SEXAGESIMOSÉPTIMA ENTREGA
67 / La ignorancia respecto al funcionamiento de las potencias del alma puede llevar fácilmente a error y a entender mal la instrucción sobre la contemplación; de cómo la persona se hace casi divina por la gracia
Mi querido amigo en Dios, fíjate a qué riesgos nos vemos expuestos por el pecado original. ¿Ha de extrañarnos el que estemos ciegos y engañados a la hora de interpretar el significado spiritual de ciertas expresiones, especialmente si somos tan ignorantes de nuestras propias facultades y de su funcionamiento? Has de darte cuenta de que siempre que estás ocupado en cosas materiales, por buenas que sean en sí mismas, estás ocupado en algo que es exterior a ti y que está por debajo de ti en el orden de la creación. Otras veces estarás absorto en introspección en el ámbito más sutil de tu conciencia, pues a medida que crezcas en el conocimiento propio y en la humana perfección, tus facultades espirituales se dirigirán hacia tu desarrollo espiritual, los buenos hábitos que vas adquiriendo, los malos que vas dominando y tus relaciones con los demás. En tales momentos estás ocupado en algo que es interior a ti mismo y que está a tu mismo nivel de hombre. Pero habrá veces también en que tu alma se vea libre de toda ocupación en algo material o espiritual y totalmente absorta en el ser de Dios mismo. Esta es la actividad contemplativa que he venido describiendo en este libro. En esos momentos te trasciendes a ti mismo, haciéndote casi divino, si bien permaneciendo por debajo de Dios.
Digo que te trasciendes a ti mismo, haciéndote casi divino, porque has conseguido por la gracia lo que te es imposible por naturaleza, ya que esta unión con Dios en espíritu, en amor y en la unidad de deseo es el don de la gracia. Casi divino; sí, tú y Dios sois tan uno que tú (y todo verdadero contemplativo) puedes ser llamado divino en un sentido verdadero. De hecho, las Escrituras nos dicen esto. Naturalmente, tú no eres divino en el mismo sentido en que lo es Dios; pues él, sin principio ni fin, es divino por naturaleza. Tú, en cambio viniste al ser desde la nada y en un determinado momento en el tiempo. Además, después que Dios te creó con el inmenso poder de su amor, tú te hiciste menos que nada por el pecado. Por el pecado no merecías nada, pero el Dios de toda misericordia te recreó amorosamente en gracia, haciéndote, como si dijéramos, divino y uno con Él en el tiempo y en la eternidad. Pero, aunque eres verdaderamente uno con Él por gracia, sigues siendo menor que Él por naturaleza. Mi querido amigo, ¿comprendes todo lo que te estoy diciendo? Todo aquel que desconoce sus propias facultades espirituales y su funcionamiento es propicio a tergiversar las palabras usadas en sentido espiritual. ¿Ves claramente ahora por qué no se atrevía a decirte: “Muestra tu deseo a Dios”? Te enseñé, por el contrario, a usar tu ingenuidad y a ocultarlo alegremente. Temía que llegaras a interpretar literalmente lo que había querido expresar espiritualmente.
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