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ARTURO DÁVILA -´EL NEOBARROCO SIN LÁGRIMAS (6)


Si barroco fue sinónimo de abigarrado, amorfo, chabacano -abricot- oscuro, incomprensible, e incluso de mal gusto, en el siglo XX la pugna por su reinterpretación continuó. Ya mencionamos la Generación del 27. Eugenio D’Ors, por su parte, narra en el libro Lo Barroco, las peripecias de los especialistas europeos en las tierras de Borgoña, en la llamada “década” de la Abadía de Pointigny (1920-1930), para resolver diferencias y establecer la calidad de “categoría” de este estilo que recuperó su primacía y su esencia atemporal e intrínseca al género humano. Al definirlo en contraposición al clasicismo, D’Ors explica: “el estilo clásico, todo él economía y razón, estilo de ‘las formas que pesan’, y el Barroco, todo música y pasión, en que “las formas que vuelan danzan su danza” (82). Danza volátil y ligera de las formas que se proyectan a través de la imaginación y del tiempo. El barroco, así, se establecía en su calidad diacrónica y se constituía en eon artístico, capaz de encontrarse en cualquier época y geografía humana. Barrocas serían las anónimas pinturas rupestres de las cuevas de Altamira como también las escenas de tauromaquia de Picasso. Barrocas las catedrales góticas del medioevo, y la Sagrada Familia de Gaudí en Barcelona. ¿Y habría mejor espacio barroco para la eucaristía que una iglesia sin techo donde, al levantar la hostia y el cáliz, el sacerdote y los feligreses se encontrarán con el azul del cielo? (17) Barroco así, se volvió, de una manera optimista, sinónimo de naturaleza. (18) Y D’Ors recordaba, asimismo, el cambio de cosmovisión que pierde su centro único y se bifurca: “(cuando) Keplero (sic) denuncia la estrechez de la concepción de los antiguos, según la cual los astros se mueven en órbitas circulares y propone otro esquema, donde el módulo es una curva más compleja -la elipse con sus dos centros-, ¿no estiliza el saber astronómico en guisa, no ahora clásica sino barroca?” (12)

¿Otro esquema? Sí, y la elipse coincide en su doble centro con la doble elipsis metafórica de Góngora: su “alusión” a la vez que “elusión” de seres y objetos, como en aquella lúcida imagen:

Cuál dellos los pendientes suman graves
de negras baja, de crestadas aves,
cuyo lascivo esposo vigilante
doméstico del Sol nunca canoro
y -de coral barbado- no de oro
ciñe, sino de púrpura, turbante.

en la cual, mediante un “hábil escamoteo” -como lo llama Dámaso Alonso-, el poeta ha eludido “el nombre grosero y el horrendo pormenor” (en Sarduy 1987: 188-9); o sea, los términos gallo y gallinas, con una referencia sorpresiva y relampagueante, que compara la cresta del gallo con un turbante, transformándolo así en un inquieto sultán, celoso de las consortes de su harem. (cf. Issorel: 109). Y esta imagen del gallo convertido en “doméstico del Sol nuncio canoro” combina en sus 11 sílabas hipérbaton, latinismo, neologismo, alusión, elusión: todo el germen barroco. Esta tremenda metamorfosis de elementos aldeanos en luminosos personajes cortesanos produce, como pretendía Lezama Lima, “un henchimiento, una dilatación de la imagen hasta la línea del horizonte” (“Sierpe…”: 18). (19)

Es decir, se alguna manera el lenguaje se mueve en los dos centros de la elipsis kepleriana, el de la realidad recibida por los sentidos y el de su transformación poética, que lanza esa simple cotidianeidad a dimensiones más etéreas. Y si hemos hablado de las propiedades líquidas o ácueas del lenguaje barroco de Góngora, también podemos hablar de su condición de luz. Lezama Lima lo explica mejor: “Él ha creado en la poesía lo que podríamos llamar el tiempo de los objetos o los seres en la luz (…) la duración y resistencia de la luz mientras rodea y define un cuerpo.” (27) Fluidez de la luz, resplandor e incandescencia, luminosidad de los objetos. Elsa Dehennin señala que en definitiva no se trata de oscuridad, como insistieron tantas veces los defensores gongorinos de la generación del 27, sino que los versos del cordobés están cargados de “un exceso de luz espiritual” (11). Y tal vez García Lorca lo definió con más pasión y contundencia: “(…) y ahora vamos con la oscuridad de Góngora. ¿Qué es eso de oscuridad? Yo creo que peca de luminoso.” (79) Y con énfasis comenta: “Es suntuoso, exquisito, pero no es oscuro en sí mismo. Los oscuros somos nosotros, que no tenemos capacidad para penetrar su inteligencia” (84), el resplandor de su luz.


Notas

(17) Hay que meditar si la palabra gaudy en inglés: llamativo, charro, chillón, recargado, adjetivo negativo en cualquier caso, no deriva del estilo del arquitecto catalán.
(18) Gustavo Guerrero critica esta concepción dorsiana del barroco como “eon” y “naturaleza”, adoptada también por Carpentier, al hablar del barroco como esencial a la naturaleza americana. No entraremos en esta discusión, que nos llevaría a otro ensayo sobre el barroco americano, pero notemos esta pugna entre quienes defienden al barroco como naturaleza y constante atemporal y los que defienden al barroco como “estilo histórico” de una época específica del siglo XVII (Guerrero: 11-26).
(19) Evoluciones de la estética: Juan de Jáuregui, uno de sus críticos contemporáneos más severos, rechaza esta imagen como una de las “repugnancias y contradicciones” de “estas amargas Soledades”: “Miren, ¿cuándo el gallo tuvo la cresta dorada, o si es de ordinario en los turbantes ser de oro?” (en Martínez Arancón: 172).

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