FEDERICO RODRIGO
DE CIERTA DISERTACIÓN
Asunto: ¿hacemos algo?
De: fede@logrito
Para: queresuene@todos
El siglo está por cumplir sus quince años y pensaba podríamos hacer un pequeño festejo. Buscando entre los recuerdos aparecieron unos cuantos detalles. Decime qué dejo:
Escucho ruidos que se tartamudean: eco de alguna voz que ya pasó y ordenó la dirección. Jamás se callan, aluvión de marketing, volviéndonos esquizofrénicos a las voces del consumo.
El cemento sigue fecundando la naturaleza con su muerte que emula el cielo gris. Descienden las nubes (vaho indiferente) de las pipas de la sociedad haciendo toser las plantas.
Estadísticas ciegas de mística nos indican donde ir: retroalimentación de la desnutrición de la fe. Recubren bajo la alfombra verdades mientras descubren el herrumbre del hambre.
El desespanto es la garantía de pocos despreocupados: degustantes de brochettes de especies en extinción, abocados a la frenética sucesión de acaparar para acumular y acumular para acobardar.
Está vacío el espacio en que se sienta la familia y lo reemplaza un montón de muñecos con miradas atrapadas en luces artificiales. Ya ni sospechan la voz del sol. Inmóviles. En las redes sociales aletea otra extinta especie: la común-icación.
También veo saberes rogándole a las escuelas cómo responder al alma. Se duermen enredados en la madeja de cables que controlan y cronometran cada sonrisa en esta gula globalizada: victima del reloj con taquicardia.
Pero soy de los que creen que nada ni nadie nace malo. Esas son sólo secuelas de su emancipación de siglo XX, siglo vedette que estuvo leyendo demasiada edad media sin miedo. Sin pedir piedad. Profanando profundo.
Porque los siglos son como las personas, a los quince años todavía están definiendo su personalidad. Y la esperanza perece cuando se agota la oportunidad. Yo prefiero posponer su agonía. Yo prefiero no agonizar posponiendo.
Qué locura que a oscuras siga viendo color.
Más locura que a oscuras siga habiendo color.
El tiempo me vio nacer y yo lo vi nacer a él. Él me encontró adolescente y juntos tramamos tropezar. Nos descubrimos y sin darnos cuenta, hoy estamos acá, al borde de la vorágine que nos consume.
No quiero mutilar sus raíces y aguardar la agonía, no quiero fertilizar la gran duda con las cenizas del tiempo. Prefiero porfiar las razones de gente que no razona, prefiero proponer soluciones y destacar la luz que se asoma a las afueras de la caverna.
Parece fácil saber que el enemigo no está en el gorro de cúpula diferente ni en la pintura sobre el rostro de nadie. Es enemigo el egoísmo que hace estragos el nosotros dejando motón de inútiles yo. ¿A dónde llegaría un yo solo? Ni saldría de la orilla.
Aun queda la música desplazando el barullo de tanto problema en la oreja, aun las sonrisas nos cuidan el alma, aun los niños recuerdan la inocencia, aun la naturaleza pincela libertades.
Porque la belleza ya no precisa preciosas princesas para posarse: aun la maldad sigue siendo sorpresa de noticieros, aun la verdad se guarda en arrugas de abuelos, aun hay mil milagros en lo cotidiano de cada día, aun los esfuerzos de la carne no apagan la sencillez espiritual, aun los amigos nos hacen un lugar bajo el árbol de piernas cruzadas a lo indio, aun alguna noviecita quiere besarme aunque tenga llenas de barros las rodillas.
No se trata de lagrimear por algún antídoto vencido. Es una revolución rebelde global que sólo tendrá sentido si se replica silenciosa en cada uno de nosotros. Habrá que encontrar el respaldo del perdón para perdonar la persona más difícil: uno mismo. A todos. A tientas. Tomate el tiempo que precises y sólo cuando estés listo, acompañá al de al lado a desempañarse. A desarrollarse. A volver a ser.
Te necesito: ¿hacemos algo?
ANNA RHOGIO
DRUMDUM, DE IRLANDA
CAPÍTULO VI
-¿De dónde sacaste que soy un chismoso? ¿Eh?
-Desde que le contaste a mamá aquello y por qué Héctor vino ligerito a esconderse atrás de sus polleras.
-¡Pero mija! ¡No me quedó otra! La pobre se asustó mucho cuando le trajeron a Horacio medio muerto, amarillo verdoso, mormoso!
La tarde anterior, María Luisa, Ángela y las hijas del farmacéutico, jugaban en el sótano en un carro de pasear nenes. Se subían por tandas y mientras una tiraba como borriquito, las otras gritaban y cantaban acompañando los chirridos de las ruedas de madera sin gomas, haciendo un lindo y monumental escándalo. Cuando cansaron del encierro y del escándalo, se fueron a caminar y los muchachos ocuparon la plaza fuerte.
-Ahora probaremos ya saben qué -invitó Rubén.
-Abrí las banderolas, si no, el olor llegará arriba -advirtió Héctor; este era su momento de portarse muy mal.
De una fragante caja de cedro, Rubén sacó unos habanos y los repartió entre sus hermanos y sus amigos.
Se pusieron a fumar caminando con las manos en la espalda como hacen los hombres. Iniciaron un diálogo que a medida que el humo invadía el recinto, se hacía más violento y loco. Comenzaron a marearse, hubo insultos, peleas y casi trompadas que se interrumpieron al ver que Horacio caía redondo.
-¡Mamá va a matarme porque dejé fumar a su bebé! -Héctor lo abanicó tratando de reanimarlo.
Los grandulones lo llevaron de las piernas y los brazos entre cuatro como si cantaran aquello de: ¡Tengo un chanchito para vender, a dos cobres y a vintén!
-Casi chocan conmigo que doblaba la esquina y oí que le decían: “¿Para qué fumás si te hace mal, salame?” Viste el lío que armó tu madre. ¡Gritaba que el infeliz tenía fiebre amarilla! ¡También, con el color que tenía! Y tuve que decirle la verdad, por qué estaba como estaba, si no, capaz que le daba un infarto a la pobre.
-Mirá, Juaco, el zafarrancho de ayer, fue obra de ya sabemos quién.
-¡Qué bronca armaron los vecinos por tan poca cosa!
-¿Te parece poco molestarlos así a la hora de la siesta? ¡Y con aquel calor! ¡Después, el vivito vino ligerito a esconderse en vez de dar la cara!
-¡Ja! ¡Héctor es diablo, pero no es zonzo!
De repente, como esas cosas que suceden en verano, el día celeste y radiante se nubló y se largó a llover.
El viento sopló tímidamente primero y luego barrió feroz, todo lo que encontraba en los caminos.
Trajo desde los lejanos cerros azules, un batallón de nubarrones negros y las primeras gotas fueron moneditas brillantes sobre la tierra.
-¡Qué tiempo, compañera!
-Sip. Parece invierno.
Sobre la mesa hay cantidad de juegos que no tocaron todavía y los colores fluorescentes de las cajas se adueñaron de la tarde gris.
El reloj de péndulo, alto, serio y flaco, dio acompasadamente las tres.
-Las damas y el ludo me tienen aburrida, che.
-Entonces, contame lo que pasó ayer.
-Ta. Héctor, ayudado por los gandules de la farmacia, ató un hilo al llamador del general retirado y se escondió en la azotea. A la hora de sestear, comenzó el concierto: TOC… TOC… TOC…
Don Barrenechea se asomó hasta cansarse y al ver que no había nadie, se rascó la pelada, la panza, lo vio una vecina de enfrente, y volvió a la cama. Pero el ruido creció, y creció, y creció, hasta hacerse insoportable como disparos de cañón. En una de las tantas asomadas, vio en la calle la sombra de la casa, el pretil de la azotea y la silueta de la cabeza del culpable.
-¡Qué plato!
-¡Porque no te lo hicieron a vos! ¡No te rías! El general gritó cosas horribles mientras iba subiendo furioso y al llegar arriba, vio la camisa inconfundible de mi hermano que saltaba como Superman al fondo del vecino, con él adentro… ¡No te rías!
-¡Es un fenómeno! ¡Me dan ganas de copiarlo!
-¡Pobre de vos! Sigo. Al saltar, tuvo poca suerte: aterrizó en el cantero de frutillas y las aplastó. Queriendo escapar del perrazo que andaba suelto, se enredó en la cuerda de la ropa, la reventó y revolcó las prendas hasta hacerlas carbón. La señora Margot y su marido, ese petisito compadrito, se asomaron al fondo para ver qué pasaba y él aprovechó para ganar la puerta de la calle… ¡No te rías!... Iban siguiéndolo la señora con un palo de amasar, el petiso y el perro ladrando rabioso… ¡No puedo más!... Y atrás con un garrote, el general retirado don Barrenechea, en calzoncillos y descalzo luciendo sus piernas flacas y chuecas… ¡Ay!... ¡Con aquel tremendo solazo!... ¡Me… muero de risa!
El temporal siguió azotando con fuerza y salieron al patio para que la lluvia fresca lavara la risa de sus caras.
Fueron al cuarto del delincuente y lo encontraron tumbado leyendo en la cama:
-¿Qué quieren? ¡Váyanse! ¿No saben que estoy en penitencia?
-¡Bien hecho, bien hecho, bien hecho!
-¡Callate nena o te doy un soplamocos! Tengo que estudiar las páginas que marcó papá, si no, mañana tendré doble trabajo.
Entonces lo vio: subido en el barral de la cortina, Dundrum lo señalaba y la estampida fue fenomenal.
Terminó escondido entre las mantas de la cama de Isabel que lo miró atónita.
-¡Por el amor de San Andrés, abue! ¡Dejame quedar contigo que estos me molestan mucho! Prometoserbuenoprometoserbuenoprometoserbueno…
JOSÉ LUIS MACHADO
A BELANE
(primer capítulo de una novela en proceso de elaboración)
1
Años después de que el Gorrión Rojo lo encontrara y se lo llevara hacia su inmenso nido, yo estoy aquí sentado en su oficina esperando que alguien entre y me pegue un tiro.
El casero había muerto y su hijo, un estúpido niño bien, trataba por todos los medios de que me fuera o al menos que cambiara el letrero de afuera. Así de enfermo era. Así de díscolo. De manera que sobre las letras gastadas que dicen DETECTIVE colgué un letrero de ABIERTO.
Es invierno, el invierno del sur y bien cercano al agua, por lo tanto frío y húmedo, de esos que provocan tos perruna y flemas incontenibles. La calefacción no funciona, sólo tengo una pequeña estufa alógena, que marcha muy mal, a veces enciende y otras algo.
Hoy parecía ser mi día de suerte. Agarré la estufa y la coloqué entre mis piernas y me puse a esperar. No había entrado nadie desde el verano y la última llamada había sido la de una encuestadora de mierda:
-Buenos días, señor.
-Buenos días.
-Soy Estela, si las elecciones fueran hoy ¿a quien votaría?
-A tu madre.
-Señor, disculpe, no lo escuché bien.
-Dije que a la puta de tu madre.
-Señor, estoy trabajando. ¿Por qué me habla así?
-¿Así cómo?
-De mala manera, insultando.
-Eso no es de mala manera, puede ser peor. ¿Para que me llamó?
-Ya sabe, es una encuesta, la máquina selecciona números al azar y nosotros llamamos.
-¿Y justo me viene a tocar a mí?
-Lo siento, señor.
-Fa… no lo podés sentir, la tengo grande pero no tanto.
Colgó.
Amagué una sonrisa mientras recordaba aquello y se abrió la ventana. Me levanté para cerrarla sin hacer algún mal movimiento que apagara la estufa. Me despegué de la silla lentamente. Cerré y volvía frotándome las manos contra mi aliento cuando sonó el teléfono.
Levanté el tubo. Equivocado. Una mierda.
Me fui a sentar y a esperar nuevamente. Todo el mundo espera, espera nacer, espera vivir, espera coger, espera morir y espera renacer, o simplemente espera. La estufa se había apagado así que decidí bajar y tomarme una en el bar del Cacho.
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