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BAJTIN ENTRE NOSOTROS - JAVIER GARCÍA MÉNDEZ


En marzo de 1975, Mijail Bajtin moría en Klimovsk, cerca de Moscú, satisfecho seguramente de la notoriedad alcanzada por su obra intelectual en la Unión Soviética, e imaginando acaso los futuros avatares de la celebridad adquirida por ella -y por sus versiones- en los países occidentales.

En abril de 1967, cuando ni una sola página de Bajtin había sido aun traducida a lenguas latinas o germanas, Julia Kristeva daba a conocer en la revista Critique el artículo “Bakhtine, le mot, le dialogue, le roman”. Aprovechando acaso el prestigioso espaldarazo, los editores occidentales se abalanzaron sobre la producción bajtiniana e inundaron con ella los medios universitarios. En 1968, la editorial de M.I.T. (Cambridge, Estados Unidos) publica la versión inglesa de La obra de François Rabelais y la cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, el libro aparecido en la Unión Soviética en 1965. El mismo año, Einaudi, de Turín, da a conocer la traducción italiana de la segunda edición de Problemas de la poética de Dostoievski, cuya primera versión había sido publicada en la URSS en 1929. En 1970, ambos libros aparecen en francés -el primero a través de Gallimard, y el segundo, en dos versiones, a través de Seuil (París)  y de L’Age d’Homme (Lausana)-. A ellos se agrega, en 1978, la traducción francesa de Cuestiones de literatura y estética (Gallimard), publicado en la URSS póstumamente en 1975. Cuatro años más tarde, cuando los libros mencionados son conocidos ya en varios idiomas, aparece en México Estética de la creación verbal (Siglo XXI, 1982) -cuya edición soviética es de 1979-. A partir de ese momento, los lectores de las lenguas occidentales de uso académico tendrán acceso no sólo a prácticamente todo Bajtin, sino también a libros que le son a veces atribuidos, como El freudismo, El método formal en los estudios literarios Marxismo y filosofía del lenguaje, que fueron en realidad publicados en 1927 y 1929 por dos de sus discípulos: Valerian Volosinov y Pavel Medvedev.

A esta amplísima bibliografía debe agregarse otra -a la que, a regañadientes, se añade la presente nota- constituida por centenares y, acaso miles de textos -libros, artículos, reseñas, actas de coloquios y congresos, números completos de revistas- que pretenden referirse al pensamiento bajtiniano, ensalzarlo o confutarlo, interrogar algunos de sus conceptos o servirse de sus categorías para analizar obras literarias. Es de destacar que forman parte de esta superfetación bibliográfica -nada extraña, si se tiene en cuenta la riqueza de la reflexión de que ella se ocupa-algunos intentos biográficos que transforman a Bajtin en una figura única dentro del panorama de los estudiosos del discurso y de la literatura -¿existen biografías de Saussure, de Adorno o de Lukács?-. Entre estos intentos se cuentan la nota de Todorov en Mikail Bakhtine le príncipe dialogique (París, Seuil, 1981) y el Bakthine de Holquist y Clark (Harvard University Press, 1985).

Que la producción de Bajtin haya llegado hasta nosotros debe ser considerado como un acontecimiento de un enorme valor. Sin ella, los estudios discursivos y literarios carecerían de un instrumento esencial que, en una perspectiva materialista y dialéctica ensancha considerablemente la inteligencia de sus objetos. Pero equivaldría a mostrarse poco sensible al magisterio de esa producción el no tener en cuenta que ella nos llega a través de intermediarios que la orientan en sentidos que no se encuentran necesariamente en sus enunciados. Consíderese, por ejemplo, que la obra de Bajtin no es solamente objeto de una cuidadosa atención por parte de quienes se consagran al estudio de la dimensión sociohistórica de los fenómenos discursivos -lo cual es perfectamente lógico-; a ella proclaman también una vertiginosa adhesión algunos investigadores para quienes la problemática del discurso no justificaba sino construcciones puramente formales. Uno de estos últimos es Todorov, quien prolongando las investigaciones de los formalistas rusos -investigaciones contra las cuales, precisamente, Bajtin elaboró sus reflexiones- consagran en los años sesenta lo mejor de sus esfuerzos a la elaboración de una teoría formal de la literatura, apuntando a descubrir una gramática universal -atemporal histórica- del relato. El hecho de que Todorov sea hoy el principal promotor, en Francia, de una cierta versión de la reflexión bajtiniana -privada, lógicamente, de su fundamento historizador- constituye una verdadera paradoja. Una paradoja que se compadece con el hecho de quien en 1981 proclamara a Bajtin “el más importante pensador soviético en el terreno de las ciencias humanas y el mayor teórico de la literatura del siglo XX” (Mikhail Bahktine le príncipe dialogique, p. 7) no se haya ocupado de corregir un aserto anterior según el cual su maestro habría sido “uno de los últimos Formalistas” (la mayúscula está en el original: Poétique de la prose, Paros, Seuil, p. 251).

Podría objetárseme, con razón, que el haber sido formalista puro no impide, en algún momento, tomar conciencia de la historia. En un artículo anterior (“Semiótica e historia”, Casa de las Américas, Nº 135, nov.-dic. 1982, pp. 163-168) he intentado mostrar a través del análisis de La conquête de l’Amérique (Paris, Seuil, 1982) que no ese el caso de Todorov. Ese libro, justamente, cree o finge creer que es posible partir de la reflexión bajtiniana sin que ello conduzca necesariamente a ocuparse de la dimensión histórica de los discursos.

Si es cierto que la enseñanza primordial de Bajtin tiene que ver con la constitución múltiple de la enunciación y con la necesidad de identificar a los distintos actores que se manifiestan en un mismo enunciado, acaso haya que empezar, entre nosotros, por averiguar quiénes son los enunciantes que se manifiestan en un discurso cuyo origen inmediato se encuentra en los aparatos occidentales de consagración y legitimación. Sobre todo, cuando se tiene en cuenta, por un lado, que el discurso favorecido por estos aparatos exhibe una proverbial tendencia al ditirambo, a la empresa hagiográfica y a la amalgama de posiciones antagónicas, y, por otro, que el interés comercial e ideológico de los mismos aparatos está en franca contradicción con las motivaciones de la reflexión bajtiniana. Esa averiguación podría demostrar que tanto la sobrepuja monumentalizadora como algunas de las orientaciones de que es actualmente objeto Bajtin apuntan a la neutralización de lo que en sus reflexiones hay de amenazador para el sistema que aquellos aparatos tiene el cometido de salvaguardar y reproducir.

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