HUGO GIOVANETTI VIOLA
FOLLETÍN SABATINO
EPISODIO 16: TRANSFIGURACIÓN
EPISODIO 16: PANUEL
Veranillo
María Esther fue a buscar a su novio a la iglesia y encontró a Andrea escribiendo al lado de la higuera, que parecía una mole de esmeralda esculpida sobre el poniente amenazador del veranillo.
-Ya está relampagueando -señaló el cerro la chiquilina. -¿Le mostraste la poesía a Juan?
-Sí. Dice que él nunca en la vida va a poder escribir algo que tenga esa blancura. ¿Y tu traje?
-Me lo voy a poner cuando empiece la lluvia.
-¿Qué estás copiando?
-Las frases que más le gustan a un amigo que tengo desde antes de nacer. Ahora ya no lo veo.
-Leeme alguna.
-Nuestra hermanita no tiene pechos. / ¿Qué vamos a hacer con ella / cuando vengan a pedirla?
-Pero eso es de la Biblia.
-Sí. Y esta es la parte que más le gusta a mi abuela porque se parece a las comedias de amor que escuchamos por la radio.
-¿Y vos cómo sabés cuáles son las frases que le gustan a él?
-Brillan más -puso un dedo sobre la página llena de sol rojizo la niña que usaba un traje de baño estampado con caras de personajes de Disney.
-Leeme otras.
-Yo soy como una muralla, / y mis pechos como torres. / Por eso, a los ojos de él, / ya he encontrado la felicidad.
-¿Y por qué no lo ves más?
-Porque me pegaron tantas palizas cuando le hablaba en voz alta que un día desapareció. ¿Cómo está Juan de la lastimadura?
-Mucho mejor. ¿Y vos?
-Cuando viene una calor como la de esta tarde me arde mucho.
-¿Y cómo era la cara de tu amigo invisible?
-Divina.
-¿Y es con él que te casás?
Entonces la chiquilina se recogió el rulerío que le llegaba hasta la cintura y carcajeó poniéndose bizca igual que Stan Laurel:
-¿Pero cómo me voy a casar con él si es mi hijo? ¿Vos tas loca?
Bosque
-A Paco Espínola no le gustó nada que Ossorio se pusiera a gritar Mierda con Victoria Barcala en los brazos -fue guiando Onetti a la muchacha hacia la zona más boscosa del parque Durandeau.
-¿Por qué no me llevás a dar una vuelta en chalana, Juan? Ahora me estoy sintiendo peor que Caperucita.
-Hace mucho calor -se remangó las mangas de la camisa el hombre que llevaba el saco en el brazo.
-¿Y qué quería Paco Espínola que se pusiera a gritar Ossorio?
-Gracias. Gracias por el Espíritu.
-Desde hoy en adelante se mira y no se toca -le retiró una mano de su nuca la muchacha al galán de sobacos muy sudados.
-¿Pero hoy no me llamaste para decirme que me perdonabas?
-Sí. Pero no me toques.
-¿Alguna vez pensaste lo lindo que sería si Michelangelo hubiese esculpido una Pietà al revés?
-No empieces a divagar porque yo no soy del club.
-Es que ayer el Viejo me desafió a que adaptara el episodio del Génesis y ahora sé que algún día me va caer una historia sobre alguien que es capaz de desafiar toda la decencia que nos impone esta culturita podre.
-Mejor nos vamos, Juan -se frenó María Esther midiendo de reojo la sonrisa casi estúpida del hombre que ahora parecía arrastrar los pies más por felicidad que por cansancio. -Quedé en encontrarme con mi novio en la parroquia.
-¿Y si yo te pido en el nombre del Perpetuo Socorro que me dejes hacer una cosa contigo sin que sepas lo que es? No te va a molestar.
-Ni lo sueñes, mi amor.
-No me dígas mi amor si me mirás igual que al lobo disfrazado de abuela. Te va a encantar, cosita.
-¿Y pensás que después de lo que hiciste anoche puedo confiar en vos?
-Mujer de poca fe.
-Tengo 14, loco. Te mentí todo el tiempo.
-¿Y vos te creés que yo no me daba cuenta, sweet Victoria? Y además te puedo asegurar que en esta versión del cuento el seductor no es el lobo.
-Eso puedo aceptártelo. Pero si no me decís qué es lo querés hacerme vade retro, tavarich.
Granizo
-Ahora estás feliz del todo -preguntó Ariel mientras la lluvia crecía como una especie de metralla cósmica.
-Cristo -se sostuvo uno de los pequeños pechos la muchacha para que se lo succionaran mejor. -Esto es muchísimo más hermoso que caerse en la orilla después de patalear desde la Isla de Gaviotas.
-Pero gritaste de dolor.
-Qué importa. Yo soy como una muralla, / y mis pechos como torres. / Por eso, a los ojos de él, / ya he encontrado la felicidad.
-Todavía no puedo creer lo que le pasó a esa criatura con el amigo invisible.
-Hay que agradecer la cruz.
-Esta tarde le sugerí al padre Miguel que estábamos decididos a ser una sola carne y me dio la bendición lo más campante.
-¿Pero no te das cuenta que es por eso que hoy se te puso como un obelisco? -carcajeó María Esther levantando los brazos hacia la densidad feroz del chaparrón. -Y a mí me hizo mucho bien despedirme de Juan con tanta délicatesse.
-Pa. Escuchá.
-Eso es granizo.
Y durante mucho rato se abrazaron como para ampararse durante un bombardeo.
-Nunca escuché algo igual -terminó por entreabrir la ventana que daba al patio Ariel para recoger una piedra del tamaño de un huevo.
-Madre de Dios.
-Qué pasa.
-Ella no se va a bajar de la higuera. ¿Entendés?
-Capaz que se bajó.
-El católico sos vos -se sacó de arriba al muchacho de mirada clarísima María Esther para amortajarse con la sábana. -En eso tiene razón Onetti.
-Pero no llores.
-Sí. Porque no hay consuelo para lo que nos obligan a sufrir en el mundo. Y si alguien quiere irse dándole gracias al Espíritu primero tiene que aprender a reventar abandonado entre toda la mierda.
-Es verdad.
-Y es por eso que ella debe seguir agarrándose la cabeza en la higuera.
Vuelo
-¿Puedo leerte unos párrafos de un tratado inglés del siglo XIV que encontraron hace poco? -sacó del bolsillo un catálogo de la exposición constructivista Onetti. -Copiados por el Viejo para mí.
-¿Ah, era eso? Doña Manolita ya me leyó una frase de La nube del no-saber.
-Escuchá: Quien quiera recuperar la pureza del corazón perdida y conseguir esa integridad personal que está por encima de todo sufrimiento, ha de luchar pacientemente en la actividad contemplativa y mantenerse en el tajo, haya sido pecador habitual o no. Pecadores e inocentes sufrirán en esta tarea, aunque obviamente los pecadores sentirán más el sufrimiento. Sucede, sin embargo, con frecuencia, que muchos que han sido grandes y habituales pecadores llegan antes a la perfección de ella que aquellos que nunca han pecado gravemente. Dios es verdaderamente maravilloso al derramar su gracia en aquellos que elige; el mundo se queda abrumado, aturdido, ante un amor como este. Y creo que el día del juicio final será realmente glorioso, pues la bondad de Dios brillará claramente en todos sus dones de gracia. Algunos de los que ahora son menospreciados y despreciables (y que quizá son pecadores inveterados) reinaran aquel día gloriosamente con sus santos. Y quizá algunos de los que nunca han pecado gravemente y que ante los demás aparecen como personas piadosas, venerados como buenos por otras personas, se encontrarán en la miseria entre los condenados. Lo que quiero resaltar es que en esta vida ningún hombre puede juzgar a otro como bueno o malo por la simple evidencia de sus obras. Las obras en sí mismas son otra cuestión. Podemos juzgarlas como buenas o malas, pero no a la persona.
-Qué hombre raro que sos.
-Y lo que quiero pedirte ahora es que me dejes llevarte en brazos hasta aquella araucaria. Nada más.
-Bueno -casi no demoró en alisarse los alones dorados la muchacha que aquel día no usaba boina. -Eso sí.
Y entonces Juan la alzó como si fuera una garcita y después de cargarla durante el último tramo del bosque la puso sobre las pinochas sonriendo iluminadamente:
-Y que no se diga más, criatura.
El embrujo duró exactamente veinte días, desde el 20 de setiembre al 10 de octubre -escribió en un brevísimo artículo publicado medio siglo después María Esther Gilio: Después de esa fecha dejamos de vernos. Después de esa fecha nos hicimos amigos.
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