miércoles

LA TIERRA PURPÚREA (6) - GUILLERMO ENRIQUE HUDSON



1 / PEREGRINACIONES POR LA TROYA MODERNA (4)


La expedición al cerro resultó bastante agradable. A pesar del excesivo calor que hacía por aquel tiempo, florecían muchas flores silvestres en sus laderas, transformándolo en un perfecto jardín. Cuando llegué a las ruinas de la antigua fortaleza que corona su cima, trepé sobre una muralla y descansé una media hora oreado por una fresca brisa que soplaba en dirección al río, gozando extremadamente del panorama que se desplegaba ante mis ojos. No obstante, no había perdido de vista el grave objeto de mi visita a aquel sitio dominante, y sólo hubiese deseado que la maldición, que estaba por pronunciar, pudiese haber sido arrojada hacia abajo en forma de una roca gigantesca que desprendida de la tierra, rodara brotando cuesta abajo, y, saltando por encima de la bahía, estallase contra aquella malvada ciudad del otro lado, dejándola estupefacta y arruinada.

-En cualquier dirección que vuelva la vista -dijese extiende ante mis ojos una de las más hermosas moradas que Dios haya preparado para los hombres; sonríen vastas llanuras en una terna primavera; antiguos montes, hermosos y rápidos ríos, y sierras de azulinos tintes despliéganse hasta perderse de vista en el nebuloso horizonte. Y más allá de aquellas hermosas mesetas, ¿cuántas leguas de amena y selvosa soledad no duermen bajo la luz del sol, donde las flores jamás han lucido su belleza ni se ha vuelto el fructífero suelo, y donde el avestruz y el venado vagan por doquiera sin temer al cazador, mientras que sobre todo ello se expande un azulado cielo cuya exquisita hermosura no empaña ni la más tenue nubecilla? Y los moradores de aquel pueblo -la clave de un continente- lo poseen todo. A ellos pertenece, puesto que el mundo, cuyo antiguo espíritu va rápidamente decayendo, les ha permitido guardarlo. ¿Qué han hecho con esta su herencia? Están sentados, cabizbajos en sus casas, o de pie con los brazos cruzados en el umbral de la puerta, y con expresión en el rostro de expectativa e inquietud. Pues viene un cambio; están en vísperas de una tormenta. No será un cambio atmosférico; ningún simún arrasará sus campos, ni erupción volcánica obscurecerá su cristalino cielo. Jamás han conocido, ni conocerán, los terremotos que han sacudido hasta sus cimientos las poblaciones andinas. El cambio y la tormenta que se esperan son políticos. El complot está maduro, los puñales aguzados y alquilado el continente de asesinos; el trono de cráneos humanos, que irónicamente llaman la silla presidencial, está por ser asaltado. Hace tiempo, quizás semanas o aun meses, que rompió la última crestada de sangrienta espuma arrasando y desolando el país; es hora, por lo tanto, de que todos los hombres se preparen para el golpe de la ola sucesiva. Consideramos muy justo desarraigar espinos y cardos, desaguar pantanos infestados de malaria, extirpar por completo los ratones y las víboras; pero supongo que se considerará inmoral aniquilar a esta gente por estar sus viciosas naturalezas disfrazadas en forma humana; a este pueblo, que respecto a crímenes ha descollado sobre todos los demás, tanto antiguos como modernos, hasta que debido a él, ha llegado el nombre de todo un continente a ser objeto de censura y de desprecio en el mundo entero, y causar hastío a la humanidad!

Juro yo mismo volverme conspirador si me queda mucho tiempo en esta tierra. ¡Quién tuviera aquí un millar de mocetones de Devon y de Somerset, inspirados cada uno por sentimientos como los míos! ¡Qué hazaña tan gloriosa no se haría en pro de la humanidad! ¡Qué estrepitosos vivas no lanzaríamos al are por la gloria de la antigua Inglaterra que va rápidamente desapareciendo! Correrían chorros de sangre por aquellas calles como jamás han corrido, o por mejor decir, salvo una sola vez, y eso fue cuando fueron barridas por bayonetas británicas. Y debido a aquel riesgo de sangre, habría tranquilidad, y la hierba sería más verde y las flores de más vivos colores.

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