por Hugo Fontana
(reportaje recuperado de El País / junio-5-2015)
PRIMERA ENTREGA
Poesía, cuento, novela, literatura infantil: Horacio Cavallo, nacido en Montevideo en 1977, viene incursionando en todos esos géneros y hoy es una de las figuras más visibles de lo que él mismo entiende como "su generación", la de aquellos jóvenes escritores que han publicado sus primeros textos en la última década. Algunos de sus títulos que han tenido mayor difusión son las novelas Oso de trapo y Fabril, el reciente libro de cuentos El silencio de los pájaros, sus libros de poesía El revés asombrado de la ocarina y Descendencia, y el libro para niños El jorobado de las alas enormes.
¿Qué caminos te llevan a la literatura?
El mayor vínculo lo tuve en la infancia, sobre todo a partir de un episodio que no era necesariamente literario, aunque con los años pude saber que sí. Yo tenía 8 o 9 años y me quería ir de casa; me había calentado con mis viejos y me habían venido unas ganas enormes de irme. Pero entonces lo que hice fue escribir sobre esa suerte de fuga, escribir cómo lo iba a hacer y básicamente escribir lo que no podía hacer. Ese es el primer intento, el primer vínculo con una hoja donde en definitiva quiero escribir algo. Y después a los 11 o 12, cuando quería ser cantante y escribí un montón de canciones muy tontas, muy primitivas, impulso que luego se transformó durante la adolescencia en escribir poesía. En esos años escribo también dos o tres relatos: una vez iba al liceo y pasé frente a una casa que se había prendido fuego, y pregunté y me dijeron que allí vivía un tipo que había sido el responsable del incendio, y entonces escribí una historia de piromaníacos. A los 19 fui a un taller a la Casa de la Cultura del Prado, con Walter Ortiz y Ayala. No se manejaban muchos recursos técnicos ni se nombraban muchos autores; lo que el coordinador hacía era ver algunos de nuestros textos, y te daba para adelante o te mataba. Yo no sabía muy bien qué quería; el año anterior, en la misma Casa de la Cultura, había hecho percusión, otro año había hecho dibujo y pintura… Pero creo que ya tenía claro que lo que más me gustaba era la literatura, aunque ir al taller me daba más miedo porque tenía que exponer algo personal, privado.
¿Algún antecedente familiar?
Mi viejo, que siempre fue muy lector, y el abuelo materno que vivía en Nueva Palmira y al que le decían el "poeta". Tengo uno o dos poemas que él escribió y que nunca llegó a publicar. En la biblioteca de Nueva Palmira quedan algunos de sus manuscritos, aunque nunca los pude leer. Toda la vida vi leer a mi padre, sobre todo mucho libro policial, toda la colección de Agatha Christie, algunos thrillers políticos, aunque después de que yo empecé a leer solo dos veces intercambiamos libros: le di la Narración de Arthur Gordon Pym de Poe, y él me dio La costa de los mosquitos de Paul Theroux, que me resultó parecido a Horacio Quiroga; es la historia de un hombre que lleva a su familia a vivir lejos de la ciudad, algo con lo que también siempre tuve fantasías. Hice un año en el IPA con la idea de recibirme e irme a cualquier parte del Interior… La familia de mi vieja es de Nueva Palmira, aunque se vino a Montevideo cuando ella tenía 5 años, y mi viejo fue criado en Capurro, con mi abuela, una mujer con una buena biblioteca donde por ejemplo conocí a Onetti, a Borges, a aquella colección que Radio Sarandí había publicado a comienzos de la dictadura… No era una mujer muy literata pero sabía que había cosas que se debían leer.
Creciste en un barrio. Sí, en La Figurita, barrio ubicado entre Bulevar Artigas, Av, Garibaldi y Av. Garibaldi y Av. Gral. Flores al lado del Reducto, al lado de Jacinto Vera, de Brazo Oriental, de Goes… UN barrio con calles de adoquines. Pertenezco a una de las últimas generaciones que podían jugar a la pelota en la calle, treparse a los árboles, pasarse un buen rato sentado en una esquina escupiendo a las hormigas. Eso cambió bastante.
LA PRIMERA MENTIRA
Hay quien dice que la infancia termina cuando aparece una mujer desnuda en tu cama.
Sí, ni hablar. O capaz que cuando la mujer desnuda te deja. Después se van recibiendo más sopapos y uno va dándose cuenta de que eso es ser adulto, que no era tan fácil aquello de "yo quiero ser grande".
El psiquiatra inglés Ronald Laing decía que la primera vez que el niño se siente independiente es cuando le creen la primera mentira; deja de ser transparente y se convierte en persona. De pronto tus primeras escrituras eran parte de ese proceso.
Sí, probablemente. Y eso de mentir va muy de la mano con la literatura. Onetti hablaba de la necesidad de mentir. También es una forma de manejar cierto poder. Es como pararse en un lugar y decir "yo puedo modificar esto a mi antojo", y ver cómo los demás se modifican a través de eso.
Parecería que has estado en una búsqueda de los mejores espacios para mentir: la poesía, la literatura para niños, la novela, el cuento. ¿Dónde mentís más cómodamente?
Me gusta bastante la literatura infantil, no acaso más que lo otro, pero a propósito de este asunto creo que los niños son más "inocentes", creen en la mentira, están como más predispuestos a ella. En el caso de la literatura para adultos, si algo no cierra, si no mentiste bien, el lector lo advierte. De todos modos creo que nosotros, ya adultos, seguimos leyendo porque queremos mantener vivo ese ritual de que nos cuenten una historia. La lectura en la infancia tiene una dimensión maravillosa, pero que con el tiempo se va transformando. De pronto un libro que leímos a los quince años, a los treinta no nos va a resultar igual; entre otras cosas porque fuimos perdiendo la inocencia. Me pasó algo especial con Onetti. Me acerqué a sus libros cuando tenía trece o catorce años pero pude darme cuenta de que no era el momento para leerlo; lo hice a partir de los veinte con total disfrute. Más o menos a esa edad leí la novela Sobre héroes y tumbas de Sabato y me pareció un libro maravilloso porque también tenía que ver con muchas cosas que me estaban pasando, pero años después lo volví a leer y no pasaba nada… Uno cambia, y cambia el lector.
En tu narrativa hay un proceso de búsqueda: en Oso de trapo, Onetti; en Fabril, Kafka; incluso Ballard, en algunos de tus últimos cuentos; como si la búsqueda hubiera comenzado a aplacarse y empezaran a aparecer una cantidad de recursos propios manejados de otra manera.
Sí; uno está buscando esa voz, esa manera de decir cosas. Hace como diez años escribí unos cuentos marcados por el absurdo que a Pablo Silva le habían gustado mucho, y como que se enojó cuando salió Oso de trapo…
¡Una traición!
Sí, porque había abandonado esa otra veta, la fui descartando al descubrir que había otros lineamientos narrativos en los que me sentía más cómodo. Hoy creo que en los cuentos de El silencio de los pájaros es donde me veo más reflejado. Pero no sé si puedo evocar autores a propósito de esos cuentos, creo que esa es una tarea de los críticos.
De todos modos, lo único que puede hacer la crítica es discrepar con tu opinión.
Mi intención es una literatura en la que uno raspe y encuentre que hay cosas debajo. Primero que haya una historia, y que esa historia tenga profundidad, que haya algo latente y que a su vez sea algo que juegue con el lector. Que el lector, de alguna manera, se sienta movilizado, transformado.
Preferís la anécdota antes que el lenguaje, lo que no sucede a menudo en la literatura uruguaya reciente.
Sí, y sé que igual hay algunos defensores de esa postura. También me interesa el lenguaje, pero no como personaje sino como instrumento. Para mí lo que tiene que tener el mayor peso es la historia; después, la manera en cómo se va a contar, uno la podrá ir modificando.
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