por Andrés Echevarría
SEGUNDA ENTREGA
Torres no se privaba de opinar si una pintura no le parecía buena.
No, era muy sincero.
Cuando llegó al Uruguay; ¿cómo lo recibió el contexto de aquel entonces?
Económicamente, más o menos; le costó mucho. Pero después, Rosita Lanza de “Amigos del Arte”, que era amiga de él, le consiguió un trabajo estable para que diera charlas en la radio y le pagara el museo, y eso fue muy bueno para él, para que se estableciera económicamente. Porque siempre fue un señor que se valió por sí mismo, que vendió sus trabajos, que hizo viajes, que fue aquí y allí, pero todo salió de su cultura.
¿Cómo vivía los acontecimientos sociales de la época?
Cuando vivimos en Paris, siempre tenía miedo a que estallara una guerra. Y lo decía. Hizo todo lo posible para después marcharse. La guerra de España, la guerra mundial, él tenía muy claro que iba a pasar todo eso. Tenía como una comprensión política, pero de alto vuelo. La política de cada día no le interesaba, pero tenía una intuición muy grande. Eso me asombraba: que él pudiera intuir todo eso.
Parecía poseer la cualidad de observar los acontecimientos históricos con mucha objetividad.
Yepes, mi marido, era muy revolucionario cuando nos conocimos. De hecho discutían y le llamaba la atención por lo violento y le daba como horror. Cuando me casé y me volví a España, él me dijo: “vas a la revolución, a la guerra española, allí te va a estallar la guerra”. Todo lo que me dijo ¡era cierto! Tenía una visión muy clara de todo. Yo no le hice caso y viví una guerra civil horrible. Luego, cuando volví, porque nos obligaron a volver y volvimos, luego de la guerra civil, que vino la guerra mundial, no me dijo absolutamente nada. Que todo padre hubiera dicho: “¡Ves, yo te dije!”. No, nunca... nunca...
Había mucha seguridad en sí mismo.
Él lo dijo una vez... y ya está!; no se equivocó.
La convivencia dentro del taller de Torres, aquí en Uruguay debió de haber sido muy especial. Convergían diversos espectros sociales y políticos.
Sí, muy especial.
La serie de retratos de su última época y la teoría sobre La recuperación del objeto, aparece como una referencia ineludible de esta época.
Él dijo: “es mi obra fundamental”. Ahora, por qué lo dijo nadie sabe; hay que estudiarlo. Porque él dijo eso; o sea que, toda la sabiduría que fue recogiendo durante años, la dejó allí. No en todos, pero en algunos de los retratos. Está allí.
¿Hablaba con acento catalán?
Tenía mucho acento catalán. No existe ningún registro de su voz, de ninguna de sus conferencias. Tenía un andar nervioso, ágil cuando era joven. Era muy rápido en todo lo que hacía. Hablaba ligero con una voz más aguda que grave. Tenía su bastón y su pipa.
Me imagino un taller muy prolijo.
Sí, era muy prolijo, muy ordenado. Si nosotros le tocábamos sus cosas, se ponía nervioso. Él le decía a mi madre: “Yo soy ordenado, pero el que me supera en orden, ¡es Mondrian!”.
¿Cómo repercutía la presencia de Manolita Piña, su esposa, en su vida?
Era la que lo orientó y lo ayudó. Un caso de gran inteligencia, una pareja formidable que se apoyaba mutuamente. Para ella fue muy difícil perderlo. Pero continuó con sus cosas y apoyó iniciativas para seguir haciendo conocer su obra. Fue la promotora del museo Torres García. Para él siempre fue un gran respaldo anímico, con gran “estilo”; una “catalana” muy positiva. ¡Tenían discusiones tremendas! Eran diferentes pero se complementaban. Si él se opacaba, ella lo animaba. Se conocieron desde muy jóvenes. Ella era fundamental en la vida de él y lo siguió a todas partes. Mire: mi padre fue a Nueva York, rechazó todo lo clásico y fue a experimentar la vida moderna. Pero vio otro sistema, y no quiso estar más en Nueva York. Mi madre estaba encantada con la casa, con la vida que llevaban allí. El día que él le dijo que se quería ir, ella le decía: “¡Pero dónde vamos a estar mejor que aquí!”. Después le preguntó a dónde se quería ir, y él le contestó que a Italia, a un pueblito cerca de Florencia, un pueblito que no había evolucionado. ¡Allí quería ir! Y nosotros todos, que veíamos esas calles tan modernas de Nueva York, cuando llegamos a Italia, a Florencia, fuimos a ver donde íbamos a vivir y ¡era un palacio que le habían prestado! (ríe) Cuando vimos la cocina, ¡la cocina era como para que comieran diez personas allí!, ¡era un caserón! Ella protestaba desconsoladamente: “¡por qué nos trajiste aquí!! ¡por qué nos trajiste!”. Entonces, se quedó tan desolado que agarró el abrigo, se puso el sombrero y se fue al pueblo. Arrasó con todas las cosas modernas que vio para llevarlas a la casa (ríe). La cocina, la hizo más chiquita, la dividió con unos tabiques e hizo una cocina potable. Y todo lo hizo de un momento para otro. ¡Ella lo contaba de una manera tan graciosa! ¡Lástima que nunca se lo grabamos! Cuando él vio el sufrimiento de ella, hizo eso. ¡Manolita y él se complementaban de gran manera!
¿Ella intervenía en la relación de Torres con las galerías?
Sí, mucho. Además no dejaba que lo estafaran, lo defendía. Era muy lúcida y muy inteligente.¿Cómo vivió ella el hecho de venirse a vivir a Montevideo?
Bien. Aunque siempre se quedó con el recuerdo de Nueva York.
¿No pensó en volver a España?
No, a España no. No se olvide que ella era una catalana terrible; cuando le taparon los murales a Torres se enojó con Cataluña y los catalanes. Estando en París, después de mucho tiempo, vino uno de los pintores que había pintado allí. Vino a ver a mi padre y ¡ella no lo recibió! Era implacable. Mi padre era distinto, pero ella no. Ni fue al taller ni recibió a ese pintor. La invitaron a vivir en Barcelona después, pero ella contestó: “Yo dije cuando me fui: no pisaré más esa tierra. Y no la piso”.
Otro hecho que debió haber vivido trágicamente, seguramente fue el incendio que destruyó varias obras de Torres.
Claro. Y coincidió con la muerte de Yepes. Acababan de enterrar a Yepes, a las ocho de la mañana y llaman de radio Carve para decir: “se quemaron varias obras de Torres”. Un cuatro de julio. ¿Y cómo se lo decíamos a Manolita? ¡Era una época horrible! Yo tenía a mi hijo preso... murió Horacio. Todo era una tragedia... era horrible. Se murió mi marido; todo eso en varias etapas, pero una cosa detrás de la otra.
Pero Manolita tenía una entereza muy especial para sobrellevar los acontecimientos.
Mucho. Luego puso mucho entusiasmo en el museo de Torres. ¡Tenía mucho entusiasmo con el museo!
He oído una anécdota, que no sé si es verdadera. Me han contado que el día que inauguraron el museo, ella, al volver de la inauguración, tocó el piano hasta altas horas de la noche.
Sí, ella tocaba muy bien el piano. Vino tan emocionada de ver ese museo tan bien instalado, que se puso a tocar el piano. Tocaba una sonata de Bethoveen: Apasionada, que a ella le gustaba mucho. ¡Recuerde que tenía ciento cinco años!
No hay comentarios:
Publicar un comentario