QUINTA PARTE: LA SOMBRA DEL ÉXITO: EL LADO OSCURO DEL TRABAJO Y DEL PROGRESO
(16) EL ENCUENTRO CON LA SOMBRA EN EL TRABAJO (2)
Bruce Shackleton
La sombra del poder y la competición
Cuando conocí a Harold -un hombre de mediana edad que hace diez años aspiraba a llegar a la “cumbre”- era vicepresidente financiero de una pequeña compañía de tecnología punta. Su carrera anterior en otras empresas de mayor envergadura había sido relativamente exitosa pero cuando cumplió los cuarenta años inició la psicoterapia conmigo porque se sentía deprimido y carecía de motivación para seguir su fulgurante carrera ascendente. Harold se había resignado a permanecer en una pequeña compañía que no ponía a prueba sus conocimientos y se dedicaba casi exclusivamente a pensar en su jubilación.
Harold había heredado de su familia un cierto sentimiento de inferioridad y constituía un caso típico de baja autoestima. En sus trabajos anteriores había tenido dificultades de relación con la autoridad debido a que, en realidad, se consideraba inferior a sus compañeros.
El jefe de Harold, un hombre duro, insensible y arrogante, dirigía la empresa de manera inflexible, no permitía la oposición abierta y, en ocasiones, llegaba a ser desagradable con sus empleados. Harold respondía a la agresividad de su jefe con una acomodaticia y, en ocasiones ansiosa, voluntad de servicio. Harold había encontrado un jefe sobre quien pudiera proyectar sus oscuros sentimientos de poder, arrogancia y competencia, alguien junto a quien se sentía al mismo tiempo cómodo e inquieto y que reforzaba la imagen familiar que tenía de sí mismo.
Durante una temporada todo pareció funcionar a la perfección. Harold se limitaba a poner buena cara y a desempeñar su trabajo del mejor modo posible y era aceptado tanto por su capacidad como por su apoyo al status quo. Pero aunque Harold sólo era vagamente consciente de una difusa sensación de inquietud y desazón, bajo la fachada estaba evitando toda confrontación, eludiendo la necesidad de cambiar de trabajo y renunciando a su entusiasmo y a su capacidad creativa.
En esa situación el dique pronto comenzó a hacer aguas y Harold, que solía ser una persona juiciosa y devota, empezó a mostrarse agresivo ante pequeñeces en un intento de descargar sus sentimientos de rencor, frustración y desprecio. Esta conducta -tan impropia de la imagen de buen ciudadano que tenía de sí mismo- le impresionó tanto que le condujo a reconsiderar en profundidad el coste personal de su vida laboral.
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