PUEBLA / PROCESO Y TENSIONES (1979)
A la memoria de Charo Reyes de Talavera en fidelidad a su ofrenda por Puebla.
PRIMERA ENTREGA
1
RESPONSABILIDAD PUBLICA.
La Iglesia católica está en vísperas de un evento extraordinario: la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que se celebrará en Puebla, México.
Lo inaudito ya está ocurriendo. La temática y las expectativas de Puebla desbordan los marcos latinoamericanos; atraen la atención de los grandes centros de poder y formación de la opinión mundial.
Nuestra Iglesia latinoamericana nunca había estado en semejante escenario como protagonista. Sólo había desempeñado papeles muy secundarios. Pero ahora, desde ya, noticias y augurios atraviesan los cinco continentes. Se escribe y anuncia en numerosos idiomas; se discute, denuncia, difama; se inventan rumores que recorren el mundo y hasta se elogia. Todo esto es signo de tensiones que preparan un desenlace. Es signo de la multiplicidad y amplitud de intereses históricos concretos que, de algún modo, son tocados por el suceso de Puebla. Hay quienes desean que Puebla ilumine; otros que tenga un entierro miserable. Cada cual, que lleve agua a su molino. Es así. Luchas, maniobras, pasiones, franquezas, arterias rodean como un halo a todo gran acontecimiento. El brillo de la luz se hace siempre venciendo sombras: es la prueba de toda historia. También es la prueba de Puebla y con Esta, de una etapa crucial de la Iglesia latinoamericana en su misión evangelizadora.
¿Cuáles son esas pruebas y retos? ¿Qué significan? ¿Qué está en juego? ¿Cómo se mueven las distintas corrientes que atraviesan y sacuden a la Iglesia? ¿Qué buscan y a dónde van? ¿Cómo evangelizar hoy en nuestros pueblos? ¿Cómo preparar el futuro?
A todo esto los cristianos debemos responder con un esfuerzo de total claridad. Una claridad que cale en hondura; de lo contrario, sería una gigantesca preparación de lo inútil. En marcha tan decisiva, todo escamoteo es un contrasentido. Reunión eclesial tan importante exige dar la cara con honradez, con claridad pública y no sólo privada, ya que es un servicio al proceso que hoy vive el pueblo de Dios. Esto no es fácil, pero sí necesario. Esa claridad pública exige conversión, examen de conciencia muy íntimo, lectura de los signos de los tiempos. Se afecta la vida de mucha gente. Obliga a ser objetivos, leales, verdaderos. Capacidad de ser directo, de decir y preguntar de frente; también capacidad de rectificación, si la verdad lo impone. Se entiende, de rectificación pública. Esto implica poner de lado la tentación mezquina, siempre apremiante, de dar prioridad a la autojustificación, pues ella es principio de destrucción, no sólo personal sino de toda la comunidad, desde el matrimonio hasta la Iglesia.
A todo esto los cristianos debemos responder con un esfuerzo de total claridad. Una claridad que cale en hondura; de lo contrario, sería una gigantesca preparación de lo inútil. En marcha tan decisiva, todo escamoteo es un contrasentido. Reunión eclesial tan importante exige dar la cara con honradez, con claridad pública y no sólo privada, ya que es un servicio al proceso que hoy vive el pueblo de Dios. Esto no es fácil, pero sí necesario. Esa claridad pública exige conversión, examen de conciencia muy íntimo, lectura de los signos de los tiempos. Se afecta la vida de mucha gente. Obliga a ser objetivos, leales, verdaderos. Capacidad de ser directo, de decir y preguntar de frente; también capacidad de rectificación, si la verdad lo impone. Se entiende, de rectificación pública. Esto implica poner de lado la tentación mezquina, siempre apremiante, de dar prioridad a la autojustificación, pues ella es principio de destrucción, no sólo personal sino de toda la comunidad, desde el matrimonio hasta la Iglesia.
Todo buen diálogo es un duro y fraterno aprendizaje común de llamar las cosas por su nombre. Nada menos. Y es lo que hoy, de modo intenso, nos pide a todos, el bien de la Iglesia y los pueblos latinoamericanos. Que nuestras oscuridades y aún mentiras no apaguen el poder de la Palabra, poder de salvación, principio de libertad evangélica.
Por lo común, el nombre auténtico de las cosas no está a flor de piel. Quizá en momentos, los santos alcancen un testimonio transparente. Quizá la transparencia de la santidad toque en algún momento a toda vida. Y no mucho más. Es lo que deben saber los que pretenden atestiguar en cualquier proceso y, más aún, si es de la Iglesia de Cristo. Atestiguar, hablar en voz alta, es a veces una obligación; a veces presunción. A veces, las dos cosas mezcladas. Presunción es la “vedette” –todo aquel que busca “imagen”, contratestimonio. Buscar “imagen” es lo contrario a testimonio. Lo primero es servirse, lo segundo, servir. Uno no es juez infalible, pero deben seguirse los dictados de la conciencia.
Con temor y temblor, sin querer ofensa, con la firme convicción moral -que no exime de error- quiero decir lo que veo en este proceso de Puebla. Bajo mi exclusiva responsabilidad, creyendo contribuir a dilucidar algunos aspectos de utilidad al entendimiento, así como poner sobre el tapete algunas cuestiones que es imperativo aclarar en forma franca y abierta discusión pública, colectiva. El pueblo debe saber de qué se trata. Por eso, que la discusión sea como corresponde: en la plaza, a los cuatro vientos. Mi participación y responsabilidades en el CELAM, aunque pequeñas, por supuesto me exigían en todos estos asuntos la mayor sobriedad y recato. Si desde el fragor de este proceso caían algunas piedras en mi rincón, pues paciencia y aguante. Todo tiene su tiempo; creo que ya es pertinente, por mi cuenta y riesgo, entrar en el entrevero. De todos modos ya lo estaba. Lo estamos todos los cristianos latinoamericanos. Si lo que uno quiere decir tiene verdad y peso, queda, ante todo, a la consideración pública de la Iglesia, pueblo del que somos miembros y donde se nos da y va la vida. Responsabilidad pública quiere decir aquí responder con y ante el pueblo de Jesucristo. Máxima responsabilidad ante Cristo, nuestro Señor. Señor de la historia universal de todos los hombres y de todos los pueblos.
Por lo común, el nombre auténtico de las cosas no está a flor de piel. Quizá en momentos, los santos alcancen un testimonio transparente. Quizá la transparencia de la santidad toque en algún momento a toda vida. Y no mucho más. Es lo que deben saber los que pretenden atestiguar en cualquier proceso y, más aún, si es de la Iglesia de Cristo. Atestiguar, hablar en voz alta, es a veces una obligación; a veces presunción. A veces, las dos cosas mezcladas. Presunción es la “vedette” –todo aquel que busca “imagen”, contratestimonio. Buscar “imagen” es lo contrario a testimonio. Lo primero es servirse, lo segundo, servir. Uno no es juez infalible, pero deben seguirse los dictados de la conciencia.
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