lunes

LA RUEDA DE LA VIDA - ELIZABETH KÜBLER-ROSS


OCTAGÉSIMA ENTREGA

CUARTA PARTE



40. SOBRE LA VIDA Y EL VIVIR. (1)


Es muy típico de mí tener ya planeado lo que sucederá. De todas partes del mundo vendrán mis familiares y amigos, atravesarán en coche el desierto hasta llegar a un diminuto letrero blanco que, clavado en el camino de tierra, reza "Elisabeth", y continuarán su camino hasta detenerse ante el tipi indio y la bandera suiza que ondea en lo alto de mi casa de Scottsdale. Algunos estarán tristes, otros sabrán lo aliviada y feliz que estoy por fin. Comerán, contarán historias, reirán, llorarán, y en algún momento soltarán muchos globos llenos de helio que se parecerán a E.T. Lógicamente, yo estaré muerta.

Pero ¿por qué no hacer una fiesta de despedida? ¿Por qué no celebrarlo? A mis setenta y un años puedo decir que he vivido de verdad. Después de comenzar como una "pizca de 900 gramos" que nadie esperaba que sobreviviera, me pasé la mayor parte de mi vida luchando contra las fuerzas, tamaño Goliat, de la ignorancia y el miedo. Cualquier persona que conozca mi trabajo sabe que creo que la muerte puede ser una de las experiencias más sublimes de la vida. Cualquiera que me conozca personalmente puede atestiguar con qué impaciencia he esperado la transición desde el dolor y las luchas de este mundo a una existencia de amor completo y avasallador.

No ha sido fácil esta postrera lección de paciencia. Durante los dos últimos años, y debido a una serie de embolias, he dependido totalmente de otras personas para mis necesidades más básicas.

Cada día lo paso esforzándome por pasar de la cama a una silla de ruedas para ir al cuarto de baño y volver nuevamente a la cama. Mi único deseo ha sido abandonar mi cuerpo, como una mariposa que se desprende de su capullo, y fundirme por fin con la gran luz. Mis guías me han reiterado la importancia de hacer del tiempo mi amigo. Sé que el día que acabe mi vida en esta forma, en este cuerpo, será el día en que haya aprendido este tipo de aceptación.

Lo único bueno de acercarme con tanta lentitud a la transición final de la vida es que tengo tiempo para dedicarme a la contemplación. Supongo que es apropiado que, después de haber asistido a tantos moribundos, disponga de tiempo para reflexionar sobre la muerte, ahora que la que tengo delante es la mía. Hay poesía en esto, un leve drama, parecido a una pausa en una obra de teatro policíaca cuando al acusado se le da la oportunidad de confesar. Afortunadamente, no tengo nada nuevo que confesar. La muerte me llegará como un cariñoso abrazo. Como vengo diciendo desde hace mucho tiempo, la vida en el cuerpo físico es un período muy corto de la existencia total.

Cuando hemos aprobado los exámenes de lo que vinimos a aprender a la Tierra, se nos permite graduarnos. Se nos permite desprendernos del cuerpo, que aprisiona nuestra alma como el capullo envuelve a la futura mariposa, y cuando llega el momento oportuno podemos abandonarlo.

Entonces estaremos libres de dolores, de temores y de preocupaciones, tan libres como una hermosa mariposa, que vuelve a su casa, a Dios, que es un lugar donde jamás estamos solos, donde continuamos creciendo espiritualmente, cantando y bailando, donde estamos con nuestros seres queridos y rodeados por un amor que es imposible imaginar.

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