martes

SUPLEMENTO DEL TALLER LITERARIO DEL CUARTEL ARTIGUISTA de LEPANTO (3)



ANNA RHOGIO

LA NIEVE ES AZUL (I)

,                      
Mi abuela es una mujer alta que pisa fuerte.
Tiene las manos de la gente que ama la tierra y cuida las plantas.
Está tendida en la cama del sanatorio resistiéndose a partir porque dice que todavía le quedan muchas cosas que hacer.
Recuerdo su cara de asombrada felicidad cuando a los ocho años y en plena junta familiar declaré rotundamente que deseaba  vivir con ella en la chacra.
Mis padres estaban divorciados, mi madre se había casado de nuevo y no me gustaba mi padrastro. Mi papá viajaba por negocios alrededor del mundo y rara vez lo veía.
Entonces, lo mejor era irme con mi abuela, esa adorable maga, sabia hechicera, capaz de combatir y vencer al peludo hombre lobo, y a terroríficos fantasmas.
Es la poseedora de las llaves de oro que abren  las arcas donde se guardan  los misterios, hábil para resolverlos, y es el alivio a toda pesadilla.
Llegué al campo en verano, después de terminar tercer año y ya nunca quise volver a la capital.
La casa grande y blanca con puertas y ventanas pintadas de un verde profundo, oscuro, y las enredaderas trepando por las paredes, me atrapó para siempre con su irresistible embrujo.
Mi habitación, al lado de la suya, era alegre y clara.
La mesa escritorio, que me recordó los deberes de la escuela, tenía una veladora con forma de calabaza sonriente a la que llamó el Guardián de la Luz y esa risa con pocos dientes jamás se apagó mientras fui niña. Parecía un tanto macabra pero yo conocía a Jack Linterna el  personaje de la Noche de Brujas que se festejaba en el colegio del lejos-lejos y no me asustaba porque durante el atardecer del 31 de octubre,  solíamos vagabundear por el barrio pidiendo golosinas con un cesto igual y todo era una fiesta. Él me permitió soñar sin temores nocturnos con hadas, duendes y sílfides tan repetidamente conocidas en mis fantasías y en los libros de cuentos que adoré.

Un sol rojo y enorme me sorprendió al amanecer mientras esperaba mi primer vaso con leche recién ordeñada, espumosa y tibia.
Salí corriendo para gritarle a la patrona que los pastos se quemaban, ignorando que repetía la historia de aquella niña y su abuelo, en el pasado de un lejano país. Estaba en el horno de barro cuidando el pan y al escuchar mis alaridos, sin entenderlos, vino hacia mí asustada.
Se aseguró de que no pasaba nada, puso sus manos sobre mis hombros para sosegar mi pataleta, un índice en mis labios y me miró seria. Una sonrisa apenas escondida le bailoteaba azul en los ojos:
-Jovencita, acá nunca gritamos  a menos que se hunda el mundo. La naturaleza tiene murmullos muy bellos y hay que aprender a callar para apreciarlos.
-¿Por eso le pusiste “Murmullos” a la casa?
-Por eso mismo. Me diste un gran susto. El campo no se quema, lo que sucede es que al salir el sol, lo pintarrajea con fuego para despertarlo y al anochecer lo matiza de oro y así tendrá dulces sueños.

Ese primer verano aprendí casi todo sobre la vida en una chacra. Los dichos de Jacinto, el capataz, mientras me ensañaba a montar me hacían reír igual que los del mozo que se ocupaba de ordeñar muy temprano. Poseía un ángel especial para tratar a los animales y cuando vagabundeábamos por el monte, nunca lo vi cometer maldades con ninguno.

No hubo mascota que no se me permitiera tener y al perder un bichito amado, abuela me consolaba, lloraba un poco conmigo y me enseñaba que su ciclo se había cumplido. Lo ponía en una cajita y lo enterraba:
-¿Ves, gurisita? Así regresamos todos a la madre tierra.
“Mirá vos -pensé. -Yo creía que nos traía la cigüeña. Después, me enseñaron que de la panza de mamá y ahora me vienen con esto de la madre tierra.”
La miré dudosa, disimulando lágrimas y me dio una pequeña conferencia sobre la evolución que entendí a medias.

Separado de la casa había un galpón que me intrigaba.
-En invierno vas a conocer mi taller.
-¿Cuánto falta?
-Unos meses. Primero el campo se volverá dorado y marrón con el otoño y será el tiempo de volver a la escuela. No me mires así. Te van a gustar los amigos y las amigas del pueblo, y cuando veas los árboles estremecerse desnudos de hojas, vendrá el frío verdadero y conocerás mi taller.
De pronto, sentí una dolorosa nostalgia de las costas del sur este y el agua verde:
-Quisiera ir a la playa.
-Esa es una sorpresa que te reservo para mañana.


HAUGUSSTO  BRAZLLEIM

DORMIR CASI EN PAZ (1 texto para canción)

Cuando nuestro bote
se ahogó, cada uno
con su remo.

Después, después
de lo quemado.

Quién pudiera ordenar
los días después
de los huesos.
Quién pudiera ordenar
los huesos después
de la muerte.

Será mejor
dormirme en la tormenta.

¿Será verdad
mi luz no usada?

Y el alma
y el alma
y el alma
después
de la inundación.



FEDERICO COORE / 1 texto para ser cantado

CANCIÓN DE PAN

Una canción de pan
que grita ¡revolución!
es una canción
que siempre volverá.

De tus lámparas llenas
en el abismo invernal,
de tus sienes abiertas
y tus gaitas de sal,
de tus aguas ferradas
de tus mieles caerá
la libertad.

De dos pájaros negros
que se besan y están
en un busto de Atenas
cuando sus noches caen
y sus alas heridas
deciden volar
un nunca más.

Una canción de pan
que grita ¡revolución!
es una canción
que siempre volverá.


MARCOS DURAÑONA

CERVEZA

Gato negro y gato blanco en la calle Lepanto. Hoy voy a embestir la noche con las coronas de mis manos. No voy a usar palabras que no uso ni mirar una luna que no es mía. Hoy voy a bailar con la estrella que me quede más cerca y rezar para ser usado en lo que quiero ser usado, para no ser tirado en la volqueta frente a su casa.


ANTONIO GARCÍA PINTOS

LA PIEDAD (FRAGMENTOS)

La piedad es quererte sin pensarlo: como se debe.
La piedad es acariciarte los pies antes que nada.
La piedad es lamer la oreja lentamente.
La piedad es llegar al orgasmo con las manos apretadas.
La piedad es actuar con el alma desnuda.
La piedad es perdonar con los ojos cerrados.
La piedad es escuchar sin estar de acuerdo.
La piedad es no tener vergüenza de tener piedad.


JOSÉ LUIS MACHADO

2 POEMAS

I

Perfecta
avanzas desde tus labios.
Como un ejército de mariposas vidrio.
Y yo aquí, en mi trinchera,
con una piedra en la boca.

II

Mesa de noche

Ahí está mi mesa de noche…
Sintiendo cómo envejezco
Cargando con mis recuerdos
soportando mis libros,
los químicos que normalizan,
mi sed y mis papeles.
Desde aquí
Desde mi costado izquierdo
irrenunciable
desde mi almohada hundida de perfil
siento que me observa
creo también que en ella
hay más de mí que aquí,
en mi cama.


FEDERICO RODRIGO

MI OCULTA CULPA

Entre tropiezos de mis entretenidos pasos se me empezaron a escuchar otros. Lo primero que pensé es que me querían hacer daño (el ego siempre dice eso). O que alguien se acompañaba a mi lado. O que era solo el viento.

Yo miraba con la nuca aterrada: transpirando, entre la ronca arritmia del miedo, impotencia del que ignora pero se siente demasiado impune como para saber. Y así, el valor no me aguantó más y salí corriendo.

Años después, un jovial espejo de desparpajo, confesó que era yo el que me perseguía, profundo y prudente, como pa no asustarme. Ojalá no hubiera corrido. Ojalá me hubiera alcanzado y así, al menos una vez, me hubiera hecho el favor de ayudarme.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+