viernes

LAUTRÉAMONT (5) - GASTON BACHELARD


I. AGRESIÓN Y POESÍA NERVIOSA

IV (2)

¡Qué profunda unidad de diagnóstico revela así la obra de Kafka! ¡Qué perspicacia en esta perspectiva íntima de catatonia progresiva! Si se lee la Metamorfosis desde el punto de vista del psicólogo, se da uno cuenta de que el aspecto extraño de la obra se borra: el escritor nos ofrece una experiencia biológica profunda, aquella en la cual se coagula el psiquismo y pierde su coordinación, en que la acción se hace lenta y se desorganiza, lo que prueba la necesidad de una determinada velocidad que al disminuir vuelve a las acciones ineficaces. Los mismos reflejos primitivos, en el retardarse general de la vida, terminan por ya no actuar: (7) ¿Come Gregorio? Mantiene un pedazo “en la boca durante horas”. ¿Quién no ha conocido, en las horas débiles de la vida, esa pereza orgánica más triste aun que la náusea? ¿Quién no ha vivido esas pesadillas de la lentitud y de la impotencia, ese fastidio de los órganos, esa muerte que incluso ha perdido su drama?

En Kafka, el ser es captado así en su extrema miseria. Si es verdad, como dice Georges Matisse, (8) que una “de las peores calamidades que pueden agobiar a un ser vivo es la de no poder ejecutar sus actos motores sino a pasos muy lentos”, parece que las metamorfosis de Kafka se encuentran bajo el mal signo. Por antítesis, explican mejor la dinamogenia que un lector puesto sobre aviso recibe a la lectura de los Cantos de Maldoror.

Tenemos pues la suerte de poseer los polos extremos de la experiencia de las metamorfosis con Lautréamont y Kafka. Si se aceptara entonces reconocer la realidad y la generalidad de esas experiencias, podría acumularse pronto las observaciones; se tendría un tema singularmente explicativo, y una nueva dinámica de la vitalidad vendría a explicar estados poéticos notorios. Convendría entonces, para juzgar la potencia desanimalizante de un alma y sus obstáculos animalizados, construir el bestiario de nuestros sueños. Nos daríamos cuenta de que nuestros sueños, desde ese punto de vista, se clasifican bastante bien en una zona intermedia entre los de Kafka y los de Lautréamont. Al meditar sobre el bestiario que se anima en nuestro sueño, cada uno de nosotros sorprendería el sentido dinámico de sus propias metamorfosis. También se vería el poder transformista de los animales del sueño, y cuán estable y monótono es ante sus metamorfosis el cuadro de los objetos inanimados. En el sueño, los animales se deforman mucho más pronto que las cosas; no se desarrollan al mismo tiempo.

Si una confidencia personal pudiera esclarecer la zona intermedia de la que hablamos, definiríamos la transformación de nuestra ensoñación como un lautréamonismo que se deshace. En efecto, reconocemos en nosotros mismos una tendencia a animalizar nuestras penas, nuestras fatigas, nuestros fracasos, a aceptar demasiado filosóficamente todas esas pequeñas muertes parciales que a la vez se relacionan con las esperanzas y el vigor. Además, es como un acento de melancolía, enteramente extranjero a las fuerzas duccasianas, como modulamos la extraña y profunda frase de Armand Petitjean: (9) “Filomela muere no del mal de amor, sino del lindo mal de ser golondrina.” El hombre muere también del mal de ser hombre, de concretizar demasiado pronto y demasiado sumariamente su imaginación, y de olvidar finalmente que podría ser un espíritu,

Por otra parte, pase lo que pase con esas formas intermediarias necesariamente vagas y huidizas, hay que comprender bien que esas formas, como las que hemos encontrado en Lautréamont y en Kafka, son inducidas por actos, por voluntades. En Kafka las formas se empobrecen porque las ganas-de-vivir se agotan; en Lautréamont se multiplican, porque las ganas-de-vivir se exaltan. Volvamos pues a nuestra tarea precisa y tratemos de mostrar que la imagen duccasiana es esencialmente activa, que al instante se convierte en ganas-de-atacar, en realización de una fuga metamorfoseante.


Notas

(7) Kafka, La Métamorphose, p. 82.
(8) Georges Matisse, La question de la finalité en Physique et en Biologie, II, p. 14. Hermann, 468.
(9) Armand Petitjean, Imagination et Réalisation, p. 80.

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