sábado

PARÍS ERA UNA FIESTA - ERNEST HEMINGWAY (37)


XX

PARÍS NO SE ACABA NUNCA (6)

Los ricos llegaban guiados por el pez piloto. Un año antes no se hubieran acercado por nada del mundo. Todavía no tenían seguridad. La obra que se hacía era tan buena como la felicidad, pero todavía no había ninguna novela publicada. ¿Para qué apurarse? Picasso sí que era un valor seguro, y ya lo era en los tiempos cuando ellos todavía no sabían lo que es un cuadro. También creían en la calidad de la obra de otro pintor. Y en la de muchos otros. Pero aquel año también creían en mí, y el pez piloto que habían mandado les aseguró de que iban a ser bien recibidos y que yo no iba a cocear. El pez piloto era amigo nuestro, por supuesto.

En aquellos días yo confiaba en el pez piloto tanto como hubiera confiado en las  Instrucciones Náuticas del Almirantazgo Británico para las Costas Mediterráneas. Y bajo el encantamiento de aquellos ricos me mostré tan confiado y tan estúpido como un perro perdiguero que quiere salir de paseo con cualquier hombre que tuviera una escopeta, o como un animal de circo que por fin cree haber encontrado a un domador que le aprecia por sí mismo y por amor a su alma inmortal. La idea de que todos los días podían ser una fiesta me pareció un descubrimiento maravilloso. Incluso llegué a leerles capítulos ya terminados de mi novela, lo que viene a ser la peor bajeza en la que puede caer un escritor, y mucho más peligroso para su carrera de escritor que, para un esquiador, el esquiar sin cuerda por los ventisqueros antes de que las verdaderas nevadas de invierno hayan recubierto las brechas del hielo. Me decían:

-Es una cosa grande, Ernest. Una cosa grande de verdad. Ni vos mismo sos capaz de darte cuenta de lo grande que es.

Y yo sacudía la cola muy contento, mientras me zambullía en el charco de aquella vida convertida en fiesta, y a cada rato hacía la gracia de volver con algún hermoso pedazo de palo entre los dientes, en lugar de pensar:

-Si a estos hijos de puta les gusta lo que escribo, es porque debe tener algo podrido adentro.

Pero todavía no era capaz de pensar ni de reaccionar como un verdadero profesional, cosa que ya había demostrado cuando les leí partes de la novela.

Antes de que llegaran aquellos ricos ya habíamos sido contaminados por otros ricos que usaron una de las trampas más viejas que se conocen en el mundo. Consiste en lograr que una joven soltera se convierta por un tiempo en la mejor amiga de otra joven que está casada, que se ponga a convivir con la esposa y con el marido, y que, inconsciente e inocente e implacablemente, se proponga sacarle el marido. Cuando el marido es un escritor ocupado en un trabajo duro que le lleva muchas horas, y durante la mayor parte del día no puede estar con su mujer, el mecanismo de la trampa tiene muchas ventajas y a la larga funciona. Porque al terminar su jornada de trabajo el marido tiene dos muchachas atractivas al lado. Una es nueva y desconocida, y con un poco de mala suerte el marido empieza a vivir enamorado de las dos al mismo tiempo.

Entonces, en vez de los dos y su hijo, ahí tenemos a los tres. Al principio es divertido y estimulante, y sigue siéndolo por mucho tiempo. Todas las verdaderas maldades nacen en estado de inocencia. Se vive al día, y se disfruta sin apuro de lo que se tiene. También se dicen mentiras sin querer decirlas, hasta que empieza el desmoronamiento y cada día crece el peligro, aunque se sigue viviendo al día, como en la guerra.

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