miércoles

SUPLEMENTO DEL TALLER LITERARIO DE LIVERPOOL F.C.(32)



FEDERICO RODRIGO


LLORANDO PALABRAS

El abuelo siempre fue sabio y loco: un artista. Decía que el arte que se comparte son pequeñas chispas que nos permiten incendiar más allá del rincón de mundo que circunstancialmente nos toca ocupar.


Hoy, sentada viendo al río regalarle su agua al mar, su nieta lo siente vivo: allí hay otro pedacito del abuelo. Como el que visitó ayer -como el que va a ver mañana.


En cada viva tumba abierta, la niña mata una lágrima, la ilumina de sonrisa y le destella un beso de rezo: "gracias por quedarte en todas partes."     


ANNA RHOGIO

GORRIONES EN LA VENTANA

Un amanecer desperté sobresaltada, en el colmo del horror, con la clara sensación de que una araña pollito avanzaba a los saltos por mis piernas.

Me senté de golpe con un gigantesco ¡AAAAAGGGGGHHHHH! y vi desaparecer, aterrorizado por mi alarido, un algo marrón que se escondió piando en el asiento de una silla arrimada a la mesa.

Guiándome por su angustia lo encontré temblorosamente agazapado en su miedo y lo atrapé de un manotazo:

-No te asustes. Ya te suelto.

Pero al abrir la mano en el cielo de la ventana, se quedó allí, quieto, tibio y suave, aceptando inocente mis caricias sin poder volar.

“Tenemos otro inquilino que cuidar y alimentar hasta que pueda irse”-pensé.

Los padres ya revoloteaban en el patio de mi vecina llamándolo continuamente y él les contestaba.

“¡Ligero, primeros auxilios! ¡Migas de pan!” Pero no comía solo y me miraba con sus ojitos llenos de fe.

Me escondí para que la naturaleza, vieja sabia, hiciera su labor. Inmediatamente, papá y mamá bajaron a calmar su hambre y con ellos la bandada entera de piratas que aprovecharon el banquete servido en bandeja.

Estuvimos todo el día conteniendo a la niña para que no se asomara y los espantara con su entusiasmo. Ella corría fervorosamente a los gorriones de la plaza sin poder alcanzarlos y ellos, ¡estaban tan cerca!

En el silencio azul del crepúsculo, no escuchamos más sus trinos y pensamos que se había marchado, que había aprendido a elevarse y ya no necesitaba cobijarse mansamente en nuestras manos. Nos asombraba el misterio de cómo había entrado y por qué aceptaba con placer tantas caricias.

Al otro día, papá y mamá regresaron con el insistente reclamo y lo encontré al escondido en un rincón oscuro, entre las patas del aparador. Lo cacé de nuevo, lo puse en el alféizar y fue otra jornada de cuidados intensivos y convites para los demás. La casa se llenó de sinfonías de plumas.

Sabiendo que en nosotros tenía amparo seguro, al caer la tarde, ante la mudez alada de sus padres se veía ansiosamente bailarín por entrar, y se largó al piso en corto vuelo, encontró su escondite y se quedó allí, silenciosamente manso.

En esos breves tres días, se hizo suficiente a sí mismo y se marchó dejándonos el relumbrar de sus cantares y el reflejo de sus ojitos serenos, confiados, que jamás olvidaremos.

Así como él, también se van hijos y nietos, y nos quedan los regalos de sus recuerdos.

Es fácil aprender a volar.



ARIEL AZOR

25: EMPIEZA MARZO

Empieza Marzo, varias cosas pasan: mi cumpleaños y el mismo día entra el otoño.
Al mismo tiempo surge Peces con Alas, mi primer libro. El primer día del mes sube el boleto y cambia el presidente, aunque no se note. Festeje uruguayo, festeje, dice un comercial en la tele, de los tantos que miramos con la flaca, ahora que estamos enfermos. Ella se cayó de la mesada, de espaldas, tratando de matar una araña en el techo, cayó sentada en el piso y ahora sólo se sienta sobre dos o tres almohadones. A mí me habían diagnosticado una enfermedad y ya no me dejaban trabajar.

Un grillo en el rincón de la pieza da sus últimos gritos de vida acorralado por la gata. La flaca se molesta. Siempre se molesta ante el mínimo ruido cuando está la tele prendida y eso que ahora no están dando su comedia.

Mi madre viene a vernos, ahora que estamos enfermos. Golpea la puerta y cuando escucha el ruido de las llaves en la cerradura simula un desmayo, no sé si es alegría o cansancio, pero siempre le pasa. Nos trae torta de fiambre, o pascualina, en una bolsita en su mano, y se cae sobre ella aplastándola, todos los días es igual. Cuando no viene llama por teléfono y cuenta que hace un rato estaba con el creador, y ahora está de vuelta con los vivos. Con la flaca ya perdimos la cuenta de cuantas veces murió y renació. 

El grillo ya tiene dos patas menos y tratando de escapar se arrastra. La gata juega con él. Los comerciales terminaron y ahora están pasando el carnaval de Artigas. Una vecina nos había contado que viajaba y ahora es primera plana, vedette de una scola do samba; la flaca se ríe y mi madre cuenta que el año pasado ella también lo fue en el corso de 8 de octubre, pero estaba más linda. La periodista entrevista a algunos borrachos y jovencitas semi desnudas. "El año que viene vamos nosotras dos", "Sí, claro". 

No hay nada para acompañar el mate, ni yerba para aprontarlo, ahora que estamos enfermos y asume el nuevo presidente.

-¿Cuántos libros llevas vendidos? 

-Cuatro. 

-¡Plata y tiempo mal gastado en eso! -Mi vieja es como es, y a veces molesta, pero siempre tiene esperanzas. -El domingo sacamos el cinco de oro, te compro uno y hacemos un carnaval en el barrio. 

-Sí, claro, mami. 

El grillo aparentemente ya no respira y yace boca arriba con las patas (que le quedaban) estiradas.

-Qué horrible, que tortura, ni un humano hace tanto daño -Cuando era chico siempre salíamos a cazar con mi padre. El haber matado tanto bicho, a veces de forma innecesaria, me había traumado; ahora no podía de ninguna manera ver alguno sufriendo.

-Que se joda, por dejarse atrapar. Bicho bobo. A algunos humanos habría que hacerles lo mismo -comentó la flaca con tono sarcástico y enojado. 

Ahora la gata se comía primero la cabeza y luego el resto del cuerpo. Después vomitó. 
Me levanto y le doy un beso a las dos en la frente. "Hasta mañana". No me contestan.
Me voy a dormir y se quedan las dos hablando de mí. La flaca le dice que soy un viejo mañoso, insoportable y clorótico. “Ya no es lo mismo”. “Es igual al padre” le contesta mamá: “Y eso no es nada, dentro de unos años vas a ver lo que te espera. Te compadezco, no sabes las que pasé yo”.

Hubo silencio por un rato. Mi madre comenzó a gritar y a llamarme: ahora era la flaca la que se desmayaba. En un principio pensé en llamar un doctor, pero para qué preocuparme, siempre que estaban juntas hablaban mal de mí, siempre degradándome.

“Dejala Ma, ya se le va a pasar”. Fui y me acosté de vuelta. Los desmayados escuchan todo lo que uno habla, eso decían ellas dos. Al rato retomaron la conversación:

-¿Vistes al creador?

-Sí.

-¿Te dijo algo?

-Sí.

-¿Qué?

-Que mi futuro va a ser una mierda... y que este hijo de puta me engaña con otra, con su ex.

-Ah sí. Esa estaba de viva, lo escurría, le sacaba todo y lo engañaba con otro. Es un abombado, peor que el padre.

Quise abrir los ojos, levantarme y no pude, algo me pasaba y no era sólo cansancio. La cabeza me daba vueltas. El cuerpo me pesaba. No veía. Quise gritarles y no pude. La gata, acostada en la cama a mi lado, agazapada, me miraba y se relamía, me dijo algo que no entendí.

-¿Y no le hiciste el preparado ese que te dije le dieras para que no se le sigan muriendo las pocas neuronas que le quedan?

-Sí. Hace un rato, antes que vos vinieras, suegra. Le dije que era un tecito digestivo y el abombado ni cuenta se dio. Pero le puse alguna cosa más. Ya no te va a decir que eso del creador es bobada tuya. Bueno, si tenemos suerte ya nunca más te dirá nada.



JOSÉ LUIS MACHADO


UN TEXTO FANTASMAGÓRICO

El reverendo Ernesto miraba cada día el altar de su iglesia con gran devoción. Una mañana la lluvia arreciaba, como si hubiera juntado todas las lágrimas del desamor. No había feligreses y las nubes ojerosas no permitían que el sol atravesara los cristales. Ernesto rezó y al abrir la mirada, vio la figura de un monje delgado, alto, desnudo y con los párpados como en oración. Finalmente los abrió y se puso a llorar hacia atrás como si las lágrimas se metieran en sus ojos. En ese mismo momento dejó de llover.

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