sábado

LAS HORTENSIAS (12) - FELISBERTO HERNÁNDEZ



VI (2)

Esa noche fue a dormir a otro hotel; le tocó una habitación con un solo espejo; el papel era amarillo con flores rojas y hojas verdes enredadas en varillas que simulaban una glorieta. La colcha también era amarilla y Horacio se sentía irritado: tenía la impresión de que se acostaría a la intemperie. Al otro día de mañana fue a su casa, hizo traer grandes espejos y los colocó en el salón de manera que multiplicaran las escenas de sus muñecas. Ese día no vinieron a buscar a Hortensia ni trajeron la otra. Esa noche Alex le fue a llevar vino al salón y dejo caer la botella…

-No es para tanto -dijo Horacio.

Tenía la cara tapada con un antifaz y las manos con guantes amarillos.

-Pensé que se trataría de un bandido -dijo Alex mientras Horacio se reía y el aire de su boca inflaba la seda negra del antifaz.

-Estos trapos en la cara me dan mucho calor y no me dejarán tomar vino; antes de quitármelos tú debes descolgar los espejos, ponerlos en el suelo y recostarlos a una silla. Así -dijo Horacio, descolgando uno y poniéndolo como él quería.

-Podrían recostarse con el vidrio contra la pared, de esa manera estarán más seguros -objetó Alex.

-No, porque aun estando en el suelo, quiero que reflejen algo.

-Entonces podrían recostarse a la pared mirando para afuera.

-No, porque la inclinación necesaria para recostarlos en la pared, hará que reflejen lo que hay arriba y yo no tengo interés en mirarme la cara.

Después que Alex los acomodó como deseaba su señor, Horacio, se sacó el antifaz y empezó a tomar vino; paseaba por un caminero que había en el centro el salón; hacia allí miraban los espejos y tenían por delante la silla a la cual estaban recostados. Esa pequeña inclinación hacia el piso le daba la idea de que los espejos fueran sirvientes que saludaran con el cuerpo inclinado, conservando los párpados levantados y sin dejar de observarlo. Además por entre las patas de las sillas, reflejaban el piso y daban la sensación de que estuviera torcido. Después de haber tomado vino, eso le hizo mala impresión y decidió irse a la cama. Al otro día -esa noche durmió en su casa- vino el chofer a pedirle dinero de parte de María. Él se lo dio sin preguntarle dónde estaba ella; pero pensó que María no volvería pronto; entonces, cuando le trajeron la rubia, él la hizo llevar directamente a su dormitorio. A la noche ordenó a las mellizas que le pusieran un traje de fiesta y la llevaran a la mesa. Comió con ella enfrente; y al final de la cena y en presencia de una de las mellizas, preguntó a Alex:

-¿Qué opinas de esta?

-Muy hermosa señor, se parece mucho a una espía que conocí en la guerra.

-Eso me encanta, Alex.

Al día siguiente, señalando a la rubia, Horacio dijo a las mellizas:

-De hoy en adelante deben llamarla señora Eulalia.

A la noche Horacio pregunto a las mellizas: (Ahora ellas no se escondía de él) -¿Quién está en el comedor?

-La señora Eulalia -dijeron las mellizas al mismo tiempo.

Pero no estando Horacio, y por burlarse de Alex, decían: “Ya es hora de ponerle el agua caliente a la espía”.

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