DOS ASEDIOS A EL EVANGELIO SEGÚN EL TRAIDOR DE HUGO GIOVANETTI VIOLA

I

ENTRE EL DELIRIO MÍSTICO DE HERRERA Y REISSIG Y LA SUPURACIÓN NINFÓMANA DE LAUTRÉAMONT

Por Hugo Rocca

En forma elíptica -algo que en música se podría denominar efecto ritornello-, HGV sigue con las andanzas de un cazador de almas (Isabelino Pena), esta vez desde el Jerusalén bíblico.

El recurso elegido, como estilo de composición, está señalizado desde las letras chicas (“La maldita comedia”), en parte como alusión al entramado narrativo de la Divina Comedia, y por otro lado avizorando un “divino kilombo” que el autor genera al trasmutar el tiempo real en tiempo onírico. Y como en todo collage onírico, el tiempo no es una medida lineal sino espiralada; una serpiente multiesférica que se devora a si misma.

Rompiendo el paradigma de que la novela no debe ser tratada poéticamente, HGV se manda en el relato sin pedirle permiso a la forma. Es más: se podría decir que la ultraja pudorosamente, con un lenguaje que abreva en el coloquialismo de boliche y en la balsámica cresta vallejiana (“a ella le resplandeció un desamparo de nácar desnudamente dulce” o “el viejo le lamió los coágulos escamosos y hediondos a la muchacha hasta que el sol se puso color brasa”).

Otra constante a lo largo de la presente obra, es la piedad que restaura y encastra un universo misterioso, pródigo e inaprensible (en ese sentido, su nouvelle “Los borrachos van al cielo” había transferido una bocanada de piedad unificadora); piedad que en esta obra flamea en la punta del bisturí acertivo del escritor.

En un viaje retro-presente, el alter ego de Isabelino Pena, detective de almas, es empujado a viajar / licuar el escenario bíblico con el ahora.

El yo-protagonista pesquisa su alma desde un tiempo histórico que es ardid del narrador,  para fomentar  (por ejemplo) el encuentro entre un fariseo de pura cepa con un yorugua amaracanado. De ahí que “la maldita comedia” (o el divino kilombo), a través de la ficción excacerbada, revela (en un juego anacrónico de humor cítrico y emancipación de fraseo) que más allá del tiempo y el espacio los grandes problemas existenciales siempre fueron los mismos. Y traigo a esta hoja, a modo de frugal ejemplo, la sentencia bíblica “Nadie es profeta en su tierra”, para aplicarla en este anémico paisaje cultural uruguayo, donde la masa descuartiza el aura de sus artistas, excepto -por supuesto- que los mismos vengan con togas y laureles de otras tierras.

HGV se permite el delirio místico de un Julio Herrera y Reissig y la supuración de palabras ninfómanas a la manera de un Lautréamont; no en la forma, sino en la vociferación urticante de un  universo personal y en constante feed-back con el devenir del ser. En ese sentido, encuentra un touch demencialmente preciso para decir lo que quiere decir, a través de su propia voluntad expresiva.

Hugo Giovanetti Viola le sigue porfiando al tiempo el lugar de su esqueleto. Porque antes que nada, un escritor es víscera y desasosiego, necesidad y fruto de su parto, tsunami de palabras que festejan con los parias de su espíritu.

2008

II

GIOVANETTI VIOLA HOMENAJEADO  EN LA SORBONNE JUNTO  A FELISBERTO HERNÁNDEZ, JUAN CARLOS ONETTI, MAROSA DI GIORGIO Y ENRIQUE AMORIN

por OLVER GILBERTO DE LEÓN  

A principios de la década del 90 incluimos en nuestros cursos de Literatura Hispanoamericana (dictados en Paris IV / Sorbonne y Paris XII Créteil) fragmentos de una novela que resultó decisiva en el panorama del entonces llamado “posboom” latinoamericano: Morir con Aparicio, de Hugo Giovanetti Viola. “Esta obra” puntualizó Rómulo Cosse en el prólogo de la tercera edición ampliada de 1999, “reabrió en 1985 la gran línea de la novela histórica, entonces desatendida y hoy de moda”. Pero además se constituyó en el texto fundacional de una saga narrativa que el autor dividió en dos series: EL PASADO DEL CIELO e ISABELINO PENA detective de almas.

El evangelio según el traidor (La maldita comedia) marca, junto al anterior 1809: Artigas y la barbarie ilustrada y el alma cimarrona (2006), el retorno de Giovanetti Viola a la ficción histórica, adentrándose esta vez en la crucial Jerusalén de Jesús de Nazaret. Y una vez más, como señalamos hace dos décadas, a propósito de Morir con Aparicio, resalta el impecable equilibrio textual / contextual y la riqueza mítica que trasciende el mero sociologismo, reafirmándose además una voluntad de estructuración clasicistamente geométrica. Hemos señalado muchas veces en nuestros cursos que es difícil poder pautar con tanta claridad la influencia de un plástico sobre un escritor como sucede con la impronta del constructivismo torresgarciano que se rastrea en el diagrama simétrico de los capítulos y hasta en la dialéctica de la polifonía que subdividen sistémicamente los textos de Giovanetti Viola.

En los últimos años, por otra parte, con el impulso de elMontevideano / Laboratorio de Artes, la saga construida a partir de Morir con Aparicio se ha desdoblado en un particular diseño fílmico co-guionado por el autor y dirigido por Álvaro Moure Clouzet, quien ya ha incursionado relevantemente en eventos internacionales con docu-ficciones como La Negra Jefa, reelaboración de un unipersonal teatral que Giovanetti Viola y María Isabel Espinosa escribieron a partir de la novela homónima. Y luego del reciente rodaje del largometraje de ficción Jesús de Punta del Este (basado en la novela homónima de 1995) se anuncia la inminente adaptación de Primero hay que saber sufrir (1996) con el título de Belleza uruguaya.

No es casual, a esta altura, que el viernes 24 de noviembre de 2006, en la Semana de Cultura de Uruguay organizada por La Sorbonne hayamos homenajeado, junto a especialistas de la talla de Milagros Ezquerro, Claude Couffon, Maryse Renaud, Jean-Philippe Barnabe, Roger Guggisberg, Fernando Ainsa y Juan Carlos Mondragón (a quienes se sumaron el musicante Leo Maslíah y Moure Clouzet, que registró el evento) a cinco escritores decisivos en el panorama contemporáneo uruguayo: Juan Carlos Onetti, Felisberto Hernández, Marosa Di Giorgio, Enrique Amorin y Hugo Giovanetti Viola.

París / 9 / 2007