martes

BUENOS TIEMPOS PARA JOAQUÍN TORRES GARCÍA - (EL REY TUERTO Y LA MUCHA FE)



Hugo Giovanetti Viola

Estoy escribiendo esta nota el día de la inauguración de The Arcadian Modern, como bautizó el MoMa neoyorquino -uno de los centros culturales más visitados del mundo- a la mega retrospectiva de las obras de Joaquín Torres García que concreta la indeleble irrupción arquetípica del hombre que en 1943 pintó el entonces calificado como disparatado mapa invertido de Sudamérica, en uno de sus arrebatos visionarios que eran capaces de superar la espesura simbólica de su insólita obra escrita.
Torres García fue inexorablemente moderno y es ineludible en la historia de la Modernidad, pero nunca cesó de creer que toda obra de arte significativa lo es precisamente al estar atravesada por una regla anónima en la que yace la potencia expresiva desde siempre, desde una proto-temporalidad indefinible, que podemos llamar, a falta de mejor nombre, arcádica, ha declarado Luis Pérez-Oramas, el curador venezolano de una muestra que se viene elaborando trabajosamente desde 2004: Torres fue un moderno en Arcadia, un Moderno en busca de Arcadia.
Lo asombroso es que en agosto de 2004 el renombrado esteta académico uruguayo Juan Fló publicó un largo artículo en el semanario Brecha titulado Torres García ahora, cuya última frase dice:
No, no son éstos buenos tiempos para Don Joaquín.
Y al empezar su impecablemente erudito análisis el falso profeta se sitúa a sí mismo entre los  jóvenes laicos que, sin dejar de serlo fueron cautivados por la mística del maestro tres o cuatro años antes de su muerte. Vale decir: se sitúa entreverado nada menos que con la generación letrada del 45, la que -con excepción de Guido Castillo- hundió a nuestra cultura artística en un pantano antimetafísico y suicida del que todavía no hemos podido emerger. Y algunos de estos jóvenes, señala el esteta sepulturero, consiguieron algo más que perdonarle a Torres su talante y su compleja mezcla de platonismo, ocultismo, teosofía y religiosidad.
Lo que sería como confesar: le perdonaron la caótica mucha fe porque no tuvieron más remedio que reconocerse hipnotizados por la obra plástica y filosófica de una personalidad que el chatísimo Uruguay sociologista y sin gracia de vuelo sigue sin merecer (Juan Carlos Onetti dixit).
Y lo increíble es que exactamente en 1946 el maestro haya escrito estos preclarísimos párrafos en La Regla Abstracta:
Cada época tiene lo que suele llamarse “arte moderno”. Es el arte que -abandonando ese falso camino de imitación de la realidad- llega a la profundidad de lo abstracto. Tal cambio de aspecto en la representación de la obra es lo que -invariablemente- levanta la protesta de los elementos conservadores. No saben ver que lo mismo que admitieron en un dibujo egipcio o griego es lo mismo que después admitieron en la síntesis impresionista o cubista y que ahora -ante una nueva modalidad- RECHAZAN. Lo moderno de cada época. (…) Y tal cambio siempre tiene que producirse. Con lo cual se dice que el artista se pone al diapasón de la marcha de las cosas del mundo. Y entonces -donde tal cambio no se produce- es porque el arte sufre retraso, está ya viejo o caduco (o bien es incipiente) y tiende a desaparecer. Son las épocas -para cada país- en lo que todo se academiza y estaciona, y en las que ya no hay lucha y todos están en paz en miserable rutina y muerte. La regla abstracta universal -por serlo- no determina ningún género de arte pero -en cambio- a todos puede salvar.
Y más adelante marca una prospección primordial para la liberación del artista en épocas de sequedad globalizada:
Necesita la intervención de un elemento primordial: su alma. Por ella ha de dar con algo inédito, algo que no conoce el mundo y que será su aporte original -suyo- a las generaciones: algo que podría llamarse divino por surgir de las profundidades del ser. (…) IRRUMPE en medio de lo establecido y tendrá que luchar denodadamente para imponerse. Es el nuevo aspecto de la REGLA INVARIABLE que se presenta. (…) Que piense, por ejemplo, que está en el “NUEVO MUNDO” (…) que piense -en fin- que AMÉRICA TODA ha de LEVANTARSE NUEVAMENTE para dar -en los tiempos modernos- un arte virgen y poderoso (subrayamos nosotros).
Y seguimos con Fló:                         
(…) Me referí más arriba al hecho de que la crítica internacional que ha escrito sobre Torres pasó ligeramente sobre sus escritos.  También me referí a las simplificaciones que ponen el acento en el indigenismo de su arte con la finalidad de latinoamericanizarlo trivialmente. Voy a insistir un momento en esta cuestión porque nos proporciona un caso ejemplar de esa inadmisible ignorancia. Lo grave de esa lectura es que escamotea nada menos que el fundamento del americanismo de Torres, cuyo centro no está en los estilos precolombinos sino en el sentido trascendente de todas las artes arcaicas y en su propuesta utópica de un continente que, desconectado del resto del mundo, realiza una conversión radical de su cultura en la dirección de aquéllas(subrayamos nosotros)

Guillermo Fernández, uno de los más importantes maestros entroncados con el filum torresgarciano, siempre definía al Uruguay como un pobre y afrancesado arrabal del mundo, y sabía captar perfectamente la ceguera congénita que reina en este desierto pintado de pradera con suaves ondulaciones (Moure Clouzet dixit) donde los estetas tuertos que dirigen el pequeño tránsito universitario nos hablan con la soberbia de los déspotas ilustrados y no conciben que la trascendencia sea la proyección terrestre de la divinidad.
Estos reyecitos son hijos de una modernidad que guillotinó olímpicamente toda religación espiritual con el reino cósmico de la verdad y consideran que cualquier prospectiva de evolución hacia el Hombre Nuevo (o la Humanidad Nueva) es una utopía espejismal.
Y sin embargo es en este comienzo del siglo XXI que los jóvenes recién pueden desentenderse del anquilosamiento dinaosáurico tontovideano (para no olvidar la precocísima denuncia del Imperator) y festejar la presencia de Torres García en la Nueva York de cieno y de ceniza que espantó a Federico.
Son buenísimos tiempos para el profeta del constructivismo universal, hombrecitos de poca fe.
Y esta irrupción fecundante de la Sudamérica invertida en la Gran Manzana sería gozosamente festejada por el gran José Lezama Lima, que afirmaba que La libertad del Nuevo Mundo sigue siendo una profecía, una divinidad para el futuro.
Pero ningún ego soberbio de nuestro charco puede intuir el alcance de la fuerza sobrehumana que construye la Más Dimensión de la praxis histórica y no una Arcadia idílica (con perdón de la vacilante definición de Pérez-Oramas, a quien le debemos nada menos que la concreción de este salto continental).
Hay un logion apócrifo en el que se le atribuye a Juan el Zebedeo una reflexión de iluminado asombro frente a la tumba escandalosamente abierta de su maestro: Al final todo es verdad.
Y también está escrito que El desierto es muy largo y la verdad no triunfa pero existe: lo demás no existe.

Festejen, orientales que creen en la Purificación.

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