sábado

EL HOMBRE QUE FUE JUEVES - G. K. CHESTERTON

QUINCUAGÉSIMA ENTREGA

CAPÍTULO DECIMOTERCERO


LA TIERRA EN ANARQUÍA (9)

-¡Espadas! -aulló Syme, volviendo el inflamado rostro a sus compañeros. -Carguemos sobre estos perros. Ha llegado la hora de morir.

Sus tres compañeros acudieron a él, espada en mano. La espada de Syme estaba rota pero, derribando a un pescador, le arrebató una porra. Y en un instante hubieran quedado muertos al arrojarse sobre la enfurecido turba, cuando sobrevino algo inesperado. El Secretario, al oír el discurso de Syme se había quedado como aturdido, con las manos en la cabeza. Súbitamente se arrancó el antifaz. Su pálida cara, expuesta a la luz de los reverderos, más que rabia expresaba asombro. Levantó las manos con ansioso gesto autoritario:

-Aquí hay un error. Mr. Syme -dijo- Me parece que no se da usted cuenta de su situación: yo le arresto a usted en nombre de la ley.

-¿De la ley? -exclamó Syme dejando caer su clava.

-¡Naturalmente! -dijo el Secretario-. Soy detective de Scotland Yard. Y sacó del bolsillo una tarjetita azul.

-¿Pues qué cree usted que somos nosotros? -preguntó el Profesor levantando los brazos al cielo.

-¿Ustedes? -dijo el Secretario con tono glacial-. Ustedes son, según me consta por los hechos, miembros del supremo Consejo Anarquista. Yo, disfrazado como uno de ustedes...

El Dr. Bull arrojó al mar su espada.

-Nunca ha habido Consejo Supremo Anarquista -dijo-. Todos éramos un hatajo de imbéciles policías acechándose mutuamente. Y toda esta honrada gente que nos ha venido acribillando a tiros, nos tenía por dinamiteros. Ya sabía yo que no podía equivocarme al juzgar a las multitudes humanas -añadió lanzando una mirada radiante sobre el gentío que se agolpaba a uno y otro lado de la playa-. La gente vulgar nunca es loca: ¡si lo sabré yo que soy uno de esos! Y, ahora, a tierra: pago de beber a todo el mundo.

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