jueves

MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS - CLARISSA PINKOLA ESTÉS



CENTESIMOPRIMERA ENTREGA


CAPÍTULO 10

La represión de la fantasía creativa (3)

Históricamente, sobre todo en la psicología masculina, la enfermedad, el exilio y el sufrimiento se entienden a menudo como un desmembramiento iniciático que a veces reviste un gran significado. Pero en el caso de las mujeres hay otros arquetipos adicionales de iniciación que surgen de la psicología y las condiciones físicas; uno de ellos es el del alumbramiento, otro es el poder de la sangre y otros son el hecho de estar enamoradas o de recibir un amor nutritivo. El hecho de recibir la bendición de alguien a quien ellas admiran, el hecho de que alguien de más edad les imparta enseñanzas de una forma profunda y comprensiva son unos fuertes arquetipos que presentan sus propias tensiones y resurrecciones.

La niña de las cerillas se acercó mucho, pero se quedó muy lejos de la fase transitoria de acción y movimiento que hubiera completado su iniciación. A pesar de que su desdichada vida poseía los elementos necesarios para una experiencia iniciática, no tenía a nadie ni dentro ni fuera, capaz de guiar su proceso psíquico.

El invierno psíquico en su sentido más negativo trae el beso de la muerte -es decir, la frialdad- a todo lo que toca. La frialdad significa el final de cualquier relación. Si quieres matar algo, muéstrate fría. En cuanto los sentimientos, los pensamientos o las acciones se congelan, ya no es posible la relación. Cuando los seres humanos quieren abandonar algo que llevan en sí mismos o dejar a una persona fuera, en medio del frío, procuran no prestarle atención, cancelan las invitaciones, la excluyen, se desvían de su camino para no tener ni siquiera que oírla ni vería. Ésta es la situación de la psique de la vendedora de fósforos.

Esa niña vaga por las calles y les suplica a los desconocidos que le compren cerillas. Esta escena ilustra una de las situaciones más desconcertantes del instinto herido de las mujeres, la entrega de la luz a cambio de un pequeño precio. Aquí las lucecitas en lo alto de los palitos son como las luces más grandes de las calaveras ensartadas en las estacas en el cuento de Vasalisa. Representan la sabiduría, pero, por encima de todo, iluminan la conciencia, sustituyendo la oscuridad con la luz y volviendo a encender lo que se ha extinguido. El fuego es el símbolo más importante del revitalizador de la psique.

La niña de las cerillas pasa muchas necesidades, suplica que le den algo y ofrece la luz, de hecho algo que vale mucho más que el penique que ella recibe a cambio. Tanto si este "gran valor que entregamos a cambio de a algo que vale menos" se encuentra dentro de nuestra psique como si es algo que experimentamos en el mundo exterior, el resultado es el mismo: más pérdida de energía. Entonces una mujer no puede responder a sus propias necesidades. Hay algo que suplica vivir, pero no recibe respuesta. Aquí tenemos a alguien que, como Sofía, el espíritu griego de la sabiduría, toma la luz del abismo, pero la gasta a tontas y a locas en inútiles fantasías. Los malos amantes, los malos jefes, las situaciones de explotación, los taimados complejos de todas clases tientan a una mujer y la atraen hacia estas decisiones.

Cuando la vendedora de fósforos decide encender las cerillas, utiliza sus recursos para entregarse a las fantasías en lugar de emprender una acción. Utiliza su energía para seguir un camino momentáneo. Todo eso se percibe o con toda claridad en la vida de la mujer. Está decidida a ir a la universidad, pero tarda tres años en decidir en cuál se va a matricular. Piensa pintar una serie de cuadros, pero, no tiene ningún sitio donde montar la a exposición, no convierte la pintura en una prioridad. Quiere hacer esto o aquello, pero no dedica el tiempo necesario a aprender o a desarrollar la sensibilidad o la habilidad necesarias para hacerlo bien, Tiene diez cuadernos de notas llenos de sueños, pero está atrapada en su interpretación y no consigue llevar a la práctica sus significados. Sabe que tiene que marcharse, empezar, dejar, ir, pero no lo hace.

Y ahora comprendemos por qué. Cuando una mujer tiene la sensibilidad congelada, cuando ya no se percibe a sí misma, cuando su sangre, su pasión, ya no llegan a las extremidades de la psique, cuando está desesperada, una vida de fantasía es más agradable que cualquier otra cosa que ella pretenda lograr. Como no tienen leña a la que prender fuego, las llamitas de sus cerillas le queman la psique como si fuera un tronco enorme y seco. La psique empieza a gastarse bromas a sí misma y ahora vive en el fuego imaginario del cumplimiento de todos los anhelos. Pero esta clase de fantasía es como una mentira: cuando la persona la dice a menudo, acaba por creérsela.

Esta especie de ansia de transmutación en la que los problemas o las cuestiones se minimizan a través de entusiastas fantasías acerca de soluciones imposibles o de otros tiempos mejores no sólo asalta a las mujeres sino que es también uno de los mayores escollos con que tropieza la humanidad. La estufa del cuento de la vendedora de fósforos simboliza los pensamientos cálidos y afectuosos.

Es también el símbolo del centro, el corazón, el hogar. Nos dice que la fantasía de la niña gira en torno a su verdadero yo, al corazón de la psique, al calor de hogar interior.
Pero, de repente, la estufa se apaga. La niña de las cerillas, como todas las mujeres que se hallan en esta apurada situación psíquica, se encuentra sentada de nuevo sobre la nieve. Vernos aquí que esta clase de fantasía es muy breve, pero intensamente destructiva. No tiene nada que quemar más que nuestra energía.

Aunque una mujer utilice la fantasía para entrar en calor, acaba padeciendo nuevamente frío. La pequeña vendedora enciende más cerillas. Cada fantasía se extingue y la niña se encuentra otra vez muerta de frío en la nieve. Cuando la psique se congela, una mujer sólo se mira a sí misma y a nadie más. Enciende una tercera cerilla. Es el tres de los cuentos de hadas, el número mágico, el punto en el que algo nuevo tendría que ocurrir Pero en este caso, puesto que la fantasía desborda la acción, no ocurre nada nuevo.

Es curioso que en el cuento haya un árbol de Navidad. El árbol de Navidad es una evolución de un símbolo precristiano de la vida eterna, la planta de hoja perenne. Se podría pensar que eso es su salvación, la idea de la psique de hoja perenne en perenne crecimiento y perenne movimiento, pero la habitación no tiene techo.

La psique no puede abarcar la idea de la vida. El hipnotismo se ha enseñoreado de la situación.

La abuela es muy cariñosa y muy buena, pero es la morfina definitiva, el sorbo definitivo de cicuta. Atrae a la niña al sueño de la muerte. En su sentido más negativo, es el sueño de la complacencia, el sueño del entumecimiento -"Está muy bien, lo podré resistir"-, el sueño de la negación -"Miraré para el otro lado"-. Es el sueño de la fantasía perniciosa en el que esperamos que todas las penalidades desaparecerán por arte de magia.

Es un hecho psíquico comprobado que, cuando la libido o la energía disminuyen hasta el extremo de que su aliento no empaña el espejo, surge alguna representación de la naturaleza de la Vida / Muerte / Vida, simbolizada aquí por la abuela. Su función es la de llegar a la muerte de algo, incubar el alma que ha abandonado su cascarón y cuidar de ella hasta que pueda renacer.

Esta es la gran dicha de la psique de las personas. Incluso en el caso de un final tan doloroso como el de la vendedora de fósforos, queda un rayo de luz. Cuando transcurre el suficiente tiempo y se produce el suficiente malestar y la suficiente presión, la Mujer Salvaje de la psique arrojará nueva vida a la mente de la mujer y le ofrecerá la oportunidad de emprender una vez más una acción en su propio beneficio. Tal como podemos deducir del sufrimiento que todo ello entraña, es mucho mejor sanar la propia afición a las fantasías que esperar, deseando y confiando en resucitar de entre los muertos.

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