VIGESIMOCUARTA ENTREGA
CAPÍTULO 3
Los Estados-Nación Industriales (2)
a) El Estado-Nación, gozne de la sociedad agraria a la industrial (4)
Casi todas las naciones se formaron a partir de las sociedades aristocráticas. Por lo común son obstáculo al desarrollo del nacionalismo, pero en algunas naciones —por ejemplo Inglaterra— prepararon con otros sectores condiciones para la emergencia de la nación. Pero, en general, la nación nace sobre las ruinas del sistema aristocrático.
La sociedad nacional supone aspiraciones humanas junto al advenimiento de las técnicas modernas. Está basada en la reivindicación de igualdad en la posesión, uso, ejercicio y distribución de los bienes materiales y culturales. No acepta otra distinción que la fundada en el valor personal (p. 78).
El Estado-Nación, experiencia de vida común y voluntad de vivir juntos históricamente,
[…] no sería capaz de mantener la unidad nacional, de resistir las fuerzas centrifugas, ni principalmente lograr el consentimiento de los súbditos, si no tuviese una base material sólida... Encuentra una base material sólida cuando el comercio y la industria comienzan a exigir tales unidades y tales mercados. La Nación es el medio favorable al crecimiento de la industria y el comercio en la edad contemporánea, a pesar de ser ya sensible a la exigencia futura de unidades mayores que las unidades nacionales (p. 70). Concluyamos: el factor económico en sí no sería suficiente para generar la nación. Muchos elementos objetivos y subjetivos son indispensables y hasta más fuertes. Pero la Nación, aunque creada por otros factores, no es capaz de desenvolverse si no existe la base material de técnica, de industria, de comercio conforme al nivel alcanzado por las naciones adelantadas. En una palabra, la Nación exige los fundamentos de una sociedad industrial. (p. 75).
Una reflexión provisoria recapituladora de lo que hasta ahora hemos visto respecto del Estado-Nación Industrial. Llamamos “clásico” al paradigma más normal de los Estados-Nación como fueron Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y Japón. Los más paradigmáticos han sido Gran Bretaña y Francia, ya que los otros les son siguientes.
Tres elementos confluyen en la constitución del Estado-Nación “clásico”: a) Un Estado con su burocracia organizadora, que implica una gran herencia del derecho romano, que incluye al ejército, símbolo mayor del monopolio de la violencia. b) Una industria, que desde la revolución maquinista inglesa implica de más en más la unidad de ciencia y tecnología con la misma industrialización. Cada vez más, desde el siglo xix, no es posible ninguna sociedad industrial moderna, sin un creciente dominio y difusión científico-tecnológica. Lo industrial implica lo científico-tecnológico de modo crecientemente indisoluble. Una sociedad que no tenga el mayor despliegue científico-tecnológico, será literariamente industrialista pero no será industrial. c) Una alfabetización universal, lo que implica una lengua común, un idioma literario, si no total, sí hegemónico. La cultura y la comunicación común que instaura una dinámica nacional igualitaria, se objetiva en la alfabetización total, a la altura de las exigencias de la época. Este espacio homogeneizador se manifiesta en una común cultura nacional. De ahí que el Estado-Nación industrializador sea tendencialmente, de modo no desarraigable, democrático.
Estado (burocracia), Industria (ciencia-tecnología), Educación común (alfabetización, cultura común, idioma común, nación, democratización). A estos tres elementos sería pertinente un cuarto: empresas que compiten en el mercado. La dinámica del capitalismo empresarial exige, por la competencia abierta, la mayor eficacia económica, lo que implica como ha mostrado Schumpeter, la incesante innovación tecnológica y el aumento de productividad. Al cerrarse como vía muerta históricamente la experiencia de la economía de planificación total y burocrática (caída de la URSS), hasta nuevo aviso de la historia real, esta cuarta dimensión podemos incorporarla a la segunda mencionada, la industria. Es decir, en el aspecto industria incluimos la dinámica del mercado, al haberse descartado la alternativa comunista, al menos por una larga temporada.
Pudiera decirse que los tres elementos se enlazan íntimamente en su complejidad, y sus relaciones y graduaciones recíprocas pueden generar tipologías diferentes variadas. Así, por ejemplo, el Estado no es solo burocracia, ni solo responsable de una educación común moderna, sino también, inherentemente, de participación política democrática. Puede no ser democrático en un momento, pero en la Sociedad Industrial, al Estado le es inherente la exigencia democratizadora. Por eso el Estado es aun indirectamente nacionalizador, por más que respete el derecho de las minorías. De tal modo, hay una exigencia de circulación entre los tres elementos del Estado-Nación Industrial. En estos dos siglos, ha sido una gran lucha con las sobrevivencias aristocráticas de las sociedades agrarias más estáticas, en transformación.
A su vez, en la Sociedad Industrial, fruto de la eficacia en el mercado (aunque no solamente), renacen sin cesar nuevas aristocracias del dinero, mucho más fluidas e inestables que las aristocracias antiguas. Pues están jaqueadas sin cesar por la democratización social que las acosa y que a la vez quieren manipular, y por la competencia económica de otros grupos. Esa es la peculiar dinámica conflictiva económica, social y cultural, de nuestras sociedades capitalistas y democráticas. La tensión sociedad capitalista y sociedad democrática es a veces complementación de contrarios, pero pueden volverse contradictorios por el predominio de uno de los dos polos: si del democrático, puede ser sociedad estacionaria regresiva; si del capitalista, puede destruir al demos.
El Estado-Nación Industrial tiende a ser cada vez más dilatado, por su lógica estructural. Así, las dos perspectivas convergentes de Gellner y Comblin, aunque no se lo plantean formalmente, están abiertas a la “continuidad-salto” de un más allá del Estado-Nación, en el sentido de los Estados-Continente que postula Felipe Herrera. Es más, diría que desembocan naturalmente en el Estado-Continental. Pero no asumieron el tema. Gellner y Comblin no conceptualizaron el más allá del Estado-Nación Industrial clásico y por eso sus apreciaciones sobre la actualidad quedan indeterminadas y oscuras. Quedaron en el umbral. Pudieron dar ese paso, pero no lo hicieron. Al no hacerlo quedan confusos. Aunque otros, y no sólo Felipe Herrera, ya habían dado ese paso. Para nosotros en los noventa, esta cuestión se plantea de modo ineludible, si queremos comprender y responder a los desafíos verdaderos del Mercosur y del alca.
El Estado-Nación aparecía como la última mediación hacia el Estado-Universal. Parece ser que el proceso de globalización no tiene otro desenlace terminal que un solo Estado-Mundial. Cualquiera con sentido común y prudencia puede vislumbrarlo totalmente emergido en uno o dos siglos más. Es algo que empieza a integrar el horizonte normal. Está en la lógica histórica de lo más probable. Ese Estado-Universal no es el fin de la historia. Es sólo el fin del proceso de unificación mundial. Le seguirá la historia del Estado-Global, de la Tierra. No habrá más guerras internacionales, sino sólo guerras civiles. El Estado de la aldea total tampoco será el fin del conflicto en la historia.
Pero el pasaje a ese Estado-Mundial, saldrá del concierto y lucha de los Estados-Continentales. Hacia ellos se encamina nuestro próximo esclarecimiento.
Efectuado este conjunto de precisiones, no sólo nos será más fácil una brevísima reseña de los Estados-Nación Industriales decimonónicos sino una mejor comprensión de la irrupción de los Estados-Continentales y la proliferación de los micro-Estados en el siglo xx. Podremos abordar así finalmente nuestra cuestión específica latinoamericana con muchas cartas a la vista, con gran simplificación en las tareas del seguimiento histórico, tanto de los intentos de unidad latinoamericanos como panamericanos, pues la pregunta se volvería ¿puede América Latina, en todo o en parte, construir un Estado–Continental moderno?
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