domingo

PARÍS ERA UNA FIESTA - ERNEST HEMINGWAY (38)

                                                                                                         
PARÍS NO SE ACABA NUNCA (7)

Tuve que irme un tiempo de Schruns y viajar a Nueva York para ponerme de acuerdo con los editores. Apenas se arregló el asunto en Nueva York, volví a París con la intención de tomar el primer tren que saliera de la Gare de 1’Est para Austria. Pero la muchacha de la que me había enamorado estaba en ese momento en París, y no tomé el primer tren, ni tampoco el segundo ni el tercero.

Cuando por fin vi a mi mujer parada junto a las vías, mientras el tren entraba en la estación entre grandes pilas de troncos, hubiese querido haberme muerto antes que enamorarme de la otra. Ella sonreía con su hermosa cara tostada por la nieve y el sol, y su cuerpo era hermoso y el sol resplandecía en el oro rojizo de su pelo que era hermoso y había crecido desordenadamente durante todo el invierno, y parado al lado de ella estaba Mr. Bumby, rubio y corpulento y con sus mejillas enrojecidas por el invierno, con el aspecto de un buen hijo del Vorarlberg.

-Oh Tatie mío -dijo ella entre mis brazos-, qué suerte que estés de vuelta y que te hayan salido tan bien los negocios con los editores. Te quiero tanto y te extrañé tanto.

Yo también la quería y no quería a nadie más, y durante un tiempo seguimos pasándola maravillosamente. Trabajé a gusto, hicimos grandes excursiones y me creí de nuevo invulnerable, y el otro asunto no volvió a empezar hasta que, a fines de la primavera, dejamos las sierras y volvimos a París.

Aquello fue el final de la primera parte de París. París nunca volvería a ser igual, aunque seguía siendo París, y uno cambiaba a medida que cambiaba la ciudad. Nunca volvimos al Vorarlberg, ni tampoco volvieron los ricos.

París no se acaba nunca, y el recuerdo que tiene cada persona que vivió allí es único y diferente al que tienen los demás. Siempre hemos vuelto, estuviéramos donde estuviéramos, y sin importarnos lo trabajoso o lo fácil que fuera llegar allí. París siempre valía la pena, y siempre se recibía algo a cambio de lo que se dejaba. Esta vez conté cómo era el París de los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices.

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