jueves

ARTURO DÁVILA -´EL NEOBARROCO SIN LÁGRIMAS (8)



Severo Sarduy difiere de D’Ors, al señalar que lo que en el catalán es “naturaleza” para el cubano es “artificialización”. (20) Aquí es pertinente citar la crítica de Gustavo Guerrero a la concepción de D’Ors y Carpentier sobre el barroco como “eon” y constante en la naturaleza, “pues es obvio que hablar de ‘neobarroco’ no tiene sentido si se considera el barroco como una constante” (19). Consideramos, sin embargo, que la teoría de la “retombée” de Sarduy supera y soluciona esa divergencia. Expliquemos: cuando en el prólogo a su libro, D’Ors habla de “ritmos idénticos”, coincide con la premisa neobarroca de Sarduy, quien dilata su significación aun más, al señalar que las formas artísticas se corresponden con las concepciones cosmogónicas del universo. D’Ors se pregunta: “la danza de las estrellas, ¿no evoca en ritmos, pasos y figuras algunos de los esquemas predilectos del barroquismo? (12). Y Sarduy, al expander la idea, elabora la teoría de la retombée o resonancia histórica y suscita la cosmología contemporánea del neobarroco. (21) El nuevo saber de los hombres sobre los astros presupone “la levadura de la superabundancia, el germen de la proliferación, oro y exceso del barroco” (Ensayos: 9). Y si el paso de la esfera de Galileo a la elipsis de Kepler marcó la cosmovisión del barroco seiscentista, hoy nos encontramos ante una “nueva inestabilidad” que parece reflejarse -espejearse- de las teorías de Edwin Powell Hubble (1859-1953). “boxeador extraordinario y abogado feroz” (Ensayos: 17) quien, en 1928, con la agilidad física de un pugilista de pesos pesados y la destreza verbal -y escrita- de un hábil fiscal, se convirtió en el “fundador de la teoría extragaláctica moderna y el primero que proporcionó una base de observación a la teoría de la expansión del universo” (17), teoría que otorgó verosimilitud a la concepción del big bang del abate Lamaître (12). Esta nueva inestabilidad crea, en palabras de Pierre Thuiller, un “vacío epistemológico”, una paradoja entre la ciencia que se empecina en “el feroz deseo del Uno” (Ensayos, 24), y el lenguaje y el arte que proclama su fragmentación. Sarduy lo explica así: “Se podría, a lo largo del siglo (XX), intentar una divergencia: un ‘paralelo’ entre la pulsión unificadora de la ciencia y la furia desconstructora que caracteriza a la vez su lenguaje y el lenguaje del arte” (25) Y esta divergencia de los discursos “comienza la aventura de la fragmentación, la era de la fractura” (25)

Sarduy dedica un capítulo entero a describir las maquetas del universo que lo quieren “domesticar”, hacer accesible, acaso intentando reducir esos vacíos gigantescos en formas conocidas. Es curioso notar que las metáforas usadas por los científicos son, literalmente hablando, bastante pobres. Así, el físico italiano M. Mazzetti, cuyas maquetas del universo, elegantes y escuetas, son notables, acaba por crear estructuras a las que define como “en forma de colmena”, o un modelo al que califica de “espumoso”, “esponjoso” o que semeja un “queso suizo”. (22) Menos feliz resulta, asimismo, la solución que Trinh Xuan Thuan, cosmólogo chino, utiliza para definir esa forma creciente del universo -ese “tapiz” cósmico, diría Sarduy- ya que el científico llega a comparar los conglomerados de galaxias con la forma de un disco, y más especialmente, “de crépe, muy aplanada” (Ensayos: 39). Y si bien los poetas ganarían si aprendieran en lenguaje científico de las matemáticas y la física, como quería Paul Valéry, los científicos no harían nada mal en acercarse al lenguaje de los poetas. Y de los poetas barrocos en especial.

Volvamos a Góngora, y recordemos el principio de las Soledades, en que el poeta cordobés describe la entrada de la primavera cuando el sol pasa por la constelación de Tauro “mentido robador de Europa” que “en campos de zafiro pace estrellas”. El manuscrito primitivo de las Soledades hablaba de Tauro que en dehesas azules pace estrellas, endecasílabo que desbordo el entusiasmo de Francisco del Villar, quien quería escribirlo “con letras de oro” y, años más tarde, de Dámaso Alonso (cf. Francis Jammes: 132). Así, los inmensos espacios cósmicos, los hoyos negros, y la multitud de constelaciones, convertidos en “dehesas azules” o en “campos de zafiro”, se iluminan con esa admirable imagen gongorina que sobresale y explica el dilema del diseño universal mejor -o al menos con mucho más creatividad y elegancia- que la insípida “crepa” aplanada del científico asiático, instalado en algún cubículo ante los gélidos telescopios de la Universidad de Virginia.


Notas

(20) Sarduy: “El festín barroco nos parece, al contrario, con su repetición de volutas, de arabescos y máscaras, de confitados sombreros y espejeantes sedas, la apoteosis del artificio, la ironía e irrisión de la naturaleza, la mejor expresión de ese proceso que J. Rousset ha reconocido en la literatura de toda una “edad”: la artificialización” (“El barroco y el neobarroco”: 168)
(21) Sarduy estudia “el reflejo o la retombée que una cierta cosmología puede suscitar en el campo artístico o viceversa” (Ensayos: 9)
(22) Seguimos aquí a Sarduy en “Una maqueta del universo” (Ensayos: 30-34 y ss.)

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