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LA NUBE DEL NO-SABER (76) - ANÓNIMO INGLÉS DEL SIGLO XIV



PRÓLOGO

Mi querido amigo en Dios: este libro es para ti, personalmente, y no para el público en general. Quiero estudiar en él tu obra interior de contemplación tal como he llegado a entenderla a ella y a ti. Si escribiera para todos, tendría que hablar en términos generales, pero, como escribo para ti solo, me centraré en aquellas cosas que personalmente creo más provechosas para ti en este momento. Si algún otro comparte las disposiciones interiores y quisiera sacar también algún provecho de este libro, tanto mejor. Será para mí una satisfacción. Pero eres tú solo a quien en este momento tengo presente, y tu vida interior, tal como he llegado a entenderla. Por eso, a ti (y a otros como tú) dirijo las siguientes páginas.


1

Cuando te retires a hacer oración tú solo, aparta de tu mente todo lo que has estado haciendo o piensas hacer. Rechaza todo pensamiento, sea bueno o malo. No ores con palabras a no ser que te sientas movido a ello; y si oras con palabras, no prestes atención a si son muchas o pocas. No ponderes las palabras ni su significado. No te preocupes de la clase de oraciones que empleas, pues no tiene importancia que sean oraciones litúrgicas oficiales, salmos, himnos o antífonas; o que tenga intenciones particulares o generales; o que las formules interiormente con el pensamiento o las expreses en voz alta con palabras. Trata de que no quede en tu mente consciente nada a excepción de un puro impulso dirigido hacia Dios. Desnúdala de toda idea particular sobre Dios (como es él en sí mismo o en sus obras) y mantén despierta solamente la simple conciencia de que Él es como es. Déjale que sea así, te lo pido, y no le obligues a ser de otra manera. No indagues más en Él, quédate en esta fe como en un sólido fundamento. Esta simple conciencia, desnuda de ideas y deliberadamente amarrada y anclada en la fe, vaciará tu pensamiento y afecto dejando sólo el pensamiento desnudo y la sensación ciega de tu propio ser. Sentirás como si todo tu deseo clamara a Dios y dijera:

Oh Señor, yo te ofrezco lo que soy, si mirar a ninguna cualidad de tu ser sino el hecho de que tú eres como eres; esto y nada más que esto.

Que este sosiego y oscuridad ocupe toda tu mente y que seas tú un reflejo de ella. Pues quiero que el pensamiento que tienes de ti mismo sea tan puro y simple como el que tienes de Dios. Así podrás estar espiritualmente unido a Él sin fragmentación alguna y sin disipación en tu mente. Él es tu ser y en Él tú eres lo que eres, no sólo porque Él es la causa y el ser de todo lo que existe, sino porque Él es tu causa y el centro profundo de tu ser. En esta obra de contemplación, por tanto, has de pensar en Él y en ti de la misma manera: esto es, con la simple conciencia de que Él es como es y de que tú eres como eres. En este sentido tu pensamiento no quedará dividido o disperso, sino unificado en Él, que es el todo.

Acuérdate de esta distinción entre Él y tú: Él es tu ser, pero tú no eres el suyo. Cierto que todo existe en Él como en su fuente y fundamento del ser, y que Él existe en todas las cosas, como su causa y su ser. Pero queda una distinción radical: Él solo es su propia causa y su propio ser. Pues así como nada puede existir sin Él, de la misma manera Él no puede existir sin Él mismo. Él es su propio ser y el ser de todas las demás cosas. De Él sólo puede decirse: Él esta separado y es distinto de toda otra cosa creada. Y asimismo, Él es el único en todas las cosas y todas las cosas son una en Él. Repito: todas las cosas existen en Él; Él es el ser de todo.

Siendo esto así, deja que la gracia una tu pensamiento y afecto a Él, mientras que tú te esfuerzas por rechazar hasta la más mínima indagación sobre las cualidades particulares de tu ciego ser o del suyo. Mantén tu pensamiento totalmente desnudo, tu afecto limpio de todo querer y tu ser simplemente tal como eres. Así la gracia de Dios puede tocarte y nutrirte con el conocimiento experimental de Dios tal como es. En esta vida, semejante experiencia permanecerá siempre oscura y parcial, de modo que tu ardiente deseo por Él estará siempre nuevamente encendido por Él. Levanta, pues, tus ojos con alegría y di a tu Señor, con las palabras o el deseo:

Oh Señor, yo te ofrezco lo que soy pues tú eres todo lo que soy.

No prosigas, quédate en esta simple, firme y elemental conciencia de que tú eres como eres.

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