miércoles

SUPLEMENTO DEL TALLER LITERARIO DE LIVERPOOL F.C. (31)

FEDERICO RODRIGO

CIEGO NO HUBIERA

En un pueblo pálido, ahí al lado del olvido, había gente que siempre pasaba por la plaza. "Hola amor mío" les decían pero ninguno contestaba.

Aquel hombre era viejo, viejo de vivir. Fue por mirar horrores y bellezas que la vida le propuso cansar los ojos y quedó ciego. Desde entonces pasa el día a la sombra de un árbol que no reconoce, con manos y mentón sobre el bastón blanco.

"Hola amor mío" escuchó otro hombre relámpago de ojos estancados en el diario. Lo miró con desnudo desagrado al que rápidamente vistió de lastima. (Hace dos años que lo ve ahí desperdiciado y aun no se acostumbra).

Lo raro de ese día fue que, mientras caminó otro par de metros, la siguiente página del diario le contó que este tipo (residuo de gente), tan roto que ya ni ve, es el escritor más famoso de la capital. También, que luego de lo sucedido, vino a buscar a su ex esposa entre la plaza que los vio nacer.

Repitiendo el eco de sus pasos con arrepentida indiferencia, se reacercó:

-Hombre, me hubiera dicho quién es y podría haberlo ayudado.

Su sin ego contestó.

-Ella lo hubiera sabido.


ARIEL AZOR

LA VERDAD ESCONDIDA

Siempre en vacaciones vamos con Mingo a acampar al río Olimar, en las calmas tierras de Treinta y Tres. En la constru es obligatoria la licencia a partir del veintidós de diciembre, y este año también fuimos. Tenemos un amigo allí, el indio Lucero, que nos presta su bote, su rancho y lo demás.

El veintidós de noche estábamos golpeando la puerta del rancho del indio. Salió a recibirnos con escopeta en mano, con cara de malo y cuando se dio cuenta que éramos nosotros se alegró, a pesar que le habíamos cortado su descanso. Como siempre, trajo vino, pan casero y nos sentamos afuera a contarle (como le gustaba) lo que era la capital, lo que había avanzado y retrocedido en este último año, disfrutaba de lo desgraciados que éramos por vivir la vida que vivíamos. El indio tenía el pelo largo, bien lacio y negro, siempre lo usaba atado, ojos alargados, la cara cuarteada de hombre de andar siempre al sol y dar vuelta tierra, bajito y rellenito. Su voz era gruesa y entreverada.

El Mingo comentó que le dolía la cabeza, que no había tomado mate en todo el día. Lucero le hizo señas para adentro del rancho y Mingo se levantó a aprontarlo. Yo también tenía ganas de tomarme unos buenos mates. Lucero me contaba que unos yanquis rubios habían venido a comprarle el campo, para plantar eucaliptos y que le ofrecían platales cuando Mingo salió corriendo del rancho, sin el termo y sin el mate:

-Me parece que tu mujer está en el baño che, escuché ruido.

Lucero tenía cincuenta años, la barba larga y blanca, su mujer, Isabel, cumplía treinta el dos de enero, pero parecía más joven, morena, corpulenta, siempre sonreía, sus ojos brillaban como sus dientes, apenas se vestía dejando ver sus grandes senos y el movimiento de sus caderas. Lucero entró y le contó que nosotros estábamos afuera, salió a saludarnos, vestida con un camisón transparente que dejaban ver todo su cuerpo desnudo y que era imposible no apreciar. Mis manos tocaron disimuladamente su camisón a la altura de sus caderas a la vez que la saludaba. Mingo me miró torcido y se puso celoso. Lucero trajo el mate:

-Acá tenés, marica, te asustan las mujeres, eh  -nos reímos y festejamos.

-Mujer ajena es mujer ajena  -dijo Mingo y luego me miró.

Isabel pidió disculpa y se fue a acostar. Lucero nos veía y nosotros no la miramos a ella. La luna alumbraba como el sol y parecía de día.   

-Supongo que van a precisar el bote.

-Y sí.

-Pero miren que son abombados ustedes eh, venir a pescar cuando hay luna llena, el río está bien bajo y el pescado apenas lo sacás se pudre, che.

-Y bueno, nos divertimos un rato -dijo Mingo, y luego mirando para adentro de la casa, subiendo el tono agregó- y despejamos la cabeza en el silencio del mar, las aves volando en círculos arriba nuestro, los pescados buscando aire, saltando y el murmullo de las estrellas, qué hermoso es pescar, qué hermoso el Olimar -se hacía el poeta, y gritaba para que ella lo escuchara.

El mate pasaba de mano en mano. Ya son como las dos de la mañana, comentó Lucero mirando la posición de la luna. Y luego dijo:

-Ustedes dos son los únicos que conozco que no pescan nada en el Olimar. Mirá que viene gente a pescar acá che, todo el mundo se va con las manos llenas y ustedes nada  --se rió a carcajadas- y sí, la ciudad los cambió eh, dejá, bueno, por lo menos salen de la rutina esa como dicen ustedes.

A mí no me gustaba matar bichos y a Mingo tampoco. El año pasado para disimular creímos que sería bueno llevar un pescado al regresar al rancho de Lucero. Lo enganchamos, lo subimos al bote y estuvimos como cinco minutos mirándolo mientras dejaba de saltar y como treinta esperando hasta estar seguro que había muerto. Lo llevamos envuelto en una bolsa, para no tocarlo con las manos y se lo dimos a Lucero, que hizo una raya en la pared sin parar de reír y decir que así éramos ahora, unos maricas de capital.

Lucero había nacido allí en ese rancho, y allí vivió toda su vida. Mingo y yo también habíamos nacido en Treinta y tres, pero en la ciudad. Nos conocimos en el bar del viejo Nieves que solíamos frecuentar, nos hicimos amigos inseparables los tres. Isabel trabajaba ahí. Lucero la convenció de que esa no era vida para mujer tan bonita como ella y se la llevó para el rancho. El viejo Nieves se enojó y nunca más le habló. Nosotros que íbamos por ella, no fuimos más y nos vinimos para Montevideo a buscar trabajo y la posibilidad de otro amor, pero nunca tuvimos suerte ni nunca la pudimos olvidar.

-Yo me voy a acostar che, ustedes estarán de licencia pero yo temprano me tengo que levantar para ordeñar y después campo todo el día. Isabel ya les arregló las camas en el galpón, ustedes ya saben adonde están.

-Claro, Lucero, no queremos molestar.

-Ustedes no molestan, son amigos, amigos de toda la vida, y a mí me pone contento saber que se acuerdan de mí todos los años.

Nos dimos un abrazo los tres. “Siempre amigos” dijo Mingo uniendo las seis manos. Nos volvimos a dar un abrazo y Lucero se fue a acostar.

Nos quedamos los dos sentados, sin decir nada un rato:

-Y bueno. Decime la verdad, ¿no estaremos haciendo mal?

-Y yo que sé. Todos hacen algo por un interés, adentro esconden el me sirve, el que puedo ganar, lo falso, y todo lo demás.

-Sí, y otra cosa, ayer no pensábamos lo mismo, estábamos como locos por venir.

-Yo solo deseo que se vaya a trabajar. Que sea de día y poder estar con ella.

-Sí, la verdad. Vamos a acostarnos así mañana estamos bien.


ANNA RHOGIO

UNA HISTORIA EN LA PLAYA

La playa se vistió re risas.
Después del temporal, febrero se muestra manso y el sol del medio día, nos hace soñar con que es diciembre todavía. El mar se ve terso, glauco.
Glauco.
Según la mitología griega, glauco era un pescador enamorado del océano que obtuvo de los dioses el don de vivir en sus aguas. Le otorgaron cuerpo y cola de pez y sus ojos, de un verde-azul indefinido, le dieron color a las aguas.
Una pelota roja me golpea en la nariz interrumpiendo mis pensamientos. Vuelan los lentes y quedan peligrosamente debajo de los pies de niños que juegan.
-Perdone-dice uno de ellos. -Nos entusiasmamos con el fútbol.
-Está bien, pero tengan cuidado. Si se me rompieran quedaría como una pobre ciega.
-¿Por qué los usás? -comenzó el tuteo.
-No veo de lejos.
-¿Y de cerca?
-Perfectamente. Hasta las más diminutas letras y tus pecas que me dicen que sos travieso y simpático.
-Me dicen Grillo.
-¿Por qué?
-Mi madre opina que soy barullento y molesto como uno.
-¡Jamás molesta el canto de un grillo! -todos se sientan en la arena rodeándome. -Los japoneses dicen que traen suerte y los tienen en jaulitas especiales adentro de los hogares.
Un rubio gordo y pequeño pregunta:
-¿Dónde queda la japonería?
-El Japón está del otro lado del mar. Hace un tiempo escribí una historia sobre una muchacha japonesa.
-¡Dale! ¡Contala! -pide el rubio.
-Vivía hace muchos años en una gran ciudad y se ganaba la vida fabricando encantadores muñequitos de madera llamados kokeshi. Una mañana vio por la ventana que el viento nocturno había tirado un diminuto nido con huevitos y sus dueños piaban por la pérdida de aquellas vidas. Salió al jardín y puso el nido en una rama más segura y fuerte. El ave mágica le habló: “Por tu invalorable acción, recibirás un presente”.
Antes del amanecer escuchó un leve roce en la puerta y al abrir vio un precioso rubí engarzado exquisitamente que colgaba de una cadena de oro. Pero los pregoneros del joven emperador, no tardaron en anunciar por las calles la pérdida de la joya ordenando al pueblo buscarla, bajo pena de terribles castigos si no aparecía.
La muchacha fue inmediatamente al palacio y la devolvió, pero el soberano la interrogó duramente:
-¿Dónde la encontraste? ¿Me la robaste? ¿Eres una bruja y entraste en el palacio sin que te viéramos?
-¡No, mi señor! -y le contó cómo la había obtenido.
-¡Mientes descaradamente! -rugió él. -¡Los pájaros mágicos que hablan no existen!
Ella lo miró asustada temiendo que le cortaran la cabeza pero contestó serenamente levantando la cabeza:
-Yo nunca miento.
Al ver su belleza y sus ojos honestos, supo que decía la verdad y le concedió un deseo.
-Mis padres son muy pobres. Viven en el campo labrando sus pocas tierras y yo deseo traerlos conmigo para aliviar sus penas.
-Así se hará.
Entonces, el emperador no olvidó su promesa y sus heraldos trajeron a los campesinos al palacio. Tampoco olvidó a la joven y quiso que fuera su reina. Los pájaros que ella había ayudado alegraban los jardines con trinos jamás escuchados…
Grillo me interrumpe:
-¡Conozco el final! ¡Y vivieron felices por siempre!
-Sí, pero déjenme decirles que nunca hubo otra reina tan inteligente, bondadosa y generosa y muy amada por su pueblo que ayudara sabiamente a su esposo en la difícil tarea de gobernar una nación.
-¿Seguimos jugando, muchachos?
-¿No te gustó, Grillo?
-Más o menos…
-¿De dónde sos?
-De Argentina. Estoy de vacaciones con mis padres y hermanas.
El niño rubio me dice amablemente:
-Che, señora, el cuento es re lindo.
-¿Vos también sos argentino?
-¡Nooooooo!  ¡Uruguayooooooo y vivo en el campo!
Grillo termina:
-Gracias por la historia. Si te parece, contásela a las nenas que vienen allá. Son mis hermanas y sus amigas, podés entretenerlas y así no nos molestrán a nosotros. Quieren jugar a la pelota y yo digo que los cuentos de hadas son para las niñas y el fútbol para los varones. ¡Chau!


JOSÉ LUIS MACHADO

UN TEXTO FANTASMAGÓRICO

Donde funciona actualmente el cine del barrio, se han visto bultos luminosos que se desplazan hasta la sala de proyecciones para pasar películas clásicas, en sepia, donde los personajes hablan aunque no se les puede oír. El personal del cine, luego de haber encontrado varias veces el proyector andando ha optado por quedarse a ver la película hasta el final. La protagonista, una joven hermosa de la cual nadie sabe su nombre, muere y al final de los créditos vuelve a aparecer recostada entre pétalos rojos diciendo: nuestra alma no está diseñada para un mundo tan  miserablemente real.

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