Esta nueva entrevista realizada a Saúl Ibargoyen (Uruguay, 1930), una figura ya cardinal en la literatura contemporánea, intenta sondear en la cosmovisión del poeta como pensador recientemente inmerso en el fecundo diálogo flosófico unificador que se viene incrementando en un siglo XXI entre los defensores de la paz y las prospectivas luminosas que resisten atrincheradas contra el desbocamiento del consumismo salvaje.
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¿Cuál sería el primer balance que podés hacer sobre tu participación como místico ateo en el encuentro sobre religión, ciencia y paz que organizó recientemente una universidad católica mexicana?
Fue una experiencia infrecuente para mí. En ese encuentro, planteado con espíritu abierto y en un espacioso marco de tolerancia y respeto, se reunieron personas de indudable solvencia intelectual. En dos largas sesiones realizadas en un mismo día, escuchamos ponencias, si bien centradas en el tema de la relación entre ciencia, religión y paz, desde diversas perspectivas ideológico-religiosas: budismo, cristianismo (católicos y coptos), judaísmo, islamismo, creencias prehispánicas en México. Fui invitado como místico ateo atraído por los fenómenos religiosos en relación con la creatividad poética y con algunos aspectos del capitalismo de hoy, lanzado a la conquista del poder mundial. En cuanto a la ciencia, solo expuse que se define por su aplicación, lo que es una postura sin duda ideológica. Es obvio que hablar de ciencia significa también referirnos a la tecnología. Ambas son casi propiedad exclusiva de las grandes potencias. En resumen, como primer balance, digo que aprendí mucho, pues dentro de la diversidad aparecieron no pocos puntos en común. La lucha por la paz, el más evidente.
Últimamente has manifestado que el ateísmo, en tu cosmovisión, tendría otro nombre. ¿Cómo lo denominarías?
Sí, es tema de delicadezas y sutilezas de trato. Los términos “ateo” y “ateísmo”, desde mi punto de vista, presuponen la posibilidad de que existan dioses, divinidades, fuerzas decisorias e inexplicables que mueven el mundo, y que hasta se introducen en la Historia, etcétera. En mí, en cuanto místico ateo, no se trata de negar nada sino de asumir un vacío. Si no creo en un dios, v.g., ¿para qué negarlo? Contradictoriamente, ese vacío es en verdad lo que llamaría –si fuera un filósofo alemán- “la totalidad” (Gesamtheit), de la todos venimos y en la que nos disolveremos de modo impersonal. Como hay mucho de azaroso en esa disolución, alguna molécula perdida, que formaba parte de mi piel de niño, tal vez choque con otra, expulsada por la muerte de uno de los muchos cabellos extraviados, al amparo de un núcleo de galaxias asentado en cualquiera de los “infinitos universos existentes” (Stephen W. Hawking). En cuanto a nombrar de otra manera al ateísmo, que pienso es necesario, resulta tarea muy compleja, en parte por el peso histórico del término; en parte porque bautizar esa modalidad de pensar / sentir referida a la materia / energía que siempre ha estado y permanecerá eternamente, implica un vasto conocimiento antropológico y literario que yo no poseo. Si bien existen pequeñas iluminaciones expresadas en un equilibrio circunstancial entre el individuo comunitario y la “Gesamtheit” (cuando tú te buscas en la tersura de la hierba o en el color de una hormiga roja o en los rumores que expresa la noche), los tres tiempos del tiempo discurren rutinariamente, a diferentes velocidades biológicas, anímicas y sociales. En lo personal, dichas pequeñas iluminaciones están vinculadas con los impulsos de creatividad poética, que permiten al yo impermanente diluirse por momentos en sus propias verbalizaciones. En fin, me atrevería apenas a sugerir un término como “Totalismo”.
Me gustaría que esta pregunta fuera contestada por tu poeta heterónimo, Muhammud Ibn Al-Mahad. ¿Qué nos sucede durante la contemplación del esplendor numínico de la Amada?
Mi heterónimo Muhammud Ibn Al-Mahad escribió por mi mano los “Cantos a la amada”. Al participar de la vida del beduino, tuvo mil ocasiones de percibir la eternidad en los espacios soleados, solitarios y movidos del desierto, pero asimismo en la dimensión sin término de un grano de arena. De seguro, Al-Mahad tenía alta conciencia de su sitio transitorio en la “Gesamtheit”, aunque la presencia-ausencia de la amada significara el puente de unión entre su persona trashumante y los mundos que él veía trasladarse sin cesar por el inalcanzable cielo nocturno. Se dice que llegó a reflexionar sobre los trozos de sombra luminosa que las galaxias dejaban caer entre las viajeras patas de su camella. La amada como un puente pero también como un camino de riesgo, un rumbo vacilante, un aroma en la tienda sin nadie, un húmedo calor en la boca del poeta, un resplandor que modifica su sustancia según los ojos de quien lo contempla.
Una de las denuncias que embanderan al elMontevideano Laboratorio de Artes desde el rodaje de Jesús de Punta del Este es: El consumismo salvaje es capaz de incendiarnos la fe para vender tristeza. ¿Cómo vivís el ejercicio de la fe en el Hombre Nuevo en esta América todavía tan caotizada por el cambalachismo?
Tener fe es creer sin conocer. La gestación, nacimiento y desarrollo del Hombre Nuevo serán mucho más difíciles, más dolorosa / os y sangrienta / os de lo que hoy podemos imaginar. La voracidad del capitalismo salvaje organizada como imperio no tiene ni tendrá otro objetivo que superar su crisis terminal (que recién inicia) en función de un dominio mundial, con o sin guerras nucleares. En realidad, parecería que en estos días se está escribiendo un enorme certificado de defunción para miles de millones de terrícolas. Y los socios locales o regionales del imperio quieren hacer buena letra, se llamen oligarcas, burgueses de varia medida y hasta ciertas capas medias, gobernantes dizque progresistas o socialdemócratas o de centro izquierda. Vivimos desde hace tiempo en una realidad social desideologizada, cambalachesca, casi castrada espiritualmente, enferma de tanta ingesta neoliberal, de tanta perversa exaltación del individualismo mezquino, de tanta droga como sostén del sistema, de tantas matazones, de tanto sexo zoologizado y mercantilizado, de tanta apropiación por despojo, de tanta alienación que lleva a que las relaciones humanas se den a través de las cosas (Marx), de tanto consumismo de lo banal como finalidad última, etcétera. Pero la lucha por la dignidad y la justicia social existe, como existe la lucha de clases. El Hombre Nuevo, impensable sin la integración latinoamericana en la que participen gobiernos avanzados y pueblos enteros, demorará en nacer, pero lo hará como los grandes héroes de la antigüedad: de pie y completo. La Totalidad lo espera.
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