jueves

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) - LOS CANTOS DE MALDOROR (20)


12 (23)

-Lo que se estremece a mi contacto, haciéndome estremecer a mí mismo, es carne, no hay duda. Es verdad… no estoy soñando. ¿Quién eres, tu que estás allí inclinado cavando una tumba, mientras yo, como un holgazán que come el pan de los otros, no hago nada? Es hora de dormir, o de sacrificar el reposo en pro de la ciencia. De todos modos, no hay nadie que esté ausente de su casa, y todos se guardan de dejar la puerta abierta para que no entren los ladrones. Se encierran en su cuarto lo mejor que pueden, mientras las cenizas de la vieja chimenea todavía no han olvidado entibiar la sala con un resto de calor. Tú no te comportas como los demás; tu vestimenta revela el habitante de algún país lejano.

-Aunque no estoy fatigado es inútil cavar una fosa más honda. Ahora, desvísteme; luego me colocarás dentro de ella.

-La conversación que mantenemos ambos desde hace unos instantes es tan extraña que no sé qué contestarte… Pienso que pretendes burlarte.

-Sí, sí, es cierto, pretendía burlarme; no hagas caso de lo que te dije.

Se tambalea, y el sepulturero se apresura a sostenerlo.

-¿Qué te pasa?

-Sí, sí, es cierto, mentí… estaba fatigado cuando dejé la pala… es la primera vez que realizo un trabajo así… no hagas caso de lo que te dije.

-Mi opinión se vuelve cada vez más firme: se trata de alguien que sufre espantosos pesares. Que el cielo me quite la idea de interrogarlo. Prefiero quedar en la incertidumbre, tanta piedad me inspira. Además, es seguro que no querría contestar; abrir el corazón en ese estado anormal equivale a sufrir dos veces.

-Déjame salir de este cementerio; proseguiré mi camino.

-Tus piernas ya no te sostienen; te extraviarías durante la noche. Es mi deber ofrecerte un tosco lecho: no tengo otro. Ten confianza en mí, pues la hospitalidad no exigirá la violación de tus secretos.

-¡Oh piojo venerable! Tú, cuyo cuerpo está desprovisto de élitros, me reprochaste un día con acritud no amar bastante tu sublime inteligencia, que se resiste a ser leída; quizá tuvieras razón, puesto que ni siquiera siento reconocimiento hacia este hombre. Fanal de Maldoror, ¿adónde guías tus pasos?

-A mi casa. Seas tú un criminal que no ha tenido la precaución de lavar su manos derecha con jabón después de haber cometido una fechoría, lo que se puede fácilmente deducir del examen de esa mano, o bien un hermano que ha perdido a su hermana, o algún monarca destituido que fuga de sus reinos, mi palacio realmente grandioso es digno de recibirte. No fue construido con diamantes y piedras preciosas, pues sólo es una pobre choza precaria; pero esta choza célebre tiene un pasado histórico que el presente renueva y continúa sin cesar. Si ella pudiera hablar te asombraría, a ti, que pareces no asombrarte de nada. Cuantas veces, al mismo tiempo que ella, he visto desfilar ante mis ojos féretros que contenían huesos, pronto más carcomidos que el reverso de la puerta contra la cual me apoyaba. Mis súbditos innumerables aumentan día a día. No necesito hacer, en fechas determinadas, ningún censo para comprobarlo. Aquí, como entre los vivos, cada uno paga un tributo proporcional a la riqueza de la morada que ha elegido; y si algún avaro rehusara entregar su cuota, tengo orden, previniéndole personalmente, de proceder como los alguaciles: no faltan chacales y buitres que gustarían de una buena comida. He visto alistarse bajo las banderas de la muerte al que fue hermoso, al que cumplida su vida no se ha desfigurado, al hombre, a la mujer, al mendigo, a los hijos de reyes, a las ilusiones de la juventud, a los esqueletos de los ancianos, al genio, a la locura, a la pereza y a su antagonista, al que fue falsario, y al que fue veraz, a la máscara del orgullo, a la modestia del humilde, al vicio coronado de flores y a la inocencia traicionada.

-No, por supuesto, no rechazo tu cama que es digna de mí hasta que llegue la aurora, que no ha de tardar. Te agradezco tu benevolencia… Sepulturero, es hermoso contemplar las ruinas de las ciudades, pero es más hermoso contemplar las ruinas de los humanos.

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