jueves

LA TIERRA PURPÚREA (7) - GUILLERMO ENRIQUE HUDSON



1 / PEREGRINACIONES POR LA TROYA MODERNA (5)


¿No es, pues, amargo como el ajenjo y la hiel pensar que sobre aquellas torres flameó, hace apenas medio siglo, la santa cruz de San Jorge? ¡Porque jamás se ha emprendido una  cruzada más santa, ni un plan de conquista de conquista más noble que el que tenía por objeto arrancar esta tierra de manos indignas y hacerla parte para siempre del poderoso Reino Británico? ¡Qué no habría sido hoy esta tierra asoleada y sin invierno, y esta ciudad que domina la entrada al mas grandioso río del mundo? ¡Y pensar que fue conquistada para Inglaterra, no a traición, o comprada con oro, sino al antiguo modo sajón, con rudos golpes y pasando por sobre los montones de sus  muertos defensores!; y después de haber sido así ganada, pensar que fue perdida ¿se creerá? -no peleando, ¡sino abandonándola sin dar un solo golpe en su defensa por miserables cobardes, indignos de llevar el nombre de británicos! Aquí, sentado en este cerro, sola mi alma, me arde como fuego la cara cuando pienso en aquella oportunidad para siempre perdida. “Les ofrecemos sus leyes, su religión y la propiedad bajo la protección del imperio británico”, proclamaron altivamente los invasores -los generales Beresford, Achmutty, Whitelocke y sus compañeros-; y luego de sufrir un solo revés, ellos (o uno de ellos) se desanimaron y canjearon el país al que habían empapado en sangre y conquistado, por dos mil soldados británicos, prisioneros en Buenos Aires; entonces, embarcándose otra vez, se hicieron a la vela y ¡se alejaron del Plata para siempre! Esta operación que debió que debió hacer castañetear de indignación las osamentas, en sus sepulturas, de nuestros antepasados -los antiguos pìratas escandinavos-, fue olvidada más tarde cuando tomamos las ricas islas Malvinas. ¡Qué conquista tan espléndida y qué gloriosa compensación por nuestra pérdida! Cuando aquella ciudad reina estaba en nuestras manos, como también la regeneración y, posiblemente, la posesión permanente de este verde mundo, nos falló el corazón y el premio cayó de nuestras temblorosas manos. Dejamos al asoleado continente para capturar la solitaria guarida de focas y pingüinos; y ahora, que todos los que en esta parte del mundo aspiren a vivir bajo la “protección británica”, de la cual Achmutty, a las puertas de aquella ciudad, hizo tanto alarde, se transportan a aquellas solitarias islas antárticas, a escuchar el trueno de las olas que rompen sobre sus grisáceas playas, y a tiritar de frío al viento que sopla del helado antártico.

Después de pronunciar este conminatorio discurso, me sentí aliviado y volví de buen humor a la casa, a una cena que consistía aquella noche en cogote de carnero con zapallo, batatas y choclo tierno, manjar nada despreciable para un hombre con hambre.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+