo es inconsciente. Cuando el complejo sube a los centros del lenguaje, encuentra una posibilidad de exorcismo. Cuando llega al lenguaje escrito, nuevamente es un problema. En fin, incluso la imprenta modifica nuevamente el estado psíquico de un autor. Cierto, la crítica psicoanalítica abusa actualmente de la palabra sublimación, particularmente impropia en el caso de espíritus sujetos a una causalidad uniforme, sin desarrollo, siguiendo el eje que hemos designado en otra parte como el eje del “tiempo vertical” (4) Pero, en el curso de una obra literaria que se concreta, la sublimación toma sentidos más precisos. Se vuelve una verdadera cristalización objetiva. El hombre cristaliza en el propio sistema del libro. Tal vez nunca una cristalización progresiva ha sido más clara que en Lautréamont. Se pueden dar dos tipos de pruebas.

En principio, hay que rendir homenaje a la seguridad verbal de la obra, a la coherencia sonora. Sin la ayuda de rimas, sin el corsé de una métrica estrecha, los sonidos se enlazan como arrastrados por una fuerza natural. Edmond Jaloux, justamente a propósito de esta seguridad acústica, evoca la lección de Flaubert. En el fondo, homogeneidad igual. Jamás ha estado menos tironeada una obra violenta. Se puede decir que en su aberración, no es aberrante. Es una locura sin locuras, un sistema de energía violenta que hace añicos lo real para vivir sin escrúpulos y sin preocupación una concreción. Lautréamont personifica una manera de función realizante que hace palidecer a la función de lo real siempre entorpecida por la pasividad.

En segundo lugar, después de esas pruebas completamente positivas de libertad de espíritu, se pueden designar pruebas de liberación igualmente claras. En efecto, nunca ha habido inversión más completa que la que alejó a Lautréamont de los Cantos de Maldoror. Una vez escritos los Cantos de Maldoror, una vez impreso el primer canto, parece que Lautréamont se vuelve enteramente extranjero, indiferente, o tal vez hostil a su obra. “Sepa -dice en una carta (p. 400)-, que he renegado de mi pasado. Sólo le canto a la esperanza… corrijo al mismo tiempo seis piezas de las más malas de mi sagrado libraco.” Si Lautréamont hubiera vivido, habría creado poemas en una vía completamente diferente. Y no puede uno evitar la evocación del silencio de Rimbaud para compararlo a la repentina crítica que se manifiesta en el Prefacio a un libro futuro. En ambos casos, las almas se invierten.

Notas

(3) René Dumesnil, Le Réaisme, p. 202.

(4) Cf. Messages, 1939: “Instant poétique et instant métaphysique.”

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