El director señala que la obra que se exhibe en el Teatro del Pueblo, escrita por Jorge García Alonso, permite dibujar todo un mundo a través de una serie de personajes que ofician de puerta de ingreso: “El realismo tiende a mostrar sólo el exterior de las cosas”.
Del guionista y dramaturgo Jorge García Alonso, el director Villanueva Cosse ya había estrenado en 1981 Cositas mías, obra centrada en la fiebre del consumismo que integró el primer ciclo de Teatro Abierto. Si en aquella pieza una pareja de clase media entra en crisis por ceder a los consejos de un vendedor, en Morir en familia también es un ser ajeno al núcleo familiar burgués quien desencadena los acontecimientos. En este caso, una serie de sucesos que ponen en evidencia la doble moral que rige tanto los actos como los pensamientos de tres generaciones. La obra acaba de subir a escena en el Teatro del Pueblo (Avda. Roque Sáenz Peña 943) con un elenco integrado por Estela Garelli, Lionel Arostegui, Anita Gutiérrez, Alfredo Zenobi y Verónica Cosse, la mayor parte, actores seleccionados por el director en un casting: “Esta ciudad tiene una calidad actoral muy importante, hay muchos y muy buenos actores”, opina Villanueva Cosse en la entrevista con Página / 12. “A pesar de que no es una profesión como cualquiera, por el enorme esfuerzo y el combate permanente que implica. Porque el éxito te da intranquilidad y el fracaso, un gran dolor”, concluye.
“Aguirre es un cuerpo extraño que se introduce en una familia”, sostiene el director en referencia al desconocido que entra en casa ajena al mediodía, con la idea de participar de una comida en familia. Se trata de un joven sin morada fija ni ocupación que, al decir de Villanueva Cosse, no representa ni a una clase social ni a un estilo de vivir determinado. Así, el director uruguayo prefiere interpretar a este personaje en clave simbólica: “Aguirre está en el interior de los integrantes de la familia y actúa como el factor desencadenante de los miedos, las inseguridades y la paranoia de esos seres mezquinos, insolidarios y codiciosos”, afirma y completa: “La obra está ceñida literariamente a la problemática familiar, un tópico que aparece frecuentemente en el teatro argentino, pero que a mí me interesa como metáfora de la sociedad”. Villanueva también aclara que la irrupción del desconocido “recuerda a Teorema, la película de Pasolini, en la que un ser angélico o maligno llega inesperadamente de visita y desbarajusta todo”. Estrenada en 1971 por el recordado Clan Stivel, Morir en familia ya fue versionada la temporada anterior por el mismo Villanueva Cosse en San Juan, con producción del Teatro Cervantes y actuación de intérpretes locales.
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¿La obra habla a través de un símbolo?
Remite a los seres que produce el capitalismo salvaje, con sus fondos buitre y una justicia al servicio de las peores canalladas. Habla de las carencias internas, de la insatisfacción, de la falta de solidaridad, de la competitividad y la envidia. Porque para mí Aguirre es la metáfora de las paranoias de todos, hasta de quienes estamos en contra del capitalismo.
¿Los demás personajes también hablan de algo que está más allá de ellos mismos?
Antonio, el jefe de familia, tiene una doble vida que linda con lo repugnante, es represor, intelectualmente limitado y tiene una relación con su hija lindante con lo incestuoso. Pero la idea no es mirar cómo es Antonio o cómo son los demás personajes, sino tomar en cuenta la educación que les dieron, el sello que los moldeó. Mi idea es poner de manifiesto a la sociedad que está detrás de un personaje como estos. Es por eso que yo busqué una puesta que fuera más allá del realismo.
¿Qué hubiese ocurrido si se atenía a una mirada realista?
El realismo tiende a mostrar el exterior de las cosas, poniendo el acento en el habla y en los gestos. Yo preferí, en cambio, no presentarla como una obra dialéctica que enfrenta dos formas de ver la vida, la de la familia cosificada y la del hombre sin destino, sino mostrar lo que no se ve. Por eso llevé la obra hacia el absurdo.
¿Cómo realizó ese cambio de registro?
Contrayendo o estirando los tiempos, transformando pequeños detalles en grandes problemas. De este modo agiganté algunas situaciones cuidando que la exacerbación no llegara a la farsa, un género que me disgusta, porque al ser pura forma no tiene alma.
¿Cómo concibe una puesta?
Soy nochero, duermo poco y de madrugada pensé muchas de mis puestas. A esa hora encontré la llave para decodificar el enigma de una obra o la idea del tratamiento del espacio. La noche tiene algo parecido a los vapores etílicos, aunque la llegada del día, en algunos casos, los disipa y las soluciones que de madrugada parecieron brillantes después no lo son tanto...
¿Le entusiasma llegar al día del estreno?
No veo mis estrenos, porque no los disfruto. Después de haber sido el novio o el amante de una obra, durante el estreno me siento como un voyeur, viendo a otro poseer a la mujer que se amó. Pero nunca abandono a una obra sino que, tal vez a partir de la tercera, la sigo función a función.
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