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ARTURO ARDAO Y LA LÓGICA DE LA INTELIGENCIA

Por Agustín Courtoisie
(reportaje recuperado de Ariel Nro. 1 - Agosto de 2009)
Nacido en el Uruguay en 1912, abogado, docente universitario, militante político junto a Carlos Quijano, historiador y pensador -aunque su obra creativa, o más personal, es menos conocida que su abundante bibliografía como investigador-, Arturo Ardao es una de las figuras filosóficas más importantes de América Latina. La siguiente lista de sus títulos no es exhaustiva. Todas las publicaciones fueron hechas en Montevideo, excepto indicación en contrario.
Obras sobre Uruguay: Filosofía pre-universitaria en el Uruguay (1945), La Universidad de Montevideo (1950), Espiritualismo y positivismo en el Uruguay (México, 1950), Batlle y el positivismo (1951), La filosofía en el Uruguay en el siglo XX (1956), Introducción a Vaz Ferreira (1961), Racionalismo y liberalismo en el Uruguay (1962) Etapas de la inteligencia uruguaya (1971).
Sobre América Latina: Génesis de la idea y el nombre de América Latina (Caracas, 1980), Andrés Bello, filósofo (Caracas, 1986), La inteligencia latinoamericana (1987), Romania y América Latina (1991), América Latina y la latinidad (México, 1993). Sobre Uruguay y América Latina: Rodó. Su americanismo (1970), Estudios latinoamericanos de historia de las ideas (Caracas, 1978), Nuestra América Latina (1986).Sobre España y América Latina: La filosofía polémica de Feijóo (Buenos Aires, 1962) Filosofía de lengua española (1963), España en el origen del nombre América Latina (1992), Lógica y Metafísica en Feijóo (1997).
De su labor más personal debe mencionarse una verdadera joya del pensamiento filosófico de lengua española: Espacio e inteligencia (Caracas, 1983) ampliada y enriquecida por el autor en sucesivas reimpresiones -como la edición compartida de Biblioteca de Marcha y Fondo de Cultura Universitaria, Montevideo, 1993-. En ella, Ardao dialoga críticamente en sucesivos ensayos con Henri Bergson, Bertrand Russell, o Benedetto Croce, por mencionar solo algunos de sus interlocutores filosóficos, y establece en La antropología filosófica y la espacialidad de la psique, una de sus tesis más personales y mejor fundadas, en lúcida contraposición con las conocidas tesis de Max Scheler. Por otra parte, en el mismo volumen, De hipótesis y metáforas constituye un ejercicio ejemplar de estilo, con un lenguaje que cabe asociar, no sin temor a equívocos, a lo literario -pero también a la sensibilidad contenida y al rigor-, a propósito de los conceptos de inteligencia y razón.
Hace ya un tiempo, en su escritorio y rodeados de libros, conversábamos con don Arturo cuando vino un apagón y quedamos completamente a oscuras. Yo sugerí abrir la persiana que estaba de su lado, para aprovechar la luz que todavía pudiera provenir de la calle. Con mucha gracia, Ardao respondió: “¡Es una buena idea! Claro, no será como para ingresar a la historia de las ideas, pero es una buena idea”. En noviembre de 1999 el doctor Ardao aceptó responder por escrito algunas interrogantes sobre historia de las ideas (luminosas o no tanto) o sobre la aparente oscuridad (de la metafísica) que no es tal para la lógica de la inteligencia.
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Usted suele ser identificado ante todo como historiador de las ideas, con acento en las filosóficas. Pero no son pocos los que entienden que además de su apuesta personal, evidente en textos como los de su volumen “Espacio e inteligencia”, hay una intención filosófica original en su obra histórica. Por ello quisiera su reflexión sobre esta frase de “La inteligencia latinoamericana”: “Toda historia de la filosofía, si es auténtica, es en sí misma ejercicio filosófico; no sólo porque sin filosofar de alguna manera es imposible organizar la sucesión del pensamiento de filósofos, escuelas, sistemas, corrientes, sino, además, porque es nutriéndose dialécticamente de su propia historia que el progreso de la filosofía se cumple”.
Sin duda, una cosa es la filosofía y otra su historia; pero tal historia, si auténtica, es ya, de algún modo, ejercicio filosófico, y por lo tanto una forma de filosofar. Lo es, por requerir, necesariamente, la vivencia de la filosofía en los dos primeros de sus tres ascendentes niveles: conciencia filosófica, criterio filosófico, creación filosófica. Manteniéndose, como debe mantenerse, en los dos primeros, no le cabe a la historia de la filosofía originalidad en tanto creación; pero puede alcanzarla en otro sentido: innovando en el relevamiento correlativo y comparado de doctrinas, épocas, áreas geográficas, filósofos.
Dicho eso, importa no olvidar, sin embargo, que toda originalidad en filosofía es siempre relativa, desde que también siempre, de modo explícito o implícito, es condicionada por la tradición histórica, no sólo de la filosofía en sentido estricto. Lo quisimos expresar en el pasaje recordado, al decir: “es nutriéndose dialécticamente de su propia historia que el progreso de la filosofía se cumple.” Desde luego, un decisivo historicismo (en una de las varias acepciones con que se maneja este término), se halla en la base. Lo apuntábamos en “Advertencia” de Espacio e inteligencia: “… De ahí que en nombre de la historicidad del espíritu humano, no incompatible -tal como se la entiende aquí- con la continuidad última de naturaleza y cultura, de cosmos y hombre, se hagan diversas apelaciones a la historia de la filosofía o a la historia general.”
Lo recuerdo a usted en una conversación anterior, leyendo con emoción el pasaje original de Littré que Vaz Ferreira adaptó en su célebre metáfora del témpano. ¿Cree todavía en la importancia de hacer metafísica?
Por cierto que sí, como no dejaba de creerlo también Vaz Ferreira. Respecto de la parcial adaptación que en su artículo “Ciencia y metafísica” hizo de la metáfora de Littré, ha existido, y sigue existiendo, un doble malentendido: de dicha metáfora misma, cuya particular historia nos ha ocupado en algún momento, y de su ocasional evocación por aquél. Ha sido habitual reducirla a sólo una de sus partes, la de representación de las realidades últimas como un “océano para el cual no tenemos ni barca ni velas”; únicas palabras que entonces le interesó citar a Vaz Ferreira.
Releámosla completa, numerando por nuestra cuenta cada una de las tres partes que comprende: “1) Es un océano que viene a batir nuestra orilla, 2) para el cual no tenemos ni barca ni vela, 3) pero cuya clara visión es tan saludable como formidable.”
La mayor emoción de aquella metáfora, tan divulgada en su parte segunda como desconocida en su totalidad, es trasmitida, ciertamente, por sus partes primera y tercera: expresión ellas de la punzante conciencia del universal misterio, más que enigma, del cosmos y de nuestro propio ser. No obstante tal expresión, se atenía Littré, como buen positivista, a la negación de la metafísica. No fue el caso de Vaz Ferreira, por más crítico que también fuera de su concepción tradicional. Baste recordar apenas estas tan compartibles líneas de la inmediata “Lógica viva”: “La metafísica es legítima; más que legítima: constituye y constituirá siempre la más elevada forma de la actividad del pensamiento humano, mientras no pretenda tener el aspecto de claridad y precisión de la ciencia.” Por nuestra parte, nos limitamos aquí a apuntar el concurrente papel de las nociones de verosimilitud y de hipótesis en la irrenunciable especulación metafísica.
Pero no sin agregar, dada la entidad y el compromiso de la pregunta que estamos respondiendo, que precisamente de la metafísica posible nos ocupamos de modo expreso en el capítulo final del volumen en prensa Lógica de la razón y lógica de la inteligencia; y decimos allí, entre otras cosas: “En contraste, con la conclusiva de lo evidente, una abierta metafísica de lo verosímil, concepto éste que en diversos lugares tanto desacreditara Descartes; en oposición al dogmatismo a priori de la razón abstracta, el empírico escepticismo moderado de la inteligencia concreta.”
Jorge Liberati ha manifestado que “la filosofía de Arturo Ardao concilia dos de los grandes extremos que se debatían hacia el final de la primera mitad del siglo. Para no usar “ismos”, y para ser breve, podría decirse que tales extremos oscilaban entre la valoración de los hechos y la valoración de las ideas; entre ciencia y espíritu, entre razón y afectividad; entre instituciones e individuos. La obra de morigeración entre estos extremos (manifiestos bajo fórmulas adscritas a diferentes ciencias o a diferentes centros de interés en o entre ellas) no es llevada a cabo por Ardao mediante una argumentación especulativa sino mediante una paciente búsqueda de documentación. Los testimonios están orientados a develar circunstancias factuales, que les dieron lugar”. Equilibrio, moderación, rigor, y disposición a “pensar por ideas a tener en cuenta”, como decía nuestro Vaz Ferreira, parecen constantes en su obra. La respuesta suya, bien anotada por Liberati, de acudir a la paciente documentación orientada a develar circunstancias factuales, ¿no lo acerca -sin perjuicio de lo dicho con anterioridad- no lo acerca un poco más a las filosofías de la experiencia y a las filosofías de la vida?
 verdad es que, más que cerca, menos o más de dichas filosofías, nunca he dejado de sentirme adepto de ellas, en su más lata significación. Ajena a toda idea de escuela o de doctrina personalizada: en lo que todas ellas tienen de genérica filosofía de lo concreto, responsable, desde la transición del pasado al presente siglo, del radical giro filosófico que ha llevado, entre otras consecuencias, a la gran bifurcación contemporánea de la Lógica en lógica formal y lógica no formal. Es la cuestión a la que hemos dedicado el mencionado volumen en prensa: Lógica de la razón y lógica de la inteligencia.
 “La inteligencia latinoamericana” usted ha distinguido “la idea como abstracto concepto general, y la idea como afirmación o negación, es decir, como juicio”. Según esto, la historia de las ideas es la historia de las ideas-juicio, no de las ideas-concepto. Pensar es juzgar, y la historia de las ideas debe incluir la creencia, la opinión y hasta las tonalidades afectivas de una representación intelectual. En otros pasajes de esa obra Ud. ha citado la frase de Ortega de que “una idea es siempre reacción de un hombre a una determinada situación de su vida”. Esa frase, agrega Ud., se entiende en toda su dimensión entendiendo por “idea” no la idea-concepto sino la idea-juicio. Para aquellos que creen que la filosofía puede divorciarse de los contextos vitales en que tal actividad se desarrolla, y también para aquellos que desconfían del verbalismo en filosofía, ¿podría proporcionar un ejemplo para ilustrar la operación del juicio como una reacción frente a una realidad concreta, y mostrar así el rendimiento de su distinción?
 respuesta requiere volver a Ortega. Los correspondientes pasajes de su conocido prólogo a la Historia de la Filosofía, de Bréhier, comienzan con una verdadera inadvertencia. Por un lado, dijo allí, desde el título de uno de los apartados: “No hay propiamente historia de las ideas”, porque “de los abstractos no hay historia”. Por otro lado, admitió y fundamentó luego la Historia de las ideas, incluso las filosóficas, entendida como historia de las que llama “efectivas ideas”, aquellas que constituyen concretas funciones vitales de la conciencia humana. No advertía que en uno y otro lugar empleaba la palabra idea en sendas acepciones de las varias bien distintas que históricamente ha recibido, desde la psicología a la metafísica, pasando por la lógica y la gnoseología, amén del lenguaje corriente.
 “idea” en el sentido de idea general, o sea de estricto concepto, cuando habla de “ideas abstractas”; y cuando habla de ”efectivas ideas”, lo hace en el sentido de juicio, que siempre es concreto. Dos significados que en su momento hemos querido distinguir con las expresiones idea-concepto e idea-juicio. De hecho, toda historia de las ideas se ha ocupado siempre, sin poder dejar de hacerlo, con conciencia o sin ella, de ideas-juicios.
 propuesta expresión idea-juicio, más de una vez ha resultado novedosa. Curioso, sin embargo, es que de todas las acepciones de la voz idea, acaso la de más frecuente uso, en el lenguaje corriente tanto como en el filosófico, es aquella en que significa, precisamente, juicio; o “proposición”, para decirlo con la vestidura léxica del mismo. No es así extraño que el propio Diccionario de la Academia Española, entre las varias y variadas acepciones de idea, puntualice por separado: “Convicciones, creencias, opiniones”, es decir, juicios. En su riguroso sentido 1ógico, el concepto, o idea general o universal, es siempre abstracto, no pasible, por tanto, de historia; por ejemplo, el solo concepto “hombre”. Pero toda idea en cuanto “convicción, creencia u opinión” acerca del ente “hombre”, necesariamente expresada a través de un juicio, o proposición, es siempre concreta, desde una situación concreta también, de la conciencia respectiva, sea esta conciencia natural, científica o filosófica.
En un texto de 1941, usted sostuvo que en la obra de Bergson hay una ausencia que lo divorcia de las preocupaciones más vivas del presente, y le reprochó encomendar la humanidad al misticismo, a pesar de los conflictos históricos de clases sociales y de pueblos. Y advirtió que las nuevas generaciones americanas conocerían las lecciones del maestro del Colegio de Francia, pero adelantaba que no andarían de su mano. ¿Podría hacer algún comentario sobre aquel texto?
 trató de una nota en ocasión de la muerte del filósofo, declinante desde hacía unos años su universal influencia durante el primer cuarto del siglo, muy grande en nuestro país. No dejamos de rendir homenaje a la profunda renovación que su obra significó a la hora de la caída del positivismo. Pero tanto como sus aportes principales destacamos sus carencias ante situaciones de los nuevos tiempos, con referencia, temprana entonces, a las nuevas generaciones americanas. Entre tales carencias, su no distinción entre razón e inteligencia, en su vasta teorización de ésta; punto que tanto después nos ha llevado a pormenorizar la crítica de su gnoseología en el reciente estudio ya aludido sobre Lógica de la razón y lógica de la inteligencia.
 sosteniendo la tesis de la espacialidad de la psique?
, que no puedo menos que responder con otra pregunta: Consagrada en filosofía la noción científica de espacio-tiempo (el tiempo, cuarta dimensión del espacio), ¿se puede a esta altura seguir sosteniendo la inespacialidad de los fenómenos psíquicos, o de la psique, según quiera decirse?
 ha dicho: “La llamada ‘inteligencia artificial’ debió -debe- llamarse ‘razón artificial’: algoritmia mediante, es la razón, no la inteligencia, la que viene siendo ensayada por las computadoras”. También “Para la inteligencia, lo llamado natural por la razón no es menos misterioso que lo llamado sobrenatural”. Conozco muchísimos lectores sorprendidos de la calidad literaria de los aforismos de ese Ardao, “desconocido” para los lectores de sus obras más difundidas. Le ruego que elija uno de sus aforismos favoritos de “De hipótesis y metáforas” y me diga si piensa recurrir de nuevo a esa modalidad estilística.
 verdad es que ninguno me resulta especialmente favorito, si bien introduciría ligeras variantes en algunos de ellos; variantes cuyo ejercicio no es ajeno a la continuidad del conjunto.
 aforismos de De hipótesis y metáforas (de Espacio e Inteligencia), parecen haber constituido el núcleo de un nuevo libro suyo: tengo entendido que es inminente la aparición de Lógica de la razón y lógica de la inteligencia. Por su generosidad dispongo de la versión inédita de 1997, e ignoro si desde entonces sufrió modificaciones sustanciales. Quisiera un avance, a su juicio, del lugar de esta obra en el contexto de sus demás títulos.


El texto en prensa es el inédito de 1997, sin ninguna modificación sustancial. En su condición de complemento de Espacio e inteligencia, cabe pensar que vienen a tener ambos un común sitio aparte y solidario, en el contexto de los demás títulos. Encontramos necesario reiterar aquí estas advertencias hechas al comienzo del mismo: “Tal expresa distinción de dos grandes Lógicas -o de dos grandes familias de Lógicas- no podría olvidar, sin embargo, el verdadero carácter, yendo a su fondo, de la distinción básica misma entre razón e inteligencia. Tan fuera de lugar como la identificación de ambas -con el nombre de la una o de la otra- resulta el desconocimiento de sus constantes nexos de interacción gnoseológica no menos que psicológica. ( … ) En cualquier caso, el enunciado Lógica de la inteligencia, lejos de constituir la propuesta de una lógica más, apunta sólo a emparentar -y eventualmente unificar- las variadas lógicas que vienen ensayándose como alternativas de la lógica formal.”

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