domingo

KEROUAC Y EL ARTE DE VAGABUNDEAR

Por Gonzalo Reartes

¿Qué ganaré
afrontando mis responsabilidades
en vez de mis misterios?

Nadie es el mismo después de leer a Jack Kerouac. Uno puede zambullirse en cualquiera de sus libros y saldrá empapado de mil formas distintas. Lo primero que viene desde él a nuestro encuentro es su afán por describir las cosas tal cual son, o al menos tal cual las ve él, desde su percepción siempre condicionada (y según la circunstancia) por su propia tristeza, por la marihuana, por el peyote, por el deseo o por el alcohol.

Kerouac reproduce la lógica de Rimbaud, según la cual el poeta se hace vidente mediante un largo y meditado desarreglo de los sentidos. Para escribir, se autoimpone como condición máxima y elemental la honestidad en todas sus vertientes. Su prosa, como él llama “instantánea”, es inefable, hermosa, sentenciada y un poco loca. El libro que lo lanzó a la fama, En el Camino, publicado en 1957, narra los sucesos ocurridos en los diversos viajes emprendidos a través de “la América Real: oscura, oculta, subterránea”;yendo de costa a costa (recorriendo ciudades como Nueva York, Denver, San Francisco, Nueva Orleans, Chicago, e incluso llegando a la Ciudad de México).

Asimismo, cuenta la historia de Neal Cassady (el héroe de todos los beatniks), su amigo y el personaje desde el que todo surge y alrededor del cual la novela gira.Es, también, un manifiesto de la generación a la cual perteneció y a la cual, junto a su entrañable colega y amigo, el poeta Allen Ginsberg, bautizó Generación Beat. Ésta surge en la segunda mitad de la década de 1940 y se consolida de lleno entre 1955 y 1960, cuando tanto Kerouac como el resto de sus integrantes (Ginsberg, Burroughs, Cassady, Corso, O’ Hara, Snyder, etc.) alcanzan fama y reconocimiento a grandes escalas.

Basta un leve atisbo a las páginas de En el Camino para darnos una idea de cómo eran estos “santos, dementes, pordioseros”, como Kerouac los describía: “Corrían calle abajo juntos, entendiéndolo todo del modo en que lo hacían aquellos primeros días, y que más tarde sería más triste y perceptivo y tenue. Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de cosas triviales ni de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas.”

Si algo caracteriza a Kerouac es su completo e irrefutable inconformismo, su crítica hacia el modo de vida americano, a esa clase media sin personalidad, que piensa lo mismo al mismo tiempo, como una gran masa uniforme. Esto es un aspecto que se repite una y otra vez en sus libros. El desprecio a la cultura vacía, a la gente que no es capaz de juzgarse, de mirarse al espejo y soportar lo que ve, al autoengaño.

En Viajero Solitario, una publicación de sus viajes y anotaciones consecuentes, podemos acercarnos a su pensamiento anti conformista: “Las luces de navidad no van a salvarte ni salvarán a nadie, como tampoco lo harían las luces de navidad colgadas en agosto en un arbusto seco por la noche, si es que eso tuviera algún sentido, ¿qué es esta navidad que profesas, en este vacío, en esta nube de niebla? Yo no habito nunca en la farsa que es la vida real de este mundo lleno de ruido.”

En la misma sintonía, manifiesta un total rechazo a los tediosos personajes que andan por la vida dando la mano como diplomáticos y jactándose de sus compromisos, contactos y status social: “En aquel momento sentí lástima por él. Nunca le dijeron yo también te amo una tarde cualquiera, delante de una cerveza, nadie lo invitó nunca con un trago, nunca se rió ni se dejó llevar por el alcohol; dedicó las trasnoches a cultivar su úlcera para ser rico y darle a su familia lo mejor”.De esta imposibilidad de aceptar los hechos sociales como un mandato divino o una ley imposible de cambiar, se desprende en la literatura kerouaciana un profundo amor hacia la naturaleza (porque la naturaleza es caos, y el caos es justo y sincero), una gran necesidad de recluirse en soledad y vivir en paz con el pasto y las nubes. De allí que en una época haya tomado un empleo como cuida bosques en una cabaña desolada en Big Sur, California, donde permaneció 90 días en la más absoluta soledad, sólo rodeado de animales, batallando con su alcoholismo, los excesos y su abuso de sustancias alucinógenas. Es de esta experiencia que surge Big Sur, otro de sus libros, en el cual llega a afirmar que “es tan fácil soñar despierto en los bosques y elevar plegarias a los espíritus del lugar y decirles Permitan que me quede aquí, sólo busco paz y las cumbres neblinosas responden, mudas: Sí.”

Todas estas reflexiones alcanzan su punto más alto cuando incursiona en el budismo zen, del cual surge su expresión más concreta, su novela Los Vagabundos del Dharma, que trata de Gary Snyder y los años 55 y 56 en Berkeley y Mill Valley, y de la búsqueda del auténtico significado de la existencia por parte de unos jóvenes febriles, expresando la comunión con la naturaleza en la cima de las altas montañas, la fraternidad y la poesía; todo entre vino, marihuana y orgías.

A Kerouac lo desvelaba el resurgir de su propia espiritualidad, la cual creía haber perdido en alguna parte del camino y sin la cual no creía poder llevar a cabo una existencia plena. Para él, el silencio estaba en todas partes y todo, y en todas partes, era silencio: “La sociabilidad no es más que una gran sonrisa, y una gran sonrisa no es más que dientes. Es mejor dormir en una cama incómoda libre que dormir sin libertad en una cama cómoda”.Aquí expresa su visión más sombría (y genial) del mundo, aquí es todo: francotirador, poeta, vagabundo, budista, lunático, paria entre los parias.

El mundo no es sino flores, sauces, nubes y éxtasis, es decir: el mundo no es sino mente y la mente no es sino el mundo, todo lo creado ha sido creado para desaparecer: “El mundo entero es una cosa llena de gente que anda de un lado para otro cargada con mochilas, Vagabundos del Dharma negándose a seguir la demanda general de la producción de que consuman y, por tanto, de que trabajen para tener el privilegio de consumir toda esa mierda que en realidad no necesitan, como refrigeradores, aparatos de televisión, coches, coches nuevos y llamativos, brillantina para el pelo de una determinada marca y desodorantes y porquería en general que siempre termina en el cubo de basura una semana después; todos ellos presos en un sistema de trabajo, producción, consumo, trabajo, producción, consumo…”.

Toda la poesía de Kerouac gira alrededor del amor, está en todos y cada uno de sus libros. La existencia y la espiritualidad también laten en cada escrito, pero el eje fundacional es el amor y las relaciones tempestuosas, reflejo de aquellas que experimentó en su vida.

Esto es importante: toda su obra no es sino un reflejo de experiencias vividas, un relato de sus vivencias y toda la gente loca que lo rodeaba. Puede decirse que sus novelas son sumamente autobiográficas. Una y otra vez aparecen los mismos personajes con distintos nombres ficcionales. En el volumen publicado bajo el nombre de Cartas, donde se da a conocer su extensa correspondencia con Allen Ginsberg, Kerouac parafrasea a Shakespeare y afirma:“no es amor el que por un altercado cambia. Nuestros problemas de comunicación no son sino una especie de temor a ser comprendidos, o malinterpretados, con el amor por energía básica, pues ser comprendido completamente supone una especie de vacío. Si todo el mundo fuera verde, no existiría el color verde. Del mismo modo, los hombres no pueden saber lo que es estar juntos sin saber por otra parte lo que es estar separados. Si todo fuera amor, ¿cómo podría existir el amor? Por eso nos alejamos unos de otros en momentos de gran felicidad e íntima relación. ¿Cómo vamos a conocer la felicidad y la intimidad si no las contrastamos, como las luces?”.

En Kerouac amor y dolor son una misma cosa, están inevitablemente entrelazados, unidos, padres de la tristeza, y es desde la tristeza que el poeta encuentra la raíz, la harina de su pan, su alimento. En Los Subterráneos, una de sus mejores novelas, un libro lleno de dolor que se deja leer de un tirón, como algo que se arranca de la piel con rapidez, da cuenta de una relación turbulenta, fugaz, que deja una honda marca en su vida: “Siempre buscamos a los que realmente no nos buscan. Como si no hubiera padecido ya suficientes dolores de cabeza, como si otros amoríos anteriores no me hubieran enseñado su mensaje de dolor; seguía buscando, buscando de por vida…”. No es más que el reflejo (uno de tantos) del testimonio que da en En el Camino: “Todo se estaba entremezclando y todo se estaba yendo a la mierda, todo el asunto carecía de solución, aparte de que Lucille nunca me comprendía porque me gustan demasiadas cosas y me confundo y desconcierto corriendo detrás de una estrella fugaz tras otra hasta que me hundo. Así es la noche, y eso produce. No puedo ofrecer más que mi propia confusión.”

Este es el mensaje que nos da Kerouac: el amor no es felicidad, las relaciones no son sencillas, todo es fugaz, nuestro estado de ánimo condiciona nuestras relaciones y el deseo fluye más fuerte cuanto más desconocido. Debemos aprender obrando, experimentando y viviendo, por encima de todo mediante el amor y el dolor. 

Eliminar el amor del propio ser con objetivo de evitar el sufrimiento no es sino un sacrilegio comparable a la castración. Kerouac escribe a Ginsberg: “Te dieron la capacidad de amar para usarla, sin que importe el dolor que pueda causarte. Deseamos intensamente entregarnos a otros, aunque sea imposible… la cosa no tiene remedio”.No hay dirección en el vacío. El aprendizaje es a través del amor y el sufrimiento.

En resumen, aunque es imposible resumir ningún aspecto en la vida y obra de Kerouac, todo es complejo, todo es complicado, como un rompecabezas interminable con ráfagas de realidad poética de una honestidad incomparable y brillante, en resumen, decía, y a modo de conclusión, podemos afirmar que nadie ha llegado tan lejos como Jack Kerouac en la búsqueda literaria del propio ser, explorando los límites del deseo y del dolor. Un vagabundo, extranjero en todas partes, amigo de los excesos, de la gente loca, un poeta sin objetivos, que va a ninguna parte. El pensamiento kerouaciano puede ser revolucionario, contradictorio, complejo, oscuro, alegre, triste, pero nunca aburrido. En sus Cartas podemos hallar su síntesis literaria o hasta, si se quiere, su testamento poético: “Quiero que me dejen en paz. Quiero sentarme en la hierba. Quiero montar en mi caballo. Quiero follar con una mujer desnuda en la hierba del monte. Quiero pensar. Quiero rezar. Quiero dormir. Quiero mirar las estrellas. Quiero lo que quiero. Quiero prepararme mi propia comida, con mis propias manos, y vivir así. Quiero leer libros. Quiero escribir libros. Escribiré libros en los bosques. Thoreau tenía razón; Jesús tenía razón. Todo está mal, yo lo proclamo y que se vaya todo al infierno. No creo en esta sociedad; pero creo en el hombre. Así que, oye, arréglatelas con tus propios huesos”.


Fuente: www.marcha.org.ar/

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