domingo

GASTON BACHELARD - LAUTRÉAMONT (23)



III. LA VIOLENCIA HUMANA Y LOS COMPLEJOS DE LA CULTURA


I (2)

Es extraordinario que la psicología de la novatada y de la emulación no haya aun tentado a un autor. Un libro entero sería necesario para elucidarla, para destacar los caracteres sociales e individuales, para determinar las razones de su persistencia, la indiferencia o la incapacidad que marca con dos signos nefastos a los vejados y a los vejadores. Las vejaciones son, en el medio escolar, más graves que en otra parte, porque son contemporáneas de una cultura. Nuestra tesis, en este capítulo, como resultado sugiere que el periodo de la adolescencia ha sido, para Isidore Ducasse, un periodo doloroso, intelectualmente neurotizante. De manera general, un psicoanálisis clásico, avanzaría al considerar desde más cerca las circunstancias de la cultura. Un psicoanálisis del conocimiento no tardaría en descubrir en el estrato sedimentario -por encima del estrato primitivo explorado por el psicoanálisis freudiano- complejos específicos, complejos culturales resultantes de una fosilización prematura.

Desde el simple punto de vista social, en el medio escolar, la ligera diferencia de edad de los adolescentes es reforzada por la diferencia entre las clases; de manera que el de la retórica ejerce fácilmente una voluntad de poder específica, de aspecto intelectual sobre los alumnos de segundo. Esta fácil vanidad por otra parte, es sometida a ruda prueba por el “complejo de superioridad” del profesor. El que triunfaba se siente entonces atravesado como por miles de flechas -¡flechas de miel!- por los sarcasmos del maestro. De la vanidad triunfante a la vanidad aplastante, sólo hay un intervalo de algunas horas. Se ha medido mal esta doble emoción que traspasa las horas escolares. Demasiado fácilmente se imagina que la vanidad que se ve burlada por ese solo hecho se corrige. En realidad, incluso bajo las formas de emulación en apariencia más anodinas, la vanidad es motivo de inhibiciones muy dolorosas. De manera que la adolescencia, en su esfuerzo de cultura, se ve perturbada profundamente por los impulsos de la vanidad. Los plagios, la competencia, las no discutidas opciones de gusto, las críticas cortantes sin pruebas objetivas, he allí las secuelas de la clase de retórica. Además, en Prefacio a un libro futuro se encuentra una apología del plagio presentada como un sano ejercicio literario (p. 381): “El plagio es necesario. El progreso lo implica. Ciñe de cerca la frase de un autor, se sirve de sus expresiones, eclipsa una idea falsa, la reemplaza por la idea justa.”

Por otra parte, no ha sido aun examinado el problema psicológico de la cultura literaria en su aspecto estrictamente lingüístico. De hecho, la clase de retórica es, en el sentido matemático del término, un punto de retroceso en la evolución de la vida expresiva. Es allí donde el lenguaje debe reformarse, rectificarse, corregirse bajo la burla olímpica del maestro. Es allí donde se duplica verdaderamente con su etimología consciente. Por primera vez, la lengua materna es objeto de una extraña sospecha. Por primera vez, la lengua es vigilada.

Todo poeta, incluso el más directo, ha pasado por un periodo de lenguaje reflexionado, de lenguaje meditado. Si se sirve de una etimología inefable, si de repente encuentra la gracia de una ingenuidad, toma tal conciencia de ello que usa pronto la ingenuidad como destreza. Verdaderamente dichoso quien ha reflexionado sobre su lengua, en la soledad, escuchando los innumerables libros, sin aceptar el reflejo escolar del hombre corrector, del hombre elevado por los escalones de una cátedra. No hay almas poéticas sin ecos múltiples y prolongados, sin ecos redoblados, sin un esencial multihumanismo, sin un verbo escuchado en las llanuras y los bosques, en la luz y la sombra, en la ternura y la cólera.

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