II. EL BESTIARIO DE LAUTRÉAMONT
V (2)
Por otra parte, la metamorfosis vuelve sin cesar a su base. Maldoror en lo sucesivo es un pulpo real y monstruoso, un pulpo de ocho tentáculos, un nudo de ocho serpientes, y el enemigo de Maldoror se espanta por ello. ¡Vean también ese crecimiento, ese abrazo indomable! “¡Cuál no fue su asombro cuando vio a Maldoror, transformado en pulpo, acercar a su cuerpo sus ocho patas monstruosas, de las que cada una, sólida correa, habría podido abarcar fácilmente la circunferencia de un planeta? Tomado de improviso, se debatió durante algunos instantes, contra ese apretón viscoso, que lo estrechaba cada vez más…”
Todas esas imágenes deben parecer ficticias y repulsivas a un lector sometido a las poéticas visuales, a las poéticas panorámicas, a las poéticas estáticas. Sin embargo tendrían un valor completamente diferente para el lector que se ejercitara en sorprender las imágenes de la motricidad: la serpiente es un brazo flexible, es la flexibilidad. El tentáculo es entonces la concreción de una voluntad que sabe plegarse para vencer, para envolver, para poseer. Una poética de la voluntad inicial, diferente de la poesía más pasiva de la sensación, debe reconocer las imágenes ducassianas.
Ante ese deseo de succión, es naturalmente tentador establecer un diagnóstico de vampirismo. Pero, en Lautréamont, los índices son tan numerosos y tan móviles; los estados, tan pasajeros y por consiguiente tan mal definidos, que sería una imprudencia trascender el relato. De hecho, al lado de los síntomas de vampirismo activo, se encuentran escenas de vampirismo pasivo en los Cantos de Maldoror. ¿En ese vampirismo pasivo Lautréamont, al sufrir de una sobre abundancia de fuerza, encontraba un poco de paz, el sueño, el reposo, el gusto consolador de la muerte? (pp. 312-313: “yo, que hago retroceder el sueño y las pesadillas, me siento paralizado en todo el cuerpo cuando (la araña de la gran especie) trepa a lo largo de los pies de ébano de mi lecho de raso. Me oprime la garganta con sus patas, y me chupa la sangre con su vientre.” También Huysmans dice (5) que “el sueño de plomo es una de las fases conocidas del vampirismo, estado todavía mal observado.” De hecho, se duerme más profundamente con un súcubo que con una mujer. De todos modos, Lautréamont, el hombre que nunca duerme, se deja extenuar por la negra tarántula, por una vez dichoso de perder un doloroso vigor. Pero esos instantes son raros y le asombran (p. 163): “¿Por qué esta borrasca y por qué la parálisis de mis dedos?”.
Bastaría seguir este alivio, prolongar este reposo demasiado pasajero, aceptar la derrota liberadora, para encontrar una poesía más sensible, más cercana a la miseria humana, cantante como la miseria femenina. ¿No habría Lautréamont admirado en este poema de Jeanne Mégnen un eco dulcificado de su pena?
Je suis libre…
et pourtant la nuit monte;
la pieuvre, sinapisme d’angoisse,
fouaille ma poitrine de son bec anxieux,
ses huit bras accolés ventousent ma détresse
et font craquer les os de ma misère. (6)
Notas
(5) Huysmans. Là-Bas, p. 166.
(6) Jeanne Mégnen, Ô rouge, ô delivrée, VI. (Soy libre… / y sin embargo la noche cae; / el pulpo, sinapismo de angustia, / fustiga mi pecho con su pico ansioso, / sus ocho brazos pegados ponen ventosas en mi apuro / y hacen crujir los huesos de mi miseria.)
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