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EL CIELO EMPIEZA EN EL SUELO (3) - elMontevideano Laboratorio de Artes en Viena


H.G.V.                                                 


BARBARIE

El jueves 8 de julio fuimos a Salzburgo con Guillermo Wood, que también había llegado a la capital musical del mundo para presenciar la boda de mi hijo.

En la primera de estas paginitas de bitácora especifiqué que cuando tomé la decisión de viajar misioneramente a Austria me prometí ofrecerle una especie de fidelidad de perro a la humildísima casa donde Dios decidió que emergiera la crucificada precocidad de Wolgfang Amadeus Mozart.

Conocí el Andante del Concierto Nº 21 para piano y orquesta a los 20 años, y demoré otras dos décadas en atreverme a ponerle un texto que me emsamblara emblemáticamente con el hombre-niño y terminé por grabarlo en 2011.

Le agregué una breve introducción de San Juan de la Cruz y considero que lo que titulé el Andante de la Fonte es algo así como mi cédula de identidad espiritual.

Olga Pierri me había hablado de la saturación que provoca la encolinada y vistosa Salzburgo, pero a mí me fue imposible prever que aquella ciudad que el hombre-niño odió sin disimulo durante toda su vida fuera tan ostensiblemente un circo turístico organizado para invadir su mito.

La Mozart Wohnhaus transformada en museo permite al visitante circular a través de más de 100 puntos referenciales (que incluyen instrumentos, cuadros, documentos escritos, etc.) provisto de un aparatito que explica en diferentes idiomas todo lo que reluce allí.

Sería imposible calcular a cuántos integrantes de las interminables excursiones les importa la música supraterrenal que sigue rezumando el espíritu de Mozart (y lo más seguro es que un altísimo porcentaje jamás lo haya escuchado de verdad) pero el lucimiento glamoroso del niño prodigio les interesa a todos.

La religiosidad invencible que siempre le hizo sonreír la calavera al basureado hijo de don Leopoldo, en cambio, es un pecado que el consumismo salvaje se especializa en ningunear.

En la década del 90, cuando tuve que empezar a lidiar con la dantesca selva que se apoderó de mi vida, escribí un tríptico sórdido titulado Amadeus:

Quemaré las muletas / del niño que murió. / Me bastan los muñones / para escarbar el mundo.

II Solo / en el centro de todos / tu levedad rutiló / bajo la mañana blanca / y te aplaudieron igual / que a un velero de juguete. / Solo / en el centro de todo / tu corazón levitó / sobre la mañana triste / y te olvidaron igual / que a una estrella descarriada.

III Con una rosa rota en la garganta / les digo basta y beso la sentencia / que me gané por arañar el mundo. / Quiero que los perfume un niño muerto.

Y ahora, casi 30 años después, le pedí a Guillermo Wood que me sacara una foto sentado en el escalón de entrada de la Mozart Wohnhaus, y teatralicé una pose más rabiosa que asqueada.

¡Ay amor que le sigue molestando a la barbarie ilustrada, Silvio!

¡Ay amor que se nos sigue yendo por el aire del Gólgota, Federico!

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