martes

ARTURO DÁVILA -´EL NEOBARROCO SIN LÁGRIMAS (18)



Y a este banquete estético presidido por Platón, se irán añadiendo los más “puros” representantes de la poesía -clásicos, barrocos, modernistas, simbolistas-, para alcanzar las esferas más elevadas de “la alta cultura” y olvidarse de sus circunstancias, la calle ametrallada por los revolucionarios. En verdad y por tres horas, los ateneístas casi fueron atenienses. Esta lectura es, en semilla, “en una nuez”, el símbolo que de alguna manera articula la estética reyesiana y que más constituirá su famoso “banquete de la civilización”, donde residirán tres de sus más ilustres comensales -Góngora, Mallarmé y Goethe- arquetipos literarios platónicos que Reyes esgrimirá como ejemplos “civilizatorios” en el transcurso de su carrera literaria.

¿Se trata acaso de una nueva versión de “la torre de marfil”? Si y no. Reyes no defenderá “el arte por el arte” como sus predecesores los modernistas, sino que quería - al igual que sus compañeros- instalar su nueva torre, no en la calle, territorio demasiado peligroso, sino en los recintos de la universidad, como proyecto educativo y cultural, para restablecer el orden y el espíritu de la nación. Y en esa torre universitaria, habitan los clásicos grecolatinos y los tres genios de la poesía europea, quienes representarían “las humanidades” en su más alta expresión, y que Reyes siempre trató de facilitar a los lectores de sus ensayos. Finalmente y por medio de un desplazamiento generacional, la torre de marfil modernista acabó por ser la Torre de la Rectoría de la UNAM (y tomemos la palabra “torre” y “rectoría” en su sentido más literal), donde aun hoy en día residen los “mandamás” del recinto universitario, lugar donde se rigen y normalizan los designios universitarios de la nación.

Reyes conformó, así, parte del grupo hegemónico que dirigió el viraje cultural de México a principios de siglo. Pero el 9 de febrero de 1913 se produjo la fractura: la muerte de su padre, el general Bernardo Reyes, la Decena Trágica, la espiral de la revolución armada, y Reyes se exilió, se descentró, y fue desplazado de ese territorio cultural donde empezaba a ser centro, hacia otro territorio cultural que se llamó España. Y acaso, mentalmente, nunca volvió a salir de su torre (con todos los comensales de su Banquete), y se enterró entre sus libros y su labor diplomática. (29)


Notas

(29) Y ese “vivir enterrado entre libros” no es metafórico. En Cuando creí morir, la mujer de Reyes tomo la pluma y anotó en el diario de su esposo del domingo 5 de agosto de 1951, día del cuarto infarto: “Volvimos a casa no antes de las 8 de la noche. Nos trajeron los Villaseñor en su auto. Al subir la escalera de su biblioteca, Alfonso se sintió asfixiado y se dejó caer en el diván donde duerme para no alejarse de sus papeles” (XXIV,  127. Énfasis nuestro).

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