sábado

LA RUEDA DE LA VIDA - ELIZABETH KÜBLER-ROSS


CUADRAGESIMOCTAVA ENTREGA

TERCERA PARTE
                                                                                              

"EL BÚFALO".
                                            

27. VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE. (1)

Estuve en La Rábida hasta 1973 ayudando a niños moribundos a hacer la transición entre la vida y la muerte. Al mismo tiempo asumí la responsabilidad de dirigir el Centro de Servicio Familiar, una clínica de salud mental. Creía que lo peor que podrían decir de mí era que intentaba hacer demasiado. Pero me quedé corta. Un día el administrador jefe de la clínica me vio tratar a una mujer pobre y después me regañó por atender a pacientes que no podían pagar. Eso era como decirme que no respirara.

Pero yo no estaba dispuesta a abandonar esa práctica. Cuando a una la contratan, contratan también lo que una representa. Durante los dos días siguientes discutimos el asunto. Yo alegaba que los médicos tenían la obligación de tratar a los pacientes necesitados al margen de si podían pagar o no, y él decía que su propio deber consistía en llevar un negocio. Finalmente, para llegar a un acuerdo me propuso que atendiera los casos de personas indigentes en mis ratos libres, por ejemplo  durante la hora que tenía para comer a mediodía, pero a fin de que él pudiera controlar mi horario, me pidió que fichara.

-No, gracias.

Me marché. Y así, a mis cuarenta y seis años, de pronto dispuse de tiempo para realizar proyectos nuevos e interesantes, como mi primer seminario-taller "Vida, muerte y transición", que fue una semana intensiva de charlas, entrevistas a moribundos, sesiones de preguntas y respuestas y ejercicios individuales destinados a ayudar a las personas del grupo a superar las penas y la rabia acumuladas en sus vidas, lo que yo llamaba sus asuntos pendientes. Estos podían consistir en la muerte de un progenitor por el que nunca hicieron duelo, en abusos sexuales jamás reconocidos o en otros traumas. Pero una vez expresados esos traumas en un ambiente en el que se sentían seguras, esas personas comenzaban el proceso de curación y lograban llevar el tipo de vida sincera y receptiva que les permitía una buena muerte.

Muy pronto me hicieron ofertas para realizar esos seminarios-talleres por todo el mundo. Cada semana me llegaban a casa alrededor de mil cartas y el número de llamadas telefónicas era más o menos el mismo. Mi familia acusaba el creciente peso de las exigencias que nos imponía mi popularidad, pero me apoyaban. Mi investigación de la vida después de la muerte adquirió un impulso imparable. Durante los primeros años de la década de los setenta, entre Mwali-mu y yo entrevistamos a unas 20.000 personas que daban ese perfil, de edades comprendidas entre los 2 y los 99 años, de culturas tan diversas como la esquimal, la de los indios norteamericanos, la protestante y la musulmana. En todos los casos las experiencias referidas eran tan similares que los relatos tenían que ser ciertos.

Hasta entonces yo nunca había creído que existiera una vida después de la muerte, pero todos esos casos me convencieron de que no eran coincidencias ni alucinaciones. Una mujer, a la que declararon muerta después de un accidente de coche, dijo que había vuelto después de haber visto a su marido. Más tarde los médicos le dirían que su marido había muerto en otro accidente de coche al otro lado de la ciudad. Un hombre de algo más de treinta años se suicidó después de perder a su mujer e hijos en un accidente de coche. Pero cuando estaba muerto, vio que su familia estaba bien y regresó a la vida.

Los sujetos no sólo nos decían que esas experiencias de muerte no eran dolorosas sino que explicaban que no querían volver. Después de ser recibidos por sus seres queridos o por guías viajaban a un lugar donde había tanto amor y consuelo que no deseaban volver; allí tenían que convencerlos de que regresaran. "No es el momento" era algo que oían prácticamente todos.

Recuerdo a un niño que hizo un dibujo para poder explicar a su madre lo agradable que había sido su experiencia de la muerte. Primero dibujó un castillo de vivos colores y explicó: "Aquí es donde vive Dios." Después dibujó una estrella brillante: "Cuando miré la estrella, me dijo “Bienvenido a casa”.

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