viernes

LAUTRÉAMONT (2) - GASTON BACHELARD


(traduccón de Angelina Martín del Campo)


I. AGRESIÓN Y POESÍA NERVIOSA


II

Es fácil dar la prueba positiva de esta intensa animalización: con rasgos innegables dibuja la más simple de las compatibilidades. Una vez reconocida, uno se asombra incluso de que tal animalización no haya podido ser subrayada con más claridad.

Como base de mi estudio he tomado la edición con prefacio de Edmond Jaloux; (1) los Cantos de Maldoror ocupan 274 páginas. Elaboré el registro de todos los hombres de los diferentes animales citados en esas 247 páginas. Encontré 185. Entre esos 185 animales, la mayoría son invocados en varias páginas y varias veces por página. Sin tomar en cuentas las repeticiones de cada página, se encuentran 435 referencias a la vida animal. A decir verdad, algunas referencias son introducidas por locuciones prefabricadas como: a pasos de lobo, desnudo como gusano, negro como cuervo. Debido a ese animalismo gastado, habría que eliminarse cerca de un décimo de las referencias. Entonces quedarían 400 actos animalizados.

Ciertas páginas tienen una densidad animal increíble. Esta densidad corresponde por otra parte a una suma de impulsos y no a una suma de imágenes. Este carácter impulsivo, activo, voluntario, también difiere mucho de la acumulación de animales que en la obra de Víctor Hugo se presentan en gran cantidad. En el poeta de los Travailleurs de la mer, la colección animal permanece estática, inerte; ha sido vista. Las formas extravagantes y pintorescas son la marca de la riqueza objetiva del mundo. En Lautréamont -lo mostraremos- la vida animalizada es la marca de una riqueza y de una movilidad de las impulsiones subjetivas. Es el exceso de ganas-de-vivir el que deforma los seres y determina las metamorfosis.

En comparación con los animales, los vegetales no aparecen más que en una décima parte. En la obra duccasiana sólo desempeñan un papel decorativo. Las flores a menudo son animalizadas, las “camelias vivientes” arrastran a “un ser humano hacia la cueva del infierno” (p. 220). Si las flores verdaderamente siguen siendo “vegetales” son pueriles: “El tulipán y la anémona cuhichean” (p. 229). El olfato es un sentido demasiado pasivo para que Lautréamont se ocupe de los olores. Desde ese punto de vista, las flores están mal asociadas: la guirnalda de “violetas, de mentas y de geranios” es un horror olfativo (p. 227). Correlativamente, ningún vegetalismo, símbolo de vida tranquila y confiada, es sensible en la obra de Lautréamont. El tiempo vegetal, el tiempo continuo, curvado como una palma, no le ha ofrecido sus inflexiones. Esta ausencia de vegetalismo hace más evidente la polarización de la vida en la velocidad y el vigor animales. Si se acepta comparar el sensualismo dinámico de Lautréamont y el sensualismo reposado de J.-Cowper Powys, tan bien caracterizado por Jean Wahl, (2) será más notoria la repugnancia de Lautréamont por el reposo vegetal.

Sin duda por sí solo, el número de referencias a las diversas formas de vida no demuestra la supremacía de la vida animal, y tal vez se burlen de una contabilidad tan simplista; pero nos ha parecido suficiente para definir a priori esta singular densidad de la animalización que vamos a estudiar de cerca.


Notas

(1) Para la comodidad del lector, todas las referencias del autor a dicha edición (1938) han sido reemplazadas, en la presente edición, por envíos a las páginas de la edición de 1953, en la que el texto de Jaloux está acompañado de los prefacios de Genonceaux, Gourmont, Breton, Gracq, Caillois, Soupault. Banchot.
(2) Jean Whal, “Un defenseur de la vie sensuelle”; J.-C. Powys, en Revue de Métaphysique et de Morale, abril, 1939.

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