lunes

LA BESTIA TRANSFIGURADA - HUGO GIOVANETTI VIOLA

                                                            

(INFLUENCIAS DEL BARROCO EUROPEO Y AMERICANO EN NUESTRO ARTE POPULAR)

La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.
ANTONIO MACHADO

Es terrible
Pero
Cada día
Son más claros
Los intereses
Más oscuros
EFRAÍN HUERTA


PRIMERA ENTREGA


1 / FIESTAS                 

Me es imposible saber si en 1950 mi padre empezó a estudiar dibujo y pintura en el Taller Torres-García antes o después de la final de Maracaná.

Yo no recuerdo nada porque tenía 2 años, pero la familia siempre me contó que cuando me preguntaban quiénes habían hecho los goles, me reía papagayeando: Chafino y Guiya.

Y recién hoy me doy cuenta que aquella fue la primera fiesta de impronta barroca que viví junto a mi pueblo: algo que se había iniciado cuando Artigas fue recibido en los extramuros de Montevideo después de la batalla de Guayabo.

Según la valoración de José Lezama Lima (el genial estratega que definió el papel contraconquistador que América está destinada a cumplir desde que la llegada de Colón unificó civilizatoriamente al planeta) nuestro Protector podría ser considerado un casi insuperable ejemplo de Señor Barroco en el ejercicio de una guía prospectiva hacia la mestización espiritual mesiánica emergida de un Nuevo Mundo cuya paisajística esencial sólo puede ser simbolizada por una fe salvaje.

Vivíamos en una casona (que todavía existe) de la calle Valentín Gómez, y mi padre pintaba en un altillo que la prédica torresgarciana transformó en una trinchera mística de la que nunca más salí.

Pero los pesebres que él construía durante la Tardebuena en nuestro enorme comedor utilizando arena y piedrones del Prado no tenían nada que ver con el constructivismo, sino que se inscribían en la programática contrarreformista post-tridentina de transformar los rituales comunitarios en fiestas de la trascendencia.

Mi padre era un cristiano silvestre y nunca iba a la iglesia, aunque tampoco despotricaba uruguayamente contra el catolicismo.

Y conservo, además, un proyecto de vitral crístico fechado en el 52, donde Hugo W. Giovanetti Sanna incrustó a la perfección la clásica silueta del Señor de la Paciencia en una estructura ortogonal pintada con los cinco colores puros.

Es muy posible, entonces, que en la Navidad del mismo año en el que mi padre empezó a tomar clases con José Gurvich y los futbolistas orientales purificaron la pos-guerra desencadenando una especie de implosión atómica celeste, haya habido también un pesebre derramando su PAX-LUX sobre aquella calle cortada (los postigones del comedor eran abiertos puntualmente al anochecer) donde el barrio entero desfilaba a reverenciar una instalación plástica que no tenía nada que ver con los vanguardismos contemporáneos estilo Duchamp o Beuys.

Y lo que Joaquín Torres García había conseguido instalar en el endémico desierto de nuestra culturita era una prospectiva de ambiente colectivo simbólico y sacro que hoy, más de medio siglo después de aquella patriada, todavía es menospreciado como un delirante culto de catacumba.

Y sin embargo en aquel caserón del Paso Molino se respiraba un duro deseo de durar dulcemente invencible.

Lo que hubiese sido suscrito por Paul Eluard, José Lezama Lima y Obdulio Varela.



2 /  REINO

Los viernes 22 y 29 de noviembre de 2013 elMontevideano Laboratorio de Artes montó un espectáculo multimediático bautizado La Bestia Pop, en homenaje a una emblemática canción ochentista de Patricio Rey y sus redonditos de ricota, la banda argentina de rock que supo adueñarse de los escenarios masivos sin transar (a lo largo de dos décadas) con ninguna de las gestualidades acomodaticias impuestas por los criminales culturales que digitan el mercado del consumismo salvaje.

Sobre el fin del milenio, se demostraba una vez más que cuando el gran arte implanta adecuadamente su terribilità en el territorio hegemonizado por la elefantiasis idiota o mediocre, Goliat vuelve a derrumbarse.

No fueron dos jornadas complacientes, y la consigna con la que invadimos las redes mediáticas reprodujo una de las sentencias más perfectas elaboradas por Alberto Methol Ferré, acaso nuestro más clarividente pensador contemporáneo: Artigas es mucho más que nosotros, y nosotros su fracaso histórico. El Uruguay es la negación de Artigas, y su futuro será su reafirmación. El camino está señalado desde lo hondo, y cumple con la altura de nuestro tiempo.

Y una de las precisiones más cismáticas que reafirmamos en nuestras conferencias vertebradoras de los materiales plásticos, audiovisuales y musicales que se estaban exponiendo fue, precisamente, la de que en este país siempre existió un enfrentamiento tajante y deslindante (a la hora de valorar nuestro evolución comunitaria) entre quienes se consideran uruguayos y quienes nos consideramos orientales.

La raíz global de este problema ya tiene cinco siglos, y se detecta en el panorama eurocentrista cuando el sosiego del Renacimiento es resquebrajado sísmicamente por lo que puede ser considerada como la mascarada espiritualista de una modernidad destinada a desembocar, a cualquier costo, en la cambalachesca y barbárica imposición del imperio de la nada.

Alcanza con leer a Dante o ver la catedral de Notre Dame para darse cuenta de que la certidumbre del reinado de una realidad multidimensional misteriosamente tangible que se respiró en la Edad Media, por encima de cualquier peste septenaria, todavía no se ha reconquistado.

Por otra parte, diez siglos antes de iniciarse la crisis de sequedad que hizo explotar la autodefensiva proliferancia barroca, San Agustín (todavía libre del fundamentalismo aristotélico manipulado camaleónicamente tanto por la esclerosis de la escolástica como por la voracidad burguesa) había formulado con una insuperable claridad el único desafío interpelante y conducente a la praxis teleológica de una Humanidad Nueva: Creer lo que no vemos para merecer ver aquello que creemos.

Lo que nos exige plataformizarnos sobre un núcleo utópico asentado en un axis mundi acueducto aurífero (para hablarlo simultáneamente en Eliade y Vallejo) que sólo puede concretarse con el resurgimiento inédito de nuestra vocación de eternidad.

Y esto implica elegir, de una vez para siempre, entre la libertad cósmica de la trascendencia o el despotismo con cielorraso de las utopías.


3 / TRAMA

Estoy seguro de que a Raymond Radiguet le hubiese gustado que lo plagiara afirmando que el espesor histórico de la belleza barroca se apoderó de mí en aquella trinchera del Paso Molino (y especialmente a través de la ventanita dorada de una Philco, porque todavía no teníamos tocadiscos) donde escuché a Solé gritando el gol de Ghiggia y a Gardel y al imprescindible Sodre que rebrillaba entre la flotación áspera del aguarrás y del tabaco negro.

Lo que significa que ya en 1950 mi patrón psíquico se consteló guiado por ese revés de la trama diseño indescifrable (al que muchas veces llamamos conformistamente destino) que me permitió conocer y reconocer desde siempre lo que Mario Levrero, en La novela luminosa, define como lo sublime, la dimensión que no tenemos en cuenta (aunque enseguida agrega que esa percepción multidimensional que nos falta no está en ninguna parte y puede estar en cualquiera; hoy aquí, mañana allá, pasado desapareció, dentro de veinte años reaparecerá, tal vez, o no; todo depende de la Gracia -y de cómo ande uno con uno mismo-.)

En mi caso puedo asegurar que la irrupción de esa Gracia se siguió manifestando toda la vida -junto a dos epifanías literalmente dantescas provocadas (cuando tenía 15 y 25 años) por el espejamiento en espesuras numínicas femeninas- a través de muy diferentes síntesis símbólicas de prospección contraconquistadora.

Y el arranque del espiralamiento ascendente de mi psiquis se lo debo a la influencia que ejercieron sobre mi primera infancia aquellas tensiones barrocas proyectadas a contracorriente del positivismo reseco que la culturita tontovideana nos trató de imponer a partir de la segunda mitad del siglo XX (incluida, por supuesto, la cada vez más caótica desembocadura de este nuevo milenio).

Estamos en pleno reino de la mediocridad. Entre plumíferos sin fantasía, graves, frondosos, pontificadores con la audacia paralizada. Y no hay esperanzas de salir de esto rabiaba Juan Carlos Onetti en 1939 (emparaguado por el seudónimo de Periquito el Aguador y desde un semanario Marcha que todavía no era el órgano oficial de la nefasta Generación del 45): En ese sentido -y en tantos otros que poco nos importan- vivimos la más pavorosa de las decadencias, la más disgustante de las confusiones.

Torres-García, en cambio, supo dominar el desencanto cosechado desde su vuelta al Uruguay en 1934, y doce años más tarde (en La Regla Abstracta. Contribución al arte de las tres Américas) terminó por empujar a sus jovencísimos discípulos con un fervor imperativo que nos recuerda a las cartas dirigidas por Artigas a los gobernadores litoraleños (bajo la insólita consigna de Les ordeno ser libres) cuando desertó del Segundo Sitio y concibió la Liga Federal aislado en Arerunguá. Que piense -en fin- profetizaba el maestro constructivista que AMÉRICA TODA ha de LEVANTARSE NUEVAMENTE para dar -en los tiempos modernos- un arte virgen y poderoso.

Y además señalaba que ese entramado liberador iba a nutrirse con las tradiciones heredadas de las culturas precolombinas, exactamente en los mismos años en que Lezama Lima formulaba su reinvención de América en la revista Orígenes.


 4 / DRAGO

En las jornadas del espectáculo La bestia Pop se expusieron in situ obras de Guillermo Fernández, Lola Fernández, Horacio Herrera y Álvaro Moure Clouzet, además de presentarse la novela Llorar pa’delante de Saúl Ibargoyen (Ediciones Abrelabios), el poemario Estrellas libres de Martín Salaberry y la summa narrativa que bauticé 130 bisontes brillando en la pared de la caverna (Grupo Editor Conjunto / Bandes /  elMontevideano Laboratorio de Artes) y el cuarto número de la revista Tertulia lunática, que produce el Movimiento Cultural estudiantil Eduardo Darnauchans.

Pero lo que consideramos el discurso central del evento fue un cortometraje elaborado por Moure Clouzet como envoltorio dialéctico para las conferencias de fundamentación teórica que dictamos junto a Wilson Javier Cardozo.

En el breve pero intensísimo primer tramo de este collage audiovisual asistimos a una especie de refundición de transparencias que analogizan el caos civilizatorio de la actual pos-posmodernidad (entre relampagueantes intrusiones de obras capitales de Goya o Van Gogh que sugieren la necesidad de recuperar la ingerencia de otro entramado cultural) y terminan, cuando el espectador ya está al borde de la exasperación, siendo arrasadas por la carrera de un bisonte prehistórico.

Arquetípicamente, esta irrupción avasallante simboliza, si la entroncamos con el mito-eje de la era cristiana, al drago de Capadocia que la heroicidad del caballero de la fe (reclamada en los dos últimos siglos por Kierkegaard y Jung como única energía salvífica capaz de empoderarse de la fuerza tanática) deberá resignificar, reconquistando definitivamente el sosiego de la tribu.

Y es recién entonces que se produce el quiebre de la entrada en pantalla de los créditos de y ahora qué… LA BESTIA POP?

Lo que se exhibe a continuación (sobre la sismografía del minimalismo de Philip Glass, un compositor capaz de entramar colchones rítmicos y tímbricos donde Bach y los sixties dialogan conviviendo con la misma gracia de acoplamiento obtenida por Gidon Kremer en sus 8 estaciones vivaldianas-piazzollianas) es una especie de patchwork in progress de las obras de Guillermo Fernández, Lola Fernández, Horacio Herrera y el propio Moure Clouzet capaz de conjugar la espesura de una paisajística plástica politextural y poligenérica de tonalidad integrada.

Y esta proliferación de un relato mestizo donde lo que guía a las imágenes, en todo momento, es la búsqueda de la sagrada completud del ser proyectada arcoíricamente desde el axis mundi celeste de nuestro sur profundo, consuma un objetivo de esencia oriental desenterrada en pleno centro de la toldería tontovideana.

Hasta que finalmente (por si quedaban dudas de que el poderío que demostraron tener los futbolistas que le pintaron la cara al mundo de celeste en Sudáfrica está destinado a reditarse en cualquier disciplina donde reine nuestra refinadísima garra) se presentó el video de una actuación del grupo tanguero Garufa (integrado en este caso por dos uruguayos, un venezolano y un colombiano) en el Festival Internacional de Liechtenstein en julio de 2013.

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