jueves

EL PODER Y LA GLORIA - GRAHAM GREENE

QUINCUAGESIMOSEGUNDA ENTREGA
                            
TERCERA PARTE


I  (5)

Cuando se fue el último penitente, él volvió al bungalow atravesando el corral. Veía la lámpara encendida y a miss Lehr haciendo calceta. Sentía el olor de la hierba en la dehesa, húmeda con las primeras lluvias. Un hombre podría ser feliz allí si no estuviera tan ligado al temor y al sufrimiento.

También la infelicidad puede convertirse en hábito como la devoción. Acaso su deber era romperlo, descubrir la paz. Sentía una envidia inmensa por todas aquellas gentes que había confesado y absuelto. “Dentro de seis días -dijo para sí-, yo también en Las Casas...” Pero no podía creer que alguien, donde fuese, le librara del peso de su corazón. Incluso al beber sentíase atado a su culpa por el cariño. Sería más fácil librarse del odio.
Miss Lehr se expresó en estos términos:

-Siéntese, Padre. Estará cansado. Por supuesto, yo nunca fui partidaria de la confesión. Mr. Lehr tampoco.

-¿No?

-No comprendo cómo puede usted aguantar sentado allí, escuchando todas esas cosas horribles... Recuerdo que una vez, en Pittsburg...

Las dos muías llegaron durante la noche, de modo que pudo partir temprano inmediatamente después de la misa, la segunda que dijo en el granero de Mr. Lehr. El guía estaba durmiendo en cualquier parte, probablemente con las muías; era una criatura flaca y nerviosa que no había estado nunca en Las Casas; conocía el camino de oídas. La noche antes miss Lehr había insistido en llamarle ella, aunque se despertó por sí mismo antes de que clarease.

Acostado en la cama oyó el despertador, sonando como un teléfono, en el otro cuarto; y a poco sintió el chancleteo de la mujer en el pasillo y un tactac en la puerta. Su hermano dormía imperturbable boca arriba, con la corrección descarnada de un obispo sobre una tumba.

El cura se había echado vestido y abrió la puerta antes que ella tuviera tiempo de retirarse. Lanzó un chillido de consternación. Presentaba una hechura gibosa con una redecilla en el pelo.

-Dispénseme.

-Oh, no hay de qué. ¿Cuánto durará la misa, Padre?

-Habrá muchas comuniones. Acaso tres cuartos de hora.

-Le prepararé un poco de café... y bocadillos.

-No debe molestarse.

-Oh, no le podemos dejar partir con hambre.

Le siguió hasta la puerta, resguardándose un poco detrás de él como para no ser vista por nada ni por nadie en el ancho mundo matinal y desierto. La luz gris alisaba la pradera; en la verja, la magnolia florecía una vez más para el día; muy lejos, más allá del arroyo donde se bañaran, la gente subía desde el pueblo camino del granero de Mr. Lehr; a tal distancia resultaban las personas muy pequeñas para ser humanas. Tenía una sensación de dicha expectante que le rodeaba, aguardándole para que tomara parte en ella, como una función de cine para niños o un rodeo. Se daba cuenta de lo feliz que pudiera haber sido si en el espacio recorrido no dejara, detrás de sí, otra cosa que algunos malos recuerdos. El hombre debe preferir siempre la paz a la violencia, y él marchaba en dirección a la paz.


-Ha sido usted muy buena conmigo, miss Lehr.

Cuán extraño le había parecido al principio ser tratado como un huésped, no como un animal o un cura. Aquellos eran herejes; nunca se les ocurriría pensar que él no fuese un hombre bueno; no tenían la perspicacia inquisitiva de sus correligionarios católicos.

-Hemos disfrutado teniéndole a usted. Padre. Pero debe alegrarse de irse. Las Casas es una ciudad magnífica. Un sitio muy moral, como Mr. Lehr dice siempre. Si encuentra usted al Padre Quintana, dele nuestros recuerdos; estuvo aquí hace tres años.

Una campana comenzó de pronto a tocar. Habíanla bajado de la torre de la iglesia, colgándola fuera del granero de Mr. Lehr. Se hubiera dicho que era un domingo cualquiera en cualquier parte.

-A veces he deseado poder ir a la iglesia.

-¿Por qué no va?

-A Mr. Lehr no le agradaría. Es muy escrupuloso. Pero hoy día ocurre tan raras veces. No creo que se celebre otro servicio durante otros tres años.

-Yo volveré antes, si acaso.

-Oh, no -denegó ella-. No lo hará usted. Es un viaje pesado y Las Casas es una hermosa ciudad. Hay luz eléctrica en las calles. Hay dos hoteles. El Padre Quintana prometió volver; pero hay cristianos en todas partes, ¿no es así? ¿Por qué habría de volver aquí? Quizá lo haría si realmente nuestros asuntos fueran mal.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+