sábado

NICOLÁS MAQUIAVELO - EL PRÍNCIPE (10)




CAPITULO VI

De las soberanías nuevas que uno adquiere con sus propias armas y valor (1)

Que no cause extrañeza, si al hablar, ya de los Estados que son nuevos bajo todos los aspectos, ya de los que no son más que bajo el del príncipe, o del Estado mismo, presento grandes ejemplos de la antigüedad. Los hombres caminan casi siempre por caminos trillados por otros, y no hacen más que imitar a sus predecesores, en las acciones que se les ve hacer; pero como no pueden seguir en todo el camino abierto por los antiguos, ni se elevan a la perfección de los modelos que ellos se proponen, el hombre prudente debe elegir únicamente los caminos trillados por algunos varones insignes, e imitar a los de ellos que sobrepujaron a los demás, a fin de que si no consigue igualarlos, tengan sus acciones a lo menos alguna semejanza con las suyas. Debe hacer como los ballesteros bien advertidos que, viendo su blanco muy distante para la fuerza de su arco, apuntan mucho más alto del objeto que tienen en mira, no para que su vigor y flechas alcancen a un punto de mira en esta altura, sino a fin de poder, asestando así, llegar en línea parabólica a su verdadero blanco.

Digo, pues, que en los principados que son nuevos en un todo, y cuyo príncipe, por consiguiente, es nuevo, hay más o menos dificultad en conservarlos, según que el que los consiguió es más o menos valeroso. Como el suceso por el que un hombre se hace príncipe, de particular que él era, supone algún valor o dicha, parece que la una o la otra de estas dos cosas allanan en parte muchas dificultades; sin embargo, se vio que el que no había sido auxiliado de la fortuna, se mantuvo por más tiempo. Lo que proporciona también algunas facilidades, es que no teniendo un semejante príncipe otros Estados, va a residir en aquel de que se ha hecho soberano.

Pero volviendo a los hombres que, con su propio valor y no con la fortuna, llegaron a ser príncipes, digo que los más dignos de imitarse son: Moisés, Ciro, Rómulo, Teseo y otros semejantes. Y, en primer lugar, aunque no debemos discurrir sobre Moisés, porque él no fue más que un mero ejecutor de las cosas que Dios le había ordenado hacer, diré, sin embargo, que merece ser admirado, aunque no fuera más que por aquella gracia que le hacía digno de conversar con Dios. Pero considerando a Ciro y a los otros que adquirieron o fundaron reinos, los hallaremos dignos de admiración. Y si se examinaran sus acciones a instituciones en particular, no parecieran aquellas diferentes de las de Moisés, aunque él había tenido a Dios por señor. Examinando sus acciones y conducta, no se verá que ellos tuviesen cosa ninguna de la fortuna más que una ocasión propicia, que les facilitó el medio de introducir en sus nuevos Estados la forma que les convenía. Sin esta ocasión, el valor de su ánimo se hubiera extinguido, pero también, sin este valor, se hubiera presentado en balde la ocasión. Le era, pues, necesario a Moisés el hallar al pueblo de Israel esclavo en Egipto y oprimido por los egipcios, a fin de que este pueblo estuviera dispuesto a seguirle, para salir de esclavitud. Convenía que Rómulo, a su nacimiento, no quedara en Alba, y fuera expuesto, para que él se hiciera rey de Roma y fundador de un Estado de que formó la patria suya. Era menester que Ciro hallase a los persas descontentos del Imperio de los Medos, y a estos afeminados con una larga paz, para hacerse Soberano suyo. Teseo no hubiera podido desplegar su valor, si no hubiera hallado dispersados a los atenienses.

Estas ocasiones, sin embargo, constituyen la fortuna de semejantes héroes; pero su excelente sabiduría les dio a conocer el valor de estas ocasiones; y de ello provinieron la ilustración y prosperidad de sus Estados.

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