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EL CIELO EMPIEZA EN EL SUELO (2) - elMontevideano Laboratorio de Artes en Viena


H.G.V.                                                  


SOSIEGO

Llegué a Viena el martes 6 de julio y mientras caminábamos unas cuadras desde el apartamento que alquila mi hijo hasta el que le había prestado un colega guitarrista asistente de Álvaro Pierri en la universidad (que esa semana tuvo que viajar al Festival de Liechtenstein) tuve la sensación de estar en un distrito muy alejado del “barullo céntrico” previsible.

El barrio respiraba una liberación de día feriado, y los resplandores color pastel de los impecables edificios prenovecentistas de no más de cuatro pisos dialogaban sistémicamente con el verdor de plazas-parques microclimáticas donde capté sonrisas de niños incrustadas en una limpidez general literalmente compacta.

Pero cuando Nacho me acompañó a comprarme unos shorts y una gorra de verano me di cuenta que estábamos a un paso del “corazón” de Viena.

O mucho mejor dicho: entendí que la planificadísima capital de Austria logra que sus menos de dos millones de habitantes sean sedantemente habitados en cada distrito por ese todopoderoso sosiego rítmico que seguimos llamando tempo giusto.

No recuerdo en cuál biografía de Mozart encontré citada esta inapelable definición del hombre-niño que sufrió una incomprensión casi tan pavorosa como la de Beethoven: Música es tempo, tempo, tempo y tempo.

Y no hubo calamidad capaz de hacerlo caer en la descalabrante arritmia que Beethoven isomorfizaba en sus escritos, cuando ya casi había perdido la fe en la andadura terrestre del ideal:

(…) Humillación del hombre por el hombreello me duele -aúlla en una carta sin destinatario conocido enviada desde Tepliz el 6-VII de 1812: Y cuando me contemplo en relación con el Universo, qué soy yo y qué es Aquél, ¡a quien llaman el más Grande! Y, sin embargo, también en esto aparece lo divino en lo humano. Ay, Dios, ¡tan cercano!, ¡tan lejano! ¿No es un edificio celeste nuestro amor, tan fuerte como los fuertes del cielo?

Porque fue recién después de la inserción de la Oda a la alegría en su sinfonía considerada cumbre (aunque ya en un borrador de la séptima descubierto hace muy pocos años aparece estampada como acápite la palabra desesperación, lo que está demostrando cuál era el enemigo mortal que debía transfigurar en un torrente de potencia sublime) que Beethoven terminó por aceptar que la máxima heroicidad del mago estético es construir la trascendencia abstracta sobre el enclave de la concretud planetaria de cada día.

Justo aquel martes 6 era el cumpleaños de la compañera de Nacho, y lo festejamos compartiendo un pulpón asado a la uruguaya en una especie de barrio-colina de casas no suntuosas aunque completamente rodeadas de un hábitat tan silvestre como el de Villa Serrana.

Y en el bajío del terrenito fosforecía una cañada que me hizo murmurar el mantra de San Juan de la Cruz bajo una PAX-LUX de nácar:

Qué bien sé yo la fonte que mana y corre / aunque es de noche.

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