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EL CIELO EMPIEZA EN EL SUELO (5) - elMontevideano Laboratorio de Artes en Viena




BODA

Mi hijo Nacho y su compañera austríaca, Valentina, se casaron el viernes 10 de julio por civil y no necesito jurar que jamás vi besarse tanto a una pareja frente a un funcionario público ni frente a un sacerdote.

Porque el ejercicio de la promesa nupcial que vimos en aquel juzgado podría ser casi exactamente descrito con dos estrofas del poema de Miguel Hernández que Serrat no incluyó en una de sus más perfectas musicalizaciones:

Hundo en tu boca mi vida / oigo rumores de espacios, / y el infinito parece / que sobre mí se ha volcado. // He de volverte a besar / he de volver, hundo, caigo / mientras descienden los siglos / hacia los hondos barrancos / como una febril nevada / de besos y enamorados.

Porque lo que fermentaba en aquella ceremonia era una vocación de trascendencia que parecía transformar al mundo entero en un templo sin límites geográficos ni dogmáticos.

Fue una boda esencialmente mestiza, además.

El festejo a cielo abierto se organizó en una bodega medieval suburbana enclavada entre viñedos que resplandecían entre una horizontalidad crepuscular desde donde se divisaba la pureza de una ciudad que derrotó al smog.

Pero en aquel asado donde se tomó vino y cerveza durante muchas horas lo que no enturbió a nadie en ningún momento fue el smog de las almas.

No te vayas a creer que aquí todos los casamientos son así, me advirtió uno de los músicos latinoamericanos que rodeaban la barbacoa donde el cantante de Garufa! maniobraba con el carbón para que los pulpones le quedaran jugosos.

Nacho vive hace trece años en Viena, adonde se graduó de Magister bajo la dirección de Álvaro Pierri, uno de los mayores guitarristas de todos los tiempos, y cuando marchó a la guerra sin ninguna beca todavía tenía el pasaporte italiano en trámite y tuvo que arreglárselas laburando humillantemente en negro, porque las ayudas familiares fueron muy esporádicas.

Vale decir: tuvo que sobrevivir como los escarabajos peloteros, a puro manjar de estiércol, y al final se ganó el derecho a autoidentificarse con el personaje de una copla de Moreno Palacios que le gusta muchísimo.

Si a los reyes da grandeza el sentarse sobre el trono, / puedo también darme tono, yo a pesar de mi pobreza / y a no agachar la cabeza, de hombre libre y vagabundo / porque hay un sentir profundo que me sirve de consuelo, / y es que al sentarme en el suelo yo me siento sobre el mundo.

Lo asombroso fue que después del postre los novios se sentaron literalmente un rato en el centro de un gran corazón formado con candelitas sobre el pasto del fondo, y cuando pregunté si aquello era una tradición austríaca me explicaron que el ritual lo había inventado la inefable madre de Valentina, que irradiaba una despeinada felicidad de vaudeville mozartiano.

La vocación de trascendencia sabe cómo reinar.

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