lunes

LA RUEDA DE LA VIDA - ELIZABETH KÜBLER-ROSS



SEPTUAGESIMOSEGUNDA ENTREGA

CUARTA PARTE


36. LA MÉDICA RURAL  (3)


En casa me recuperé mejor y más rápido que lo que me habría recuperado en el hospital. Dormía bien y me alimentaba bien. Me inventé un programa de rehabilitación. Cada día me vestía y subía la extensa colina de detrás de mi granja. Aquello era naturaleza pura en su estado más salvaje, de modo que podía haber osos y serpientes al acecho detrás de los árboles y rocas. Al principio subía a gatas la pendiente, avanzando lenta y laboriosamente. Al final de la primera semana ya podía caminar apoyada en un bastón, iba recuperando las fuerzas. Durante mis excursiones cantaba a voz en cuello, lo que era un ejercicio fabuloso y, gracias a mi voz horrorosamente desentonada, el canto me servía también de protección contra los animales salvajes.

Al cabo de cuatro semanas, y a pesar del pesimismo de mi médico, ya era capaz de caminar y hablar bien. Afortunadamente había sido una embolia "leve", de modo que reanudé mis tareas en el jardín y la huerta, mis escritos y mis viajes, en fin, todo lo que hacía antes. Pero había sido un aviso muy claro de que debía aminorar el paso. ¿Estaba yo dispuesta a hacerlo? De ningún modo, como lo demostré en una charla que di en octubre a los médicos del hospital del que me había dado de alta yo misma dos meses antes.

-Me habéis curado -les dije en broma-. En dos días me quitasteis para siempre las ganas de estar hospitalizada a no ser que se trate de una superurgencia.

En el verano de 1989 recogimos la mejor cosecha que habíamos tenido hasta la fecha. Llevaba cinco años en mi granja, había trabajado en ella cuatro y estaba saboreando los frutos y verduras de mi ardua labor. Es cierto lo que dice la Biblia: se recoge lo que se siembra. A principios de otoño, cuando asomaban los primeros colores de la estación, terminé el envasado de las conservas y comencé a plantar en el invernadero las semillas para el año siguiente. La vida en la naturaleza me hacía valorar más nuestra dependencia de la Madre Tierra, y comencé a prestar más atención a las profecías de los indios hopi y del Apocalipsis.

Me inquietaba el futuro del mundo. A juzgar por las noticias de los diarios y de la CNN, se veía sombrío. Yo daba crédito a las personas que advertían que pronto el planeta se vería estremecido por terribles catástrofes. En mis diarios abundaban los pensamientos dirigidos a evitar ese dolor y ese sufrimiento. "Si consideramos que todos los seres vivos son dones de Dios, creados para nuestro placer y disfrute, para que los amemos y respetemos, y cuidamos de nosotros mismos con el mismo cariño, el futuro no será algo que haya que temer, sino apreciar."

Desgraciadamente esos diarios fueron destruidos. Pero recuerdo algunas otras entradas:

-"Nuestro hoy depende de nuestro ayer, y nuestro mañana depende de nuestro hoy."

-"¿Te has amado hoy?"

-"¿Has admirado y agradecido a las flores, apreciado los pájaros y contemplado las montañas, invadida por un sentimiento de reverencia y respeto?"

Ciertamente había días en que sentía mi edad, cuando el cuerpo dolorido me recordaba que no debería ser tan impaciente. Pero cuando planteaba los grandes interrogantes de la vida en mis seminarios me sentía tan joven, tan llena de vitalidad y esperanza, como cuando, cuarenta años atrás, hice mi primera visita domiciliaria como médica rural. La mejor medicina es la medicina más simple.

Comencé a acabar los seminarios diciendo: "Aprendamos todos a amarnos y perdonarnos, a tener compasión y comprensión con nosotros mismos." Era un resumen de todos mis conocimientos y experiencias. "Entonces seremos capaces de regalar eso mismo a los demás. Sanando a una persona podemos sanar a la Madre Tierra."

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