viernes

EL HOMBRE QUE FUE JUEVES - G. K. CHESTERTON

QUINCUAGESIMOCTAVA ENTREGA

CAPÍTULO DECIMOCUARTO


LOS SEIS FILÓSOFOS (3)

-¡Vean ustedes! -gritó Bull a voz en cuello-. ¡El globo comienza a descender!

No había por qué decírselo a Syme, que no apartaba los ojos del globo. Lo vio, grande y luminoso, detenerse de pronto en el cielo, después bajar poco a poco detrás de los árboles como un sol poniente.

El llamado Gogol, que apenas había abierto la boca durante la fatigosa caminata, alzó de pronto las manos como un alma en pena, gritando:

-¡Ha muerto! ¡Y ahora comprendo que era mi amigo, mi amigo en las tinieblas!

-¿Muerto? -bufó el Secretario-. No es fácil que muera. Si ha caído de la canastilla, probable es que lo encontremos revolcándose en el campo como un potro y pataleando para mayor regocijo.

-Y haciendo sonar sus pezuñas -dijo el Profesor- como los potros y como Pan.

-¡Otra vez Pan! -dijo el Dr. Bull irritado-. Usted ve a Pan en todas partes.

-Claro está -dijo el Profesor-. "Pan", en griego significa "todo".

-Y no olvidarse -añadió el Secretario bajando los ojos- que también significa "pánico".

Syme, que no había prestado atención a estas últimas palabras, dijo simplemente:

-Ha caído allí, sigámosle. Y después añadió con desesperación-. ¡Oh, si nos hubiera burlado definitivamente moriéndose! Sería la peor de sus bromas.

Y echó a correr hacia los árboles lejanos con renovada energía, flotando al viento los girones del traje. Los otros le siguieron, aunque no tan resueltos. Y casi al mismo instante, los seis se dieron cuenta de que no estaban solos.

Por entre el césped se adelantaba hacia ellos un hombre alto, apoyado en un bastón largo como un cetro. Estaba vestido con elegancia, pero a la vieja moda, con calzón corto El color del traje era un matiz entre el azul, el violeta y el gris, como el de las sombras del bosque. Sus cabellos eran de un gris blanquecino, y a primera vista, y sobre todo al ver su calzón corto, se diría que los traía empolvados. Se adelantaba tranquilamente. A no ser por la nieve argentada de su cabeza, se le hubiera tomado por una sombra del bosque.

-Caballeros -dijo-. Un coche de mi amo espera a ustedes en el camino.

-¿Quién es su amo? -preguntó Syme, petrificado.

-Me habían dicho que los señores ya sabían su nombre -contestó el otro respetuosamente. Tras un momento de silencio, el Secretario dijo: -¿Dónde está el coche?

-Está en el camino desde hace un instante. Mi amo acaba de llegar a casa.

Syme miró a uno y otro lado la verde extensión en que se encontraba. Aquellos setos, aquellos árboles parecían objetos ordinarios. Con todo, se sentía metido en una tierra maravillosa. Contempló de arriba abajo al misterioso embajador. Nada tenía de extraño, salvo el color de su traje, que era el de las sombras violáceas, y el de su cara, que era el del cielo rojo, oscuro y dorado.

-Muéstrenos el camino -dijo con sencillez.

Y el hombre del vestido violeta, sin decir una palabra, se dirigió a un lugar donde, por una brecha del follaje, se veía brillar el camino blanco. 

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